Érase una vez...Nosotros

Capítulo 4

CAPÍTULO 4

-Sebastián-

Me duché, el dolor en mi hombro era tedioso a esas alturas apenas si podía mover mi brazo por completo sin que no jadeara de dolor. Me cambié, y esperé durante horas , cada tanto iba hacia la sala y me lanzaba sobre el sofá, luego iba hacia el pasillo que daba a la recámara en donde la había dejado, caminando como un lunático de una punta a otra esperando cualquier signo que me indicase algo, hasta que oí el chasquido de la llave, me apoyé sobre la pared, pues tenía que simular parecer tranquilo y no como un completo desequilibrado que ya estaba fuera de sus cabales que había pasado horas debatiendo contra su propia razón sin pegar un solo ojo en toda la noche.

Cuando abrió la puerta admito que la imaginé de miles de formas, pero, no de la manera en la que se presentó ante mí, por lo tanto planteó las cosas aún más difíciles: ¿Quién me creería?

Había semi recogido su cabello con un listón de color bordó que caía hacia atrás sobre su cabello perfectamente peinado, llevaba unos diminutos pendientes, una blusa de mangas largas que se amoldaba a su cuerpo a la perfección, de jeans ceñidos y zapatillas claras, titubeó al verme, sus ojos brillantes me observaron, su rostro había tomado algo de color bajo su pulcra tez blanca, sus labios eran de un rosado tan intenso que confundían hasta que… gritó.

Ladee mis ojos, desarmando mi postura, ¡era la primera vez que una mujer gritaba aterrorizada solo por verme!

Para empeorar aún más las cosas, ella era muy torpe, refregué mi rostro hasta el hartazgo no podía creer que ella fuese tan inútil. Una vez que noté que podía apoyar bien su pie, la conduje hasta la salida.

—Hasta nuca. —dije abriendo la puerta para que saliese de una buena vez, ella tomó su maleta asintiendo resignada.

—A pesar de que eres un tanto particular—moví mi cabeza sorprendido al oírla decir eso.

—¿Estás segura de que el raro soy yo? —cuestioné.

—No deseo ofenderte—era la primera vez que le oía hablar con seriedad— quiero decir, tu forma de ser con respecto a mi extraña condición, es atípico y a pesar de ello, has sido amable, gracias por eso.

No iba a caer en la treta de su expresión asustadiza y su mirada calada de tristeza.

—Fuera—sentencié abriendo aún más la puerta, ella asintió moviéndose hacia el umbral para irse de forma definitiva. Cuando de pronto el velociraptor de mi doméstica aparecía con celeridad dirigiéndose hacia la puerta ¡la odie!, lancé un insulto por lo bajo.

Tomé a Ana por el brazo devolviéndola hacia adentro.

—¿Qué ocurre? —inquirió ella, estupefacta por mi reacción.

—Es mi doméstica, no sería bueno que te vea aquí…ella es…

¡Tarde! ¡Muy tarde!

—¡Señor! ¡gracias al cielo! ¿aún no ha ido a que lo vea un médico? —ella directamente entró.

—No, aun no. —respondí a secas.

—Lo siento pero he dejado mi móvil olvidado, solo me tomará unos minutos encontrarlo, he conducido desde mi otro trabajo y no es para nada cerca , ¡pensé que me lo habían robado! Porque encontré a un sujeto en la cafetería que estaba mirándome y su extraña cercanía me resultó muy sospechosa.

—Quizás solo estaba bebiendo café como cualquier mortal Darna. —respondí malhumorado.

—Quizá, pero…luego recordé que posiblemente estaba aquí—iba y venía buscando su teléfono. Ana, yacía inmóvil, percibí que intentaba ocultarse tras de mí.

Hasta que Darna, notó su maleta.

—Señorita: ¿Usted es la dueña de esta maleta?—dijo en medio de su búsqueda asomándose tras la mesada de la cocina.

Ana con sumo cuidado se movió dando un par de pasos separándose de mí, aun intimidada.

—Así es…—respondió de manera escueta.

—El señor Cle…

—¡Apúrate Darna! —mi voz salió casi como un estruendo, ella dio un salto arrugando su expresión, mientras que Ana me observó flechándome como un lunático. ¡Iba a volverme loco si continuaba con esas dos rompiendo mi equilibrada existencia.

—No grite, no grite, si ya me voy, por cierto: —iba abriendo cuanta cajonera encontraba a su paso—¿Dónde está la gatita que llegó ayer? ¿no se habrá desecho de ella? —sus ojos acusadores eran un fastidio. Ana me observó frunciendo levemente el ceño tildándome con su expresión con un notable desgrado bajo su silencio secreto.

—La llevé al veterinario para que se hagan cargo de ella y de esa manera alguien la adopte—respondí inmutable.

Ana curvó sus labios con cierto fastidio.

—¿Va a darla en adopción? Que pena…era tan mona…

—Vete Darna, seguramente el tipo de la cafetería te robó.

De pronto se elevó una vez más pero esta vez ya con el móvil en la mano, sus pelos se revolvieron de tanto rebuscar.

—¡Lo encontré! —caminó hacia nosotros.

Abrí nuevamente la puerta, para librarme de un problema a la vez.

—Vaya a ver un doctor, su hombro no se veía bien esta mañana y ya que estará allí, dígale sobre su alergia a los gatos—fue cuando Ana se volteó sorprendida por aquello que dijo mi doméstica.




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