Aquella mañana hacía frío. Las corrientes de aire helada levantaban las hojas del suelo y me obligaban a recoger las piernas para conservar algo de calor. Ni siquiera el vaso de café era suficiente para mantener mis dedos tibios, creo que incluso el café ya estaba a la temperatura del ambiente.
Miré la hora en mi reloj de muñeca y faltaban aún otros treinta minutos para que Green life abriera sus puertas. No estaba segura de soportar este frío por otra media hora en el parque.
Esto es mi culpa, creo que soy la única persona que saldría de casa con una hora de anticipación para el trabajo. Y es que no pude evitarlo. Estar sola en mi departamento se ha convertido en una pesadilla que vivo con los ojos abiertos.
Echo una mirada alrededor. No hay mucha gente aquí tampoco y eso comienza a producirme un hormigueo de incomodidad similar al que siento cuando estoy en mi cuarto. Así que mi departamento no es el problema… soy yo. No quiero estar sola.
Pero qué ridiculez… ¡Casi toda mi vida he estado sola! ¿Por qué ahora…?
Sacudo la cabeza, intentando deshacerme del pensamiento antes de que éste crezca.
¿Es por él? ¿Cómo puede ser que…? Pero si…
Olvídalo, olvida lo que estabas pensando.
Tomo mi celular, ahora con algo de seguridad y a la vez con un poco de… pena, pues ya no hay la necesidad de mantenerlo apagado. Ya no hay llamadas ni mensajes de su parte.
Repito la sacudida de cabeza.
Basta, no pienses, déjalo…
Durante las dos últimas semanas he intentado comunicarme con mi mejor amiga para arreglar las cosas. Su indiferencia me dice que continúa molesta, lo cual entiendo. Me lo merezco, soy una pésima persona. Tecleo un corto mensaje pidiéndole vernos. Si voy a disculparme que sea en persona. Para mi sorpresa, Kitana me contesta por primera vez en todos estos días.
*¿Cuándo? *
*¿Qué tal hoy? Puedo ir a tu trabajo cuando salga*
Espero su respuesta por lo que me parecen largos minutos. Finalmente, mi celular emite un bing.
*Ok*
Pegué un brinquito sobre la banca en cuanto lo leí. Una pequeña estrella apareció en mi noche oscura iluminándome momentáneamente. Recuperar a Kitana era tan vital en mi vida como mi sangre, además ella era lo más cercano a una familia para mí.
La sola idea de verla por la noche mejoró un poco mi humor. Ahora tenía un nuevo incentivo para sobrevivir a ese día. Genial, quizá eso haga mi día más fácil o al menos eso espero.
Me puse de pie y caminé lentamente hacia la salida del parque. Tuve que esperar unos minutos sentada en la escultura de tijeras de jardinería hasta que el guardia de la empresa llegara con las llaves y me dirigiera una mirada de sorpresa por encontrarme ya ahí.
Estúpidamente había pensado que me sentiría mejor cuando estuviera en el trabajo con mis compañeros, pero había sido una completa tonta al no pensar que ellos llegarían más tarde. ¡Ni siquiera Don Ramón estaba en su oficina! Las únicas almas allí aparte de la mía, era Luciana la señora de la limpieza y su hija Carolina.
Me senté en mi lugar y encendí el computador en busca de algo, de algún documento, informe o deber que tuviera pendiente para distraer mi mente, pero no había. Claro que no, ¿cómo podría? Si los demás no llegaban aún. Aproveché de lo sola que estaba en el piso para soltar un sonoro suspiro de frustración seguido de un corto gruñido. Me restregué la cara con las manos para luego cruzarme de brazos y mirar a la nada.
Estos momentos eran los que más temía. Tener la mente divagando sólo me llevaba de vuelta hacia ese lugar oscuro y doloroso.
Ya lo sentía venir, casi que podía escucharlo…
Cerré mis ojos con fuerza como si en verdad pudiera hacer de vista ciega e ignorarlo, pero eso era imposible ¿Cómo ignorar mis propios pensamientos? ¿Cómo hacerlo cuando siempre estaban ahí, ocultos y al acecho de cualquier momento de distracción?
Tuve que irme al baño y encerrarme para dejarlo salir. Contenerme sólo hacía las cosas más difíciles y había descubierto una especie de patrón de mis crisis. Todo comenzaba con un detonante que podía ser un recuerdo, una palabra o un momento vacío; luego era atacada por “esos” pensamientos que se diseminaban tan rápido como una gripe mental, entonces caía en el trance. Este era la parte complicada pues salir de ese trance me resultaba la tarea más difícil. Sentía que nadaba como desquiciada hacia una orilla, pero no la alcanzaba y cuando parecía que salía a la superficie, volvía a resbalar y caía de nuevo en el trance.
Eso podía durar minutos o incluso horas, todo dependía de dónde me encontrara. Cuando escuché voces proviniendo desde el área de las oficinas, alcancé la orilla y salí. Pude recuperarme un poco. Me lavé la cara, peiné un poco mi cabello y tuve que recurrir a mi vieja base de maquillaje para tapar lo colorado de mis párpados y nariz.
Conteniendo la respiración, regresé a mi escritorio esperando hallar a Daniela lista y con energía para parlotear conmigo sobre cualquier cosa. Estaba dispuesta y con ansias de escucharla y hablar, pero solté el aire de golpe cuando no la vi en su silla. Pero entonces Steven me saludó desde la salita con una taza de café en su mano. Me hizo señas ofreciéndome una taza a lo cual acepté sin importarme que sea mi segunda porción de cafeína en menos de una hora.
Editado: 15.08.2022