Victoria condujo hasta la casa de Kendra, mientras ella veía por el cristal de la ventana del copiloto. Cuando la castaña se dio cuenta del lugar donde estaban comenzó a reírse. Bajó del auto y se recargó contra la puerta.
- Creí que me quedaría contigo.
- ¿Eh?, pensé que te referías a que nos quedáramos juntas aquí.
- No, o sea, Frank no está, pero es demasiado…
- No te rías, que me pones nerviosa y por eso me confundo.
- No me estoy riendo, - respondió con una sonrisa mientras sacaba sus llaves. – es sólo que no me refería a esto.
- Bueno, pensé que sería mejor estar aquí a estar en mi casa, mis padres están cuidándome todo el tiempo y no podemos…
- ¿No podemos? – La castaña esperó una respuesta.
- ¡Ah!, deja de meterte en mi cabeza, ni siquiera sé qué estoy diciendo, ¿entramos ya?
Kendra encendió las luces, dejó las llaves en su gabardina y la colgó en el perchero de la entrada. La tomó de la mano y la llevó hasta su habitación. Todo estaba igual que la última vez que estuvo ahí, incluso la silla junto a la cama.
- Está algo desordenado, no pensé que vendrías.
- Para nada, ¿puedo acostarme? – Preguntó señalando la cama sin hacer.
- Claro, sólo voy por…
- No me dejes.
- Tienes miedo de tu propia habitación, ¿no es así?
- ¿Qué? – Victoria se recostó rápidamente y se cubrió con las sábanas.
- ¿Prefieres quedarte aquí antes que en tu propia casa?
- Prefiero estar donde estés tú, ven. – Dijo en voz baja mientras le hacía señas para que se acostara a su lado. La castaña dio un profundo suspiro e hizo lo que le había pedido.
- ¿No es algo estrecho?
- No, estoy cómoda, ahora si me disculpas, voy a dormir. – Anunció la rubia, deslizando sus brazos para abrazar a Kendra.
- Qué consentida estás… - Susurró, dándole un beso en la frente.
A la mañana siguiente, cuando Victoria despertó, lo primero que vio, fue el rostro de Kendra. Dormía tranquilamente, pudo apreciar la longitud de sus pestañas, el cabello alborotado, sus labios cerca de los suyos. Se sintió tentada a besarla, pero se detuvo. No porque no quisiera hacerlo, si no que por alguna razón sus mejillas ardían de tan solo pensarlo.
- Buenos días, Vi… - Dijo la castaña frotando sus ojos. – Lamento que no hayas pasado una noche tan cómoda como te hubiera gustado.
- No me he quejado, de hecho, creo que dormí como nunca, me siento descansada y llena de energía.
- ¿Sí?, tal vez sólo soy yo… - Se levantó y giró su cuello suavemente hacia un lado. – Parece que una locomotora pasó sobre mí.
- Debe ser la edad, ¿desayunamos?
Victoria definitivamente estaba muy energética, se movía de un lado a otro, casi se llevó a Kendra a rastras hasta la cocina. De entre las cajoneras sacó una caja de cereal, abrió la nevera y sacó de todo un poco: carne, algunas verduras como brócoli y zanahoria, y algo de leche.
- ¿Deslactosada?
- Es de Frank, - rió. – pero si la necesitas, úsala.
- ¿Tú no piensas desayunar?
- Estoy bien sólo con fruta.
- Debes comer algo más. – Kendra se limitó a sonreír, mientras cortaba un poco de mango y manzana sobre una tabla de plástico. – No te rías.
- ¿Ahora no puedo reírme? – Tomó a Victoria por la cintura. - ¿Qué más no puedo hacer, cariño?
- ¿Q-qué?, ¡Kendra! – La atrajo hacia ella y esperó a que cumpliera con su pensamiento mañanero. - ¿Qué haces?, s-suéltame.
- ¿Te parece si revisamos algunos bares de Locarno para visitarlos durante nuestra estancia? – La soltó y siguió cortando.
- Me parece una idea muy buena, en realidad… Pero ya que hablamos de bares, ¿puedes decirme qué pasó ayer?
- ¿Ayer?, no sé a qué te refieres.
- Tu actitud con la chica, fue muy extraña, tú sueles ser muy amable, pero, aunque mantuviste esa imagen, la chica se veía nerviosa.
- Claro que estaba nerviosa, - La rubia se detuvo, pensó que tal vez su novia no lo había notado, estaba equivocada. – puso un par de tabletas en tu limonada.
- Pero tú, tú te la tomaste, ¿es por eso que te sentías mareada? – Kendra dudó en responder, era obvio que las drogas no hacían nada en su cuerpo, pero en el de Victoria, la habrían dejado noqueada por un par de días. Era un método muy estúpido entre demonios, pero existían súcubos que no eran muy buenos, sus poderes eran bastante inútiles y un poco de ayuda no les venía mal.
- Pude deshacerme de ellas, pero hicieron efecto, aun así, no el que originalmente tendrían, claro está.
- ¿Estás loca?, debiste decírmelo, pudiste intoxicarte, no sé, conduje hasta aquí cuando pude llevarte al hospital sin problemas.
- No es la primera vez que tengo una experiencia así, no te preocupes demasiado.
- ¿Y si te pasaba algo más?, ¿qué haríamos?
- Oye, oye, - Trataba de calmarla. – estoy bien, olvidémoslo y relajémonos por hoy, mañana será un día largo y no quiero que estés tensa por una tontería, ¿quieres ver una película?, ¿ir de día de campo?
- Está bien, una película me parece una buena idea…
***
Scarlet recibió un mensaje de su hermana, contándole lo sucedido en el bar. No lo dejaría pasar. Así que en cuanto lo leyó, fue a buscar a su madre para exigir un castigo para el culpable. Los súcubos e íncubos no tenían permitido el uso de sustancias para corromper a los humanos, mucho menos tratándose de la chica de la profecía.
Al llegar a la habitación donde su madre descansaba, dudó en si debía entrar o tocar la puerta.
- Soy un demonio, no respetamos las reglas, - Entró haciendo todo el ruido posible. Su madre estaba leyendo uno de los pergaminos de la profecía. – tenemos que hablar de algo.
- ¿Tu hermana ha dejado los juegos estúpidos?
- Está haciendo lo que le pediste, lo que todos le pidieron…
- Excelente, es todo lo que tiene que hacer.
- Alguien trató de drogarla.
- ¿De qué hablas? – Lilith parecía sorprendida. - ¿Drogar a quién?
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Editado: 31.10.2020