Entre tú & yo

Capítulo 10: Alfredo, el atún y los chismes

—¿Crees que les guste mi paté de atún? —pregunté por tercera vez en el día.

—Por todos los cielos Luisa, ya te dije que sí —veo a Max suspirar mientras conduce su camioneta—. Además, ya me hiciste probarlo varias veces.

—Sí, lo sé, pero… —me siento nerviosa y mis tontas preguntas son prueba de ello— Quiero impresionar en la fiesta, solo eso.

Lo escucho reír bajito. Aleja una mano del volante y la coloca sobre mi rodilla para apretarla suavemente.

—Impresionarás —contesta sonriendo—. Sólo mírate, estás muy guapa.

En eso no discuto.

Elevo los hombros y sonrío divertida. Luego de ocupar toda la tarde de hoy en mirar tutoriales de maquillaje en youtube lo mínimo que espero son los halagos de Max, y es que conseguir el famoso delineado de gato requiere de habilidad, dedicación y paciencia. Aún no descubro cómo, pero lo logré.

—Usted también está muy guapo Teniente.

Ríe más alto. Siempre le causa gracia que lo llame así. 

Continuamos en el auto por unos veinte minutos más. Pasamos del centro de la ciudad hacia el norte, a la zona de los altos edificios departamentales que lucen casi igual que el edificio donde vive Max.

Cerca de las ocho llegamos a un impresionante edificio con oscuros ventanales rodeado de delgados árboles cuyas ramas se mecen débilmente. Lleva el carro por una rampa hasta que entramos a un amplio estacionamiento lleno de pomposos autos similares al de Max. Nos detenemos para parquearnos entre un Audi y un BMW.

—¿Quieres estacionarlo? —pregunta divertido.

—¿Qué? —lo miro con los ojos abiertos— ¿En ese espacio tan pequeño quieres que meta este monstruo de camioneta? No gracias.

No habíamos retomado las clases de conducción desde que él había regresado, así que prácticamente ya había olvidado cómo eran los cambios y todo eso.

En menos de un minuto, la camioneta ya está estacionada. Antes de salir, aseguro entre mis manos mi recipiente con la comida. Lo último que quiero es que se caiga antes de llegar al departamento de Alfredo.

Max pasa un brazo por mis hombros y nos dirige hacia el ascensor.

—¿Quieres conducir cuando regresemos? —pregunta cerca de mi oreja.

No puedo evitar mirarlo sorprendida.

—¿Me ofreces conducir tu amado auto? —achico mis ojos— ¿Por qué?

Me da un sonoro beso en la mejilla. Qué suerte que no hay nadie presente, de lo contrario, me encendería como foquito.

—Porque confío lo suficiente en ti para darte mi amado auto.

Tomamos el ascensor y resulta ser que Alfredo vive en el departamento N°17. Al abrirse las puertas nos topamos con un angosto pasillo de alfombra café iluminado con tenues luces y adornado con plantas verdes sin flores, como las que hay en el departamento de mi novio.

¿Es que escogieron las mismas decoraciones?

Al final del pasillito está una enorme doble puerta de madera la cual está abierta permitiendo el escape de sonidos de conversaciones y de música. Tomo la mano de Max y me apego a él.

—Ay Dios… —comienzo a quejarme.

—Tranquila, es solo una fiesta —susurra—. Sólo tienes que saludar y socializar.

—Por eso mismo estoy nerviosa. No me gusta conocer gente nueva.

—A la mayoría ya los conoces.

—¿Ah sí?

—¡Luisa!

Ambos nos volteamos al oír mi nombre.

Al cruzar el umbral es cuando la veo. Andrea camina entre varias personas, sonriendo y soltado cortos grititos de alegría mientras que yo suelto a Max y doy los pocos pasos que me separan de mi amiga.

¡Es Andrea! ¡Andrea!

—¡Hola! —inmediatamente la abrazo— Hace mucho tiempo que no…

—¡Lo sé! ¿Cómo estás Luisa? —mira a Max y lo saluda con otro abrazo— ¡Qué lindo volverlos a ver!

—Lo mismo pienso —miro sonriente a Max y él me devuelve una mirada de “Te lo dije, te dije que disfrutarías la fiesta” —. No esperaba encontrarte aquí.

—Vine con Eduardo.

Oh por supuesto, cómo no lo pensé.

Cualquiera que conociera a Andrea pensaría que se trata de otra vivaz y divertida joven, pero yo tengo una visión distinta. Para mí Andrea es una mujer valiente que, a pesar de ser menor a mí, ha demostrado más coraje y madurez que una persona mayor. Las circunstancias donde la conocí no fueron agradables. Ambas junto a otras cinco personas, fuimos víctimas del secuestro. Ella… Andrea sufrió mucho, demasiado, pero ha sabido superarlo y verla riendo y socializando en aquella fiesta me demuestra que su esencia está intacta.

—¿Cómo está Eduardo?

—Muy bien, está… —se voltea a verlo, pero el mencionado camina hacia nosotros acompañado del dueño de casa— Justo aquí.

Una emoción me invade cuando veo a Alfredo, de pie y sano, saludar efusivamente a Max. A pesar de que es reservado y distante, le guardo cariño por varios motivos: Por ser el mejor amigo de Max, por siempre cuidarlo y por ser un ser humano maravilloso.




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