Tras numerosas indirectas de nuestra parte, Kane Kelly regresó por fin a su dormitorio y Blackburn aseguró la puerta con extrema desconfianza.
—¿Por qué piensas que es sospechoso? Es como cualquier alumno de nuevo ingreso—le dije para calmarlo—él no sabe nada de lo que sucedió con Amber.
—Todo él me es extrañamente familiar, pero al mismo tiempo no—se mordió el labio inferior, pensativo—al menos mañana nos iremos de aquí, Cereza de Otoño, muy lejos de este edificio y de ese desagradable humano.
—¿De verdad piensas llevarme a Praga a conocer tus orígenes?
—Allá podrás sacar fotografías preciosas—me miró con una ligera sonrisa—así como tú, e inspirarte.
Black se acercó a donde yo estaba y se recostó a mi lado en la cama. Yo tenía mi cámara en las manos y él me la arrebató juguetonamente.
—Es irónico que la hermosa fotógrafa no haya tenido todavía una sesión de fotos especialmente para ella—vaciló, manipulando la cámara.
—Sería un desperdicio—arrugué la nariz.
—Desperdicio será si no me ocupo de proveerte una sesión única y gratis—sentenció y se posicionó fuera de la cama, enfocando la cámara hacia mí. El flash centelleó varias veces y a juzgar por la expresión de Black, le encantó el resultado de las cinco fotografías.
—Las cámaras fotográficas fueron hechas para inmortalizar arte—intenté quitarle la cámara. Él se alejó unos pasos sin soltarla.
—Eso mismo estoy haciendo, Cereza de Otoño—replicó, sacándome Dios sabe cuántas fotos más—eres el arte más delicado, exquisito y perfecto nunca antes visto.
La sesión especial que Black hizo conmigo duró veinte minutos. Me hizo reír bastante para sacar las mejores fotografías, las cuales, estaba segura, que serían de muy mal gusto, aunque él protestó lo contrario.
—No pienso dormir en la misma cama donde la humana de útero festivo se divirtió con más de un humano—carraspeó Blackburn, acomodándose perfectamente en mi cama—aquí hay sitio para ambos, además, ya estamos juntos ahora y entra dentro de lo normal en una pareja, ¿no?
—Sí, pero…
—Quiero hacerte de todo, Cereza de Otoño, pero no sin tu consentimiento y si esta noche solo quieres dormir, dormiremos—esbozó una sonrisa que me infundió confianza y asentí—no pasa nada, tenemos tiempo todavía.
Alargó su mano a mí y se la agarré. Black tiró de mí hasta recostarme sobre su brazo y él se colocó en mi espalda, abrazándome por detrás.
—Solo necesito tenerte así conmigo—le oí decir en un susurro. Besó mi cuello y parte de mi hombro.
Acurrucado detrás de mí, me generó ternura. ¿Quién iba a imaginar que Blackburn Varkáris, un chico extraño, misterioso y egocéntrico, yacería en mi cama, rogándome caricias?
A pesar de que me intrigaba la naturaleza de su fuerza sobrenatural y los miles de misterios sobre él mismo que mantenía en secreto, no podía estar sin él.
Éramos como imanes. A donde quiera que Black fuera, yo iría a su lado, aunque eso significara que tuviéramos que bajar al infierno.
Horas después, desperté abrumada. Vi la hora en mi teléfono y marcaba furiosamente las cuatro de la madrugada.
Me volví hacia Blackburn y lo encontré en la misma posición del principio y me pregunté si su brazo no estaría con calambres. Ahogué un bostezo y lo moví para mayor comodidad y él abrazó enseguida mi almohada sin despertarse en lo absoluto. Su rostro relajado era incluso más hermoso.
La tenue luz de la lámpara caía encima de sus largas y rubias pestañas, de las cuales yo estaba enamorada totalmente.
De repente, un ruido estruendoso me hizo respingar. Provenía del primer piso y fruncí el ceño. A lo mejor eso logró despertarme, pero ¿qué era lo que sonaba?
En primera instancia pensé en Kane Kelly y de inmediato lo descarté porque era muy tarde para que él continuara despierto.
Me puse una sudadera y fui a cepillarme los dientes porque el sueño se había esfumado de mi organismo. Cuando regresé a la cama, nuevamente el ruido me desconcertó. Sonaba como algo pesado siendo arrastrado.
Despertar a Black era una mala idea, así que decidí ir a echar un vistazo. Tal vez se trataba de algún gato que se había colado al edificio o en el peor de los casos Kane.
Saqué las llaves y mi teléfono antes de salir al pasillo oscuro.
Los focos apenas iluminaban y como todo estaba vacío, le daba un toque tenebroso y sepulcral.
Al llegar al primer piso no hallé nada sospechoso, de hecho, estaba más desértico que arriba y me arrepentí de bajar. Uno de mis defectos más grandes era la curiosidad.
Al segundo que me encaminé de regreso a la escalera, el ruido volvió y me di la vuelta bruscamente.
—¿Kane? —pregunté al ver al chico de pie frente a mí, con un costal pesado en el suelo y sujetándolo con una mano.
—Buenos días—saludó, risueño— ¿qué haces despierta tan temprano?
—Lo mismo pregunto yo—fruncí el ceño, mirando el costal a propósito.