Elysia se sentía nerviosa en la pista de hielo, consciente de que su atuendo no era el más adecuado para una competencia de patinaje artístico. Pero entonces, Lir, cuya presencia era un misterio para todos menos para ella, la tomó de la mano y desapareció detrás de un árbol, y tocó suavemente su hombro.
En un susurro de magia élfica y un destello de luz tenue, su ropa se transformó. Su atuendo casual se convirtió en un vestido de patinaje deslumbrante, adornado con cristales que capturaban la luz de las estrellas y la reflejaban en patrones hipnóticos sobre el hielo. Elysia bajó la vista sobre sí misma y contempló el cambio: estaba vestida con una creación que parecía tejida a partir de la propia noche invernal, con hilos de plata y escarcha.
El vestido fluía como agua alrededor de sus piernas, permitiéndole moverse con libertad y gracia. En ese momento, decidió no cuestionar su realidad; si esto era un sueño, era uno que quería disfrutar al máximo y le sonrió agradeciendo a Lir ese detalle.
—Gracias, es hermoso —susurró sonrojándose al ver que Lir tenía un atuendo en armonía con el suyo y le pareció extremadamente guapo.
—¿No te asusta? —preguntó él tirando de ella para regresar a la pista— ¿No te importa lo que soy, no vas a preguntar?
Elysia no contestó, ¿le importaba? Se preguntó, no lo sabía. Pero su mano en la de Lir se sentía muy bien y no lo soltó, sin importar si era real o no, estaba allí a su lado, no estaba sola y se sentía muy bien.
—Lo único que me interesa es que regresaste a mí, Lir —susurró para complacencia del príncipe que apretó su mano emocionado. —Por favor, no vuelvas a desaparecer —rogó mirando fijo a sus ojos verdes que se iluminaron inusualmente.
—No lo haré, pero si lo hago, ¿qué harás? —preguntó, pero no hubo tiempo para que Elysia respondiera.
La música comenzó, una melodía encantadora que parecía nacer del propio bosque, llena de misterio y belleza. Las parejas comenzaron a patinar, cada una ejecutando juegos y acrobacias que arrancaban exclamaciones de asombro del público.
—Elysia —llamó el príncipe al tiempo que tiraba suavemente de ella al sentir el leve estremecimiento que recorría casi imperceptible el cuerpo de la joven. —Confía en mí
—Lo hago Lir, pero hace mucho que no hago esto, si no lo hago bien por favor, perdóname.
El príncipe elfo atrajo a Elysia y unió su frente con la de ella. Ella sin saber porqué cerró los ojos por un instante sintiendo como una calidez abrumadora la llenaba, al tiempo que escuchaba la voz del príncipe decir.
—Tú y yo estamos destinados a ser uno por la magia, confía en eso y todo saldrá bien.
Se separaron y regresaron de la mano a la pista en el lago helado. Las parejas fueron haciendo cada una su ejecución, cada vez más complicadas y deslumbrantes arrebatando los aplausos y exclamaciones del público. Pero cuando llegó el turno de Elysia y Lir, el tiempo pareció detenerse.
El príncipe elfo Liriel la guió en una danza sobre el hielo que era más un poema visual que una simple coreografía. Se deslizaban con una sincronización perfecta, sus movimientos eran fluidos como si fueran uno con la música y con el invierno mismo. Cada salto y cada giro parecían desafiar la gravedad, cada paso contaba una historia de amistad y magia entrelazadas.
El público observaba embelesado, algunos incluso dudaban de sus ojos, preguntándose si lo que veían era fruto de algún hechizo del bosque. Pero no importaba si creían o no; en ese momento, todos eran parte del encanto. Lo que veían les hicieron recordar a otra pareja, los padres de Elysia tenían esa misma magia al patinar, y los corazones se sintieron primero oprimidos por el recuerdo de la pérdida de sus amigos, y luego felices porque su hija al fin había salido de la librería a enfrentar al mundo siendo parte de la comunidad.
Elysia danzaba con una sonrisa deslumbrante sin apartar sus ojos, de los verdes del príncipe Liriel que parecía resplandecer cada vez más con cada giro, o pirueta que daba. Cuando la música llegó a su fin y Elysia y Liriel se detuvieron en el centro del lago helado, una ovación estalló desde las gradas. El poblado entero había sido testigo de algo extraordinario, un momento que se grabaría en los corazones y en las leyendas del lugar para siempre.
Y Elysia, allí en el hielo bajo la mirada adorada de su amigo elfo el príncipe Liriel, sabía que aunque esto pudiera ser un sueño, era uno en el que finalmente no estaba sola. Y sin saber lo que hacía se giró para él y respondió.
—No, no me importa lo que seas, porque yo sé lo que eres. ¡Tú eres mi regalo de Navidad, príncipe elfo Liriel!
Parecía que al pronunciar esas palabras el tiempo se había detenido. Elysia sintió una quietud sobrenatural envolverla. El aliento de la noche pareció suspenderse, y la multitud en las gradas quedó en un silencio expectante. Cómo si alguien hubiese hecho que se detuvieran congelados en el tiempo.
—¡Elysia! —susurró el príncipe viendo la sonrisa radiante y feliz de ella que no dejaba de mirarlo como si esperara algo más, una confirmación de que no estaba equivocada.
Liriel, el príncipe elfo, dio dos pasos como si quisiera que lo contemplara y se reveló en toda su majestuosidad ante ella, su semblante reflejando una alegría profunda y antigua. Los ojos de Liriel brillaban con una luz que no era del todo terrenal, y su sonrisa era un espejo de la emoción pura que Elysia había expresado.
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Editado: 14.12.2023