CAPÍTULO 6
-Sebastián-
Estimado Sebastián:
Estás muerto.
¿Cruel destino?
Desde que atravesaste ese momento que marcó tu vida todo en ti se apagó, solo ese día supe que habías perecido de forma definitiva.
Tú el que siempre hacía todo bien, tú al que nunca se le escapaba nada, tú el cuasi perfecto, tú el indómito, el que nadie era capaz de tocar, hasta que un día te dieron un golpe de muerte, ese, que no esperabas bajo ningún miramiento porque estabas sumido en tu ego, tanto, que jamás imaginaste que el peor dolor de tu vida vendría de quien perjuraba que jamás te haría daño, y esa misma persona fue la que te destruyo a ti y a todo eso que creías que eras arrancándote las alas, rompiendo tu fortaleza, haciéndote trizas.
Desde un principio intuía tu triste desenlace, sentí pena de ti, siempre fue así, y creo que en algún punto lo notabas y por aquella misma razón me enfrentabas, porque muy en el fondo sabías cuál sería tu triste final.
Con el correr del tiempo, tu mirada cambió, tu voz se apagó, te habías convertido en un hombre nuevo que nacía de las cenizas pero totalmente maltrecho.
Por esa misma razón pienso burlarme de ti una última vez.
Su nombre es Ana, y espero que ella desate los nudos con los cuales has estado ahorcando tu existencia para convertirte en alguien acabado.
Por lo tanto, mi última petición:
¿Aceptas mi particular regalo?
Atte;
Arthur Clement Billard
-Ana-
Había perdido mi camafeo, a pesar de que lo busqué en los distintos recorridos que hacía a diario, sería como encontrar una aguja en un pajar, también pensé en la posibilidad de que estuviese extraviado en la casa de ese arrogante, pero, no, allí no volvería, de hacerlo podría meterme en mayores problemas, y ya tenía suficiente con todo lo que me estaba pasando, la pequeña habitación que había rentado en un edifico de mala muerte, no tenía ascensor, bueno, en realidad sí, pero estaba averiado hacía meses porque alguien cayó por error por allí muriendo…
Fruncí mi ceño turbada, ¿algo más tétrico? Subía y bajaba las escalinatas con mi gas pimienta en la mano, cada tanto me topaba con mujeres ebrias sentadas en los escalones con sus parejas a las que debía esquivar, o algún idiota en peor estado…vivía bajo un estrés constante ya no recordaba la última vez que había sentido cierta tranquilidad ya ni siquiera sabía cómo se percibía tal cosa. En un mundo plagado de tantas realidades, mi existencia adversa y diminuta parecía eclipsarlo todo a mi paso…
Una vez en mi trabajo, comenzaba la rutina de todas las noches, ir y venir, dentro de todo eso aquello mantenía mi mente en pausa, si bien mis preocupaciones no se alejaban ,pero, se detenían dándome un espacio para olvidarme de mi situación.
Faltaba poco para que terminara mi turno, cuando mi jefa me llamo.
—Ana, alguien está buscándote,
—¿A mí? —repetí con extrañeza.
Ella asintió.
—Sabes que no puedes salir en horario de trabajo. —me recordó.
—¿Dónde está? —mi jefa movió su cabeza hacia un costado, me giré en esa dirección, y mis ojos no tardaron en identificarlo entre la multitud me observaba atento y a la espera.
Era realmente guapo, las mujeres que pasaban cerca suyo lo observaban pasmadas y no era para menos, vestía de manera simple, pero, cada prenda que usaba parecía estar elegida para destacarlo, de jeans azules, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero negra ceñida hacían resaltar su figura, el cabello lo llevaba algo desprolijo pero en él eso era ideal , su mandíbula perfecta haciendo juego con su rostro simétrico y esos ojos grandes y llamativos que no pasaban desapercibidos bajo ninguna circunstancia.
Me giré nuevamente, intentando obviar la turbación que él me producía, había perdido la cuenta de cuando fue la última vez que lo vi, ¿cómo logró encontrarme? Meneé mi cabeza moviéndome entre la gente, continué trabajando como si no existiera.
Pero, eso sería por muy poco tiempo, llegado mi momento de irme, me despedí de todos mis compañeros ajusté el cordel de mi bolso a mi hombro, salí hacia afuera, el amanecer iba apareciendo, y con ello una vez más el tedio de tener que pasar todas las mañanas por una obra en construcción que era tan grande que se me hacía imposible cortar camino.
—Te avisaron que estaba esperando por ti, pero, por lo visto, juegas con mi tétrica paciencia—Su particular tono de voz teñido con algo de mal humor era inconfundible, me voltee sutilmente echándole un vistazo.
—No deberías haberme esperado, después de todo, das miedo sabiendo dónde trabajo, no es normal, ¿lo sabías? —comencé a caminar. Mientras lo hacia el fastidioso de Eddy se asomaba, se quitó su casco amarillo para salir a mi encuentro.
Iba tenerla difícil esa mañana derribando objetivos molestos. Pero su sola presencia cambiaba el inicio de mi mañana:
—¿Así que ya llevaste a un tipo al hospital por usar gas pimienta?
Su tono arrogante ¡uy!
Editado: 11.12.2024