- ¡Luisa!
Toqué el botón rojo y su voz desapareció, regresando una vez más en al vacío de mi departamento. Existía un gran contraste entre el silencio del exterior y el alboroto que tenía lugar dentro de mí.
Está hecho…
Es… es difícil de creerlo.
Parecía que no era verdad que… lo acababa de pasar era alguna escena de una mala película… pero el inmenso dolor y mi llanto eran pruebas que gritaban que lo que acababa de pasar era real. Era mi espantosa realidad.
Quieta como estaba, no sentía nada más que no fuera mi propio sufrimiento. La visión de mi sala se distorsionó y en cuestión de segundos ya no veía nada. De repente me envaré. El celular que aún sostenía en la mano comenzó a sonar.
Es él.
Dubitativa, acerqué mi tembloroso dedo al botón verde. El ansia de contestar y escucharlo superaba toda la determinación que tenía hace apenas unos segundos. Todo mi ser clamaba porque contestara y devolviera las cosas a la normalidad otra vez, incluso estaba planeando una disculpa en mi cabeza en tal caso que contestara. Le pediría perdón y me aseguraría de que se encontrara bien. De que nos encontráramos bien.
Sin embargo, una pequeñísima parte de mí no estaba de acuerdo con esa idea. Esa misma parte fue la que me empujó a hacer esto, a romper nuestro lazo. Odiaba a ese pedazo de mí, sí, lo odiaba porque tenía razón y porque era tan fuerte a pesar de lo diminuta que era.
Mis temblorosos dedos eran inútiles y me tomó varios segundos colgar la llamada. La tortura empeoró cuando volvió a llamar y mi departamento se llenó con el tono que le había personalizado. Observé el celular mientras éste sonaba. Varias de mis lágrimas cayeron sobre la pantalla. Finalmente tuve que apagar el aparato y huir a mi cuarto.
Me mantuve en pie, dando vueltas por el pequeño espacio, preguntándome varias a las cosas a la vez.
¡¿Por qué lo hice?! ¿Cómo pude hacerlo? ¿En verdad… separarnos es lo mejor para mí? No lo creo porque ¡No me siento nada bien! ¡Mi cabeza está a punto de estallar! y… y… mis ojos parecen no poder parar de… llorar. En pocos segundos, el malestar se expande desde mi pecho hacia cada punta de mis dedos. El conocido dolor fantasma hace de las suyas. Yo no puedo hacer nada para evitar, lo único que puedo que hacer es quedarme inmóvil, con mis ojos cerrados y apretando los puños, mientras este dolor llega a cada rincón de mí.
No puedo dejar de escuchar sus palabras repitiéndose en mi mente. No lo dejé hablar, yo me encerré… Tal vez si lo hubiera dejado hablar, él…
“Él te hubiera convencido de seguir, de esperarle” Me digo con voz dura. De inmediato sé que es “esa” parte la que domina mi mente.
¿Qué esperaba mi subconsciente? ¿Qué Max me dijera que regresaría? ¿Qué dejaría Australia hoy mismo? Que… ¿me elegiría sobre su profesión?
“No” Gritó la parte sensata “No lo haría”.
Y el hecho de que yo esté tan segura de eso, evidencia lo mucho que lo conozco.
No había notado que tenía cubierta la cara con mis manos hasta que tuve que bajarlas cuando escuché golpes a mi puerta. Me pasé frenéticamente las palmas por el rostro, tratando de borrar las lágrimas.
- ¿Quién es?
- Luisa abre, soy yo Kitana.
- ¿Qué haces aquí? – Hablo a través de la puerta.
- ¡Dah! Quedamos en ir a desayunar – Vuelve a golpear la puerta, haciéndome brincar - ¿Vas a abrirme o no? Comienzo a sentirme como una vendedora de aspiradoras ¡Abre ya!
¡Mierda! ¡Carajo! ¡Lo olvidé!
- Es-espera…
Intento con todo mi ser arreglar mi apariencia, pero me resulta difícil cuando el llanto quiere salir de mí con cada respiración que tomo. Me suelto el cabello, llevando algunos mechones hacia delante de modo que me cubra un poco la cara. Me aclaro la garganta y tomo dos inhalaciones antes de abrir la puerta.
- Pasa… - Me hago a un lado usando la puerta como un escudo.
- ¿Aun no estás lista? Pensé que estarías vestida ya.
Los tacones de mi amiga resuenan por mi piso. Paso de su lado, con la cabeza gacha y me dirijo al baño.
- Voy a ducharme.
- Está bien – Caminé un poco tranquila hasta que Kitana preguntó: - ¿Te pasa algo?
Esa pregunta me agitó por dentro.
“No llores, no llores…” me repito.
- No.
La falsa calma regresó en cuanto me encerré en mi pequeño baño. Lo único que quería hacer ahora era encogerme y echarme a llorar. Lo cual hago. Me siento en el retrete abrazándome las piernas. Presionaba mis labios contra las rodillas cuando sentía que una arcada de llanto se aproximaba.
¿Qué podría decirle a Kitana para que se fuera? Claramente, no estoy en condiciones de salir con ella; no soy tan buena mentirosa y ella pronto se daría cuenta… Bueno ¡Ya lo hizo! La semilla de duda se ha plantado en su cabeza. Eso hará más difícil el que se marche.
No tengo fuerzas para salir y fingir ante Kitana y luego hacerlo de nuevo en el trabajo. Estoy harta de pretender que estoy bien.
Editado: 15.08.2022