JIMIN POV :
—¡Jimin!
Me doy la vuelta y las bolsas giran conmigo, creando la ilusión de un elaborado tutú de cartón. Sonrío al ver a Bam corriendo hacia mí con los ojos brillantes. Me llevo la mano a la cara, lo que hace que las bolsas me golpeen el costado, y me quito las gafas de sol antes de que el peso de las compras me venza.
—¡Hola! —lo saludo usando su mismo tono entusiasta—. ¿No trabajas hoy?
Bam hace una mueca de asco justo antes de abrazarme. No puedo devolverle el abrazo por culpa del obsceno montón de bolsas que llevo en las manos, pero no lo lamento. Cuando vea lo que llevo, se va a morir de gusto.
—Me han despedido —me informa resentido, abrazándome con más fuerza.
—¡Mierda! ¿Qué ha pasado? —le pregunto cuando me suelta.
—El martes por la noche; eso es lo que pasó.
Me toma del brazo y empieza a caminar en dirección a Bond Street.
—Oooh... —Los recuerdos del pasado martes me vuelven a la mente. Bueno, al menos, lo poco que recuerdo de esa noche. Champán, había mucho champán, y también recuerdo algunos bailes no del todo respetables en nuestro bar favorito.
—Exacto, «ooohhh» —replica él, dirigiéndome una sonrisa irónica—. Ayer llegué a trabajar puntual pero no pude leer el teleprompter. ¡Las letras estaban borrosas!
Me echo a reír, imaginándomelo con los ojos entornados mirando el monitor incorporado en la cámara.
—Estar en plena forma es básico para alguien que se pasa la vida en la tele.
Cruzamos la calle y nos dirigimos hacia la cafetería más cercana como si fuéramos una bandada de palomas que vuelve al nido. Necesito un té helado con limón, y lo necesito ya.
—Y ¿qué vas a hacer ahora? —le pregunto dejando caer todas las bolsas como si estuvieran llenas de plomo en cuanto llegamos a una de las mesas de la terraza. Me duelen las manos de tanto cargar peso.
Bam apoya su culito en una silla.
—Por fin ha llegado el momento de centrarme en nuestro sueño, Jimin —me responde con los ojos brillantes—. ¿Alguna novedad?
—Hay unos nuevos inversores interesados —digo tratando de sonar indiferente.
Hasta este momento no me he permitido emocionarme demasiado con nuestro proyecto de colección de moda. Hasta que vea una propuesta seria encima de la mesa no quiero volverme loco. Ya cometí ese error antes. Teníamos, como quien dice, el bolígrafo apoyado en la línea de puntos cuando me di cuenta de que el contrato contenía una cláusula de la que no habíamos hablado en las negociaciones. Pretendían que la ropa sólo se pudiera fabricar hasta una determinada talla, lo que venía a decir que cualquier persona con un mínimo de curvas en cualquier parte no iba a poder llevar nuestra ropa. Por ahí no íbamos a pasar; Bam y yo lo teníamos clarísimo y les hicimos saber que nuestra ropa tendría que estar disponible para gente de todo tipo y talla. Los inversores se mantuvieron firmes, pero nosotros también.
—Parecen entusiasmados —añado.
—¿De verdad? —Bam me dirige una enorme sonrisa.
—De verdad —le confirmo, y trato de devolverle la sonrisa con la misma emoción, pero no puedo; estoy demasiado nervioso.
En este momento sólo somos dos caras bonitas con buen tipo a los que les sienta bien la ropa. Me gusta mi trabajo como modelo, pero tengo una enorme necesidad de demostrarle a todo el mundo, mi padre incluido, que puedo ser algo más que un maniquí. Y Bam piensa lo mismo que yo. Ninguno de los dos quiere renunciar al sueño, pero ninguno está dispuesto a aceptar ni un solo penique de nuestras familias para hacerlo realidad. El padre de Bam también es rico. No tanto como el mío, lo que es normal, porque con toda probabilidad no haya nadie que lo sea más que él en todo Londres, pero igualmente está forrado.
—Mañana tenemos reunión con mi agente —señalo—. Hay varias cosas que quiere comentarnos.
—¡Allí estaré! —A continuación, con una sonrisa irónica, indica las bolsas y me pregunta—: ¿Qué has comprado? No entiendo que vayas tan cargado si nuestra línea aún no está disponible. ¿Te das cuenta de que no vamos a poder llevar ningún diseño propio hasta que nuestra marca esté en el mercado?
La idea me emociona. Tengo unas ganas locas de empezar a elegir telas, a decidir los diseños, a crear modelos de calidad a precios asequibles. La moda cambia demasiado deprisa para que las personas tengan que gastarse una fortuna para ir a la última.
—Es un traje para la fiesta de cumpleaños de Saffron. Cumple veinticinco. —Saco la billetera de la mochila—. Y he comprado una tela en Camden para enseñártela. Creo que saldría un traje espectacular. —Ya lo he esbozado en mi mente, y sé que la buena mano de Bam para el diseño le hará justicia—. ¿Quieres un té helado?
—Sí, por favor —responde rebuscando entre mis bolsas mientras me acerco a la puerta del local.
Todavía no me he recuperado de los excesos del martes y noto que mi piel no está tan radiante y tan suave como de costumbre, así que cojo una botella de agua y me la bebo de camino al mostrador. Necesito hidratación y probablemente un tratamiento facial. Dios, tengo veinticinco años y me siento ya demasiado mayor para aguantar el ritmo de la noche londinense.
—Un té helado y otro con limón, gracias —le digo a la chica que me atiende mientras saco un billete de diez libras de la billetera—. Ah, y el agua.
—¡Oh, Dios mío! —exclama entonces, sobresaltándome—. ¡Eres Jimin Park, ¿no?!
Me sonrojo y la miro. Ella me está observando con reverencia. Es halagador, pero al mismo tiempo muy violento.
—Sí —le confirmo con la esperanza de que lo deje correr.
—¡Eres incluso más perfecto en persona!
—Gracias.
—¡Oh, qué envidia me das! ¡Tu vida es perfecta, te quiero!
Mi sonrisa se vuelve forzada. «Perfecto»; sí, claro, no me extraña que me tenga envidia. Esta chica debe de tener como mucho diecisiete años. No tiene ni idea; nadie tiene ni idea de la lucha constante que supone concentrarme en el futuro y no en el pasado. No saben lo que es soportar a un padre autoritario que quiere controlar mi vida, ni lo difícil que es enfrentarme a la vida nocturna, donde el alcohol y la cocaína campan a sus anchas. Muchas de esas batallas ya son de dominio público; la prensa se ha encargado de que se entere todo el mundo, hasta mi padre.