Enzo Vitale
Conduzco mientras tarareo una canción romántica, Grande Amores, algo extraño para mí, ya que no soy fanático de cantar, y mucho menos de tararear una canción de amor. No sé por qué, pero me siento feliz sin explicación. Creo que la inesperada, pero agradable invitación a comer me tiene así. Cara también quería que fuéramos los dos a un restaurante japonés que nos encanta. Por segunda vez rechace, antes de que se molestará le dijo mis motivos, y técnicamente me echo de la empresa.
La amo tanto a mi hermanita.
De repente, el tarareo de la canción de Il Volo, trae consigo los recuerdos de aquellos días de amor.
El pecho se me oprime, lo que provoca me remueva incómodo, de repente el recuerdo de Cristal retumba en mi mente, los estragos de su mal recuerdo habían menguado un poco, desde mi repentino compromiso, ni su nombre recordaba. Tenía que ser el diablo que me empujaba a revivirla en mi cabeza. Cuando estuve a su lado, en mis mejores momentos de enamorado, era así de cantarino, necio con cualquier canción romántica que se relacionara a lo nuestro. El tiempo pasa y no consigo dejar de sentir dolor por todo lo relacionado con ella.
No debí amarla.
No debo extrañarla.
A pesar de mis esfuerzos por olvidarla, su recuerdo persiste, dejándome con una sensación de vacío.
—Cálmate, Enzo, calma… —me exijo con voz suave —. Piensa en tu esposa.
El murmullo de su nombre en mi mente, me tranquiliza, empuja fuera ese sentimiento tormentoso.
¿Qué me sucede contigo, pequeña rubia?
Sigo mi trayecto más tranquilo, más ligero, como si fuese casi a perderme otra vez en la miseria de mi dolor. Llego al fin a mi destino, me trueno los dedos, estoy un tanto nervioso. Todo dos veces, espero impaciente a que me abran. El delicado aroma de Marie, satura mis fosas nasales con disimulo aspiro con deleite. Agradezco que sea ella la que abra.
—Marie… —antes de que logre saludarla por completo, salta a mis brazos. La recibo con una mezcla de confusión con agrado. Acaricio su espalda con lentitud, la siento temblorosa. Aprieto sin aplicar mucha fuerza, quiero que mis brazos sean un refugio seguro, de lo que sea le preocupa o teme. Intentos que mi sencillo gestos dispersen cualquier inquietud que le esté aprese.
Estoy tranquilo por fuera, aunque por dentro estoy tenso y preocupado, ya que cuando me envío el mensaje estaba muy alegre y supuse ser recibido de la misma manera.
—Necesitamos, hablar.
—Vamos adentro.
Cuando rompemos en contacto me lamento, pero debo saber qué le pasa. Nos sentamos en la misma posición que la vez que vine a hablar con ella, de porque se ausentó en el trabajo, esta vez no está desbordada del llanto, pero su rostro denota temor.
—Estoy bajo amenaza por esa gente —suelta directa.
—¿Cómo? —pregunto molesto.
—Zara, esa mujer me tiene amenazada con dañar a mi abuela y Alicia, si no no renunció a la custodia, mi hijo —dice con los ojos empañados.
—¿¡Qué?! ¿Cómo se atreve esa mujer? —mis puños se aprietan, respiro profundo, no me conviene alterarme o no podré pensar con claridad. Tampoco quiero asustar a Marie. ¿En serio alguien pude ser tan miserable? Pregunto molesto ¿Quiénes se creen? ¿A quién demonios tenía en mi empresa?
Tomo sus manos las aprieto con delicadeza, retiro el cabello de su rostro decaído. Elevo mi mano izquierda para trazar círculos con mi pulgar en su mejilla, en un intento de que sea un bálsamo tranquilizante, mi tacto tenue.
—Tengo miedo —susurra.
—No temas, mientras yo respire, ten la certeza de que cuidaré de ti, de los que amas, confía en mí.
Asiente, para abrazarme.
—Vamos a actuar con rapidez, no las dejaré desprotegidas, hoy mismo serán cuidados las 24 horas. También iremos a denunciarla.
—Mejor ni lo intentamos. —pide con pesar. Arrugo mi nariz extrañado.
—¿Por qué? Es un delito qué está cometiendo esa mujer, sin mencionar lo demás hecho por su hijo, que ahora me queda muy claro, que ella debe ser partícipe.
—Fui a ministerio público, no fui reciba, Zara me dijo que se encargó de ello, no quise ir a la policía, ya que había sido arrestada por culpa de su hijo. —Malditos corruptos. Tomo nota mental, investigaré más a fondo quienes se dejaron sobornar.
—Eres la señora Vitale, nunca más ellos te van a pisotear, tú y tu hijo son parte de mi familia. No estás sola, me tienes a mí.
Desciende su sonrojado rostro, se aproxima más a mi espacio personal.
—¿Eres real? Porque solo en mi imaginación, pensé que alguien sería tan maravilloso conmigo —indica con nostalgia.
—Te mereces todos los buenos tratos.
Nuestras miradas se concentraron, sin ningún tipo de gesto, con un silencio envolví a la instancia, pero no era incómodo, era acogedor, mi atención se desviaron a sus labios rosas naturales, el nerviosismo combinado con la emoción me azotó mi sistema, mientras te tallaba sus labios el aire lo sentí más intenso, mi esposa estaba imperturbable con los labios entreabiertos, no sé si este paso arruinaría algo, pero sus labios me invitaban a danzar lento con los míos.
Justo cuando me disponía a cerrar la distancia entre nosotros, fuimos interrumpidos por la llegada repentina de su amiga.
—Ay, lo siento —se ríe nerviosa, Marie y yo, aplanamos nuestros labios, que casi colisionan, un precioso sonrojo invade la cara desviada de mi esposa —. Mi príncipe necesita de su mami.
—Ve, moglie, yo resolveré todo ahora mismo, te lo prometo, estarán seguras.
Ella me mira con confianza reflejada en su mirada, de nuevo me abraza, no obstante, esta vez agrega un beso a mi mejilla, en menos de un segundo separa de mi lado. Llega a donde su amiga, la cual se la lleva de brazo, perdiéndose ambas en un pasillo. A mí me deja con el corazón con el latir acelerado.
Toco mi mejilla, adornada de un dulce cosquilleo, sonrío emocionado, como un adolescente que tiene su primer beso, una cálida sensación hormiguea en mi cuerpo. Ese beso tan rápido fue lo mejor de este día, porque viene de ella.
Con mis emociones patinando a mil, saco mi celular para marcar a la persona que me ayudará con todo esté asunto de la protección. Impaciente, espero a que por fin tome la llamada, no hay tiempo que perder.
—Señor, Vitale.
—Harry, tengo un trabajo de suma importancia para ti.
Marie Harrison
—Los voy a extrañar, ay, Dios, no quiero que se vayan —ruega con tristeza, abrazada a mí, tampoco quiero dejarla, ella fue ese sol que penetró rayos en la tormenta que era mi vida, aquel día. Sin Alicia sabrá Dios donde me encontraría con mi bebé. En poco tiempo se convirtió en mi hermana, mi otra mitad, la quiero demasiado.
—Yo por igual, Ali. No vayamos a llorar, por favor o será mucho más difícil para ambas, no es como que yo me voy al otro lado del mundo, vendré a visitarte con mucha frecuencia, tú por igual puedes ir, Enzo no tiene problema.
Nos alejamos despacio.
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Editado: 08.07.2024