Feliz cumpleaños hermana
Levanna
Cuando tuve la edad de tomar decisiones por mí misma le pedí a mi madre que me dejara re decorar mi habitación. Siempre odié verla tan colorida y llena de luz.
Nos tomo una semana cambiar el color de los muebles, las cortinas y el tono de las paredes. Mi madre y yo habíamos acordado desde el inicio que mi habitación tendría una combinación de azul, gris y negro. Y mis accesorios serían de un morado, azul y rojo metálico.
Arianna se burló de mí durante todo el proceso, no dejaba de criticar mis gustos "poco femeninos". Un día me cansé y le dije que los colores no definían un sexo y que estaba bien tener gustos diferentes a los de ella, que no debía gustarme los colores pastel para sentirme una niña. Desde ese día dejó de molestarme.
Ahora que estoy por última vez en ella me parece melancólica con tanta oscuridad. Toco el atuendo sobre mi cama, al menos escogieron algo propio de mí. El atuendo es rojo sinónimo de muerte y el negro de luto, perfecto para la ocasión.
Me tomo el tiempo para recorrer cada centímetro de mi cuarto, desde mi armario hasta el pequeño librero a un lado de la puerta, me pregunto qué pasará con el cuando muera.
Me resigno antes de que la tristeza me gane y me ponga a llorar, no tengo tanto tiempo para eso. Después de tomar mi última ducha, examinar mi herida y limpiarla, me pongo el atuendo. La parte difícil son las mangas, mi brazo aún está herido y me duele demasiado pasar la prenda pero al final lo logro.
Me veo el espejo de cuerpo completo, se ciñe muy bien a mi cuerpo, es increíble que sea la última cosa que usaré en mi vida. Me pongo las botas y me trenzo el pelo como mi madre solía hacerlo. Tomo el collar que mi padre me regaló hace algunos años, el mismo que le regaló a Arianna, los ojos se me nublan al pensar en él y en todas esas personas que me creen culpable pero no solo eso, el rostro de mi padre suplicándome por su vida remplaza todos los buenos momentos a los que me he aferrado. Disipo las lágrimas. Ya no puedo seguir llorando.
─Se acabo tu tiempo ─Rognak entra sin avisar─. Levántate.
Hago lo que me dice y salgo sin mediar palabra. Afuera, miro un segundo a un lado justo al lugar donde Max siempre estaba listo para cuando yo salía.
─Te veo pronto ─susurro solo para mí.
Rognak me pone unas placas en las muñecas que me inmovilizan de manera brutal antes de continuar con el camino. Una vez listos alzo la mirada y comienzo mi camino seguida de dos guardias y Rognak.
Al llegar a la salida, el sol está en su punto más fuerte y de alguna manera su calor me reconforta.
Seguimos caminando unos metros más hasta llegar al lugar, necesito detenerme un poco, todo está siendo muy opresivo pero Rognak vuelve a empujarme para que siga caminando y eso hago. Me guían hasta una enorme sala techada con vidrio solar y con sus paredes completamente blancas, en el centro un pequeño cuadro rojo con cadenas enterradas en el piso que suben por los costados de una enorme silla del mismo color.
En los palcos todo el mundo que ha logrado asistir grita y me abuchea en cuanto entro. Me odian, yo misma creo hacerlo también.
─Bienvenida a tu último trono ─me susurra Rognak antes de jalarme hacia la silla de respaldo adornado con una espada grabada a mano y altos picos saliendo y alzándose hacia afuera.
Con brusquedad me sienta en ella, las cadenas al sentir mi peso se van deslizando poco a poco sobre mi cuerpo y se cruzan sobre mi pecho, sobre mis muñecas y mis tobillos hasta dejarme atada a la gran silla por completo.
Es ahí cuando mi corazón empieza a latir muy rápido, el miedo por fin comienza a invadirme por completo y no a partes irreales. Mi mirada se fija hacia el frente y por fin me percato del panorama. En la parte de abajo justo en frente de mi una enorme mesa rectangular con ocho personas sentadas detrás de ella, cuatro hombres y cuatro mujeres con las miradas tan profundas; la corte real.
Arriba en un balcón, mi hermana, mi madre, mi abuela, Yeray y Karsteen junto a su padre me observan fijamente. ¿En qué momento mi muerte se volvió un evento público?
─Se inicia el juicio de la traicionera ─un hombre de enorme barba y ojos rasgados se levanta─: Levanna Carden. Acusada de asesinar a una familia en el pueblo más alejado del reino, además de matar a sangre fría al Rey Timerio; su padre.
La piel se me eriza, escuchar cómo me acusan de matar a una familia y asesinar a mi padre me hace sentir como la escoria de este reino.
─Su majestad. ¿Cómo la declara? ─la atención se va hacia el balcón donde mi mirada cae en la de mi madre.
Mi corazón sigue latiendo tan rápido que me da miedo morir antes de la sentencia, los ojos de mi mamá no se despegan de los míos, pasé dos días encerrada y ella en ningún momento me visitó, me da miedo pensar que moriré sin haber hablado con ella por última vez, sin que me diga cuanto me ama.
─Se le declara culpable por asesinato y traición ─habla por fin y yo siento como el corazón se me parte, se toma un segundo más antes de dictar mi fin─. Se le sentencia a una muerte digna dada por su hermana, Arianna Carden.
El frío recorre mi cuerpo y las lágrimas caen silenciosas por mi rostro al escuchar a mi madre. Esta vez el sentimiento de muerte es más real, pero ni así rogaré por mi vida.
Arianna baja del balcón con su fingida porte de seguridad pero ni siquiera con su ridículo atuendo logra engañarme, desde donde me encuentro puedo notar sus nervios.
Cuando llega hasta mí, Rognak le tiende la charola con una jeringa de un contenido amarillo, ella lo toma sin mirar a nadie. Se posiciona frente a mí y por fin me mira.
─Espero que estés lista para morir.
─Espero que estés lista para matarme.
─Lo estoy ─sonríe.
Esas dos simples palabras me bastan para obligarme a detener las lágrimas y mirarla de la manera más fría que puedo.