Capítulo 11.
Sonrío apagando la pantalla cuando no recibo respuesta por su parte. Es tan negada a que me acerque y a responder mis preguntas.
Recuerdo la primera vez cuando Kay me advirtió que nunca mirará a su hermana por que terminaría nuestra amistad. Ahora que lo pienso bien, muy inmaduro de su parte, no es quien para decirme eso cuando todos le decían que estar con su tía solo le iba a traer problemas y vaya que no le han faltado durante todo este tiempo.
Kania tenía algo que yo no podía evitar ver y al parecer solo estando en Inglaterra el hechizo se desaparece un poco.
¡O algo raro, maldita sea!
Mi teléfono vibra y espero que sean Kania pero termina siendo Mariene quien me manda una dirección. Me levanto del sofá y camino a la ventana donde medito que contestarle. Mi razón verdadera de esta ciudad es saber que ha sido de mi padre y así poder continuar con mi vida. En la que al parecer solo me voy a seguir necesitando a mi mismo.
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—No me imaginaba que serías capaz de venir a un lugar como este —me burlo de Marienne. Tiene una ropa que estoy seguro que mi madre ha utilizado para sus eventos de caridad. Unos pantalones perfectamente aplanchados de color blanco y una camisa en polo azul. Hay que destacar la elegancia con que se viste—. No te separes que si algo te pasa Kay me mata.
—Primero te mata por haber estado con su hermana —Ahora es la que se burla—. Hablando de ello, ¿en qué van? En la fiesta de Julieth parecían cercanos. Aunque me entere que hace poco tuvo una cita.
—Todavía me asusta la forma en la que sabes de todo.
—Ventajas de ser hermosa —La miro con asco. Esta complemente loca—. Quita esa cara imbécil, si tu mejor amigo no estuviera loquito por mí, te hubieras enamorado.
—Si eso te deja dormir en la noche entonces créelo.
Admitir que es guapa es real. Pero nunca superaría a Kania.
—Idiota, y tras del hecho vine apoyarte en esto —patea la bolsa de basura que se le cruza por el camino.
Según la información que me envío Kay, mi padre ha vivido en una zona peligrosa de la ciudad, suelen decir que se maneja mucho el tema de la droga y la mafia en sí. Es raro pensar que mi padre pueda estar en un lugar así. Las paredes de las casas parecen desgastadas y algunas tienen las ventanas rotas. Pasamos por unos sujetos que están fumando, los cuales se comen con la mirada a Mariene, lo que hace que mi amiga se pegue a mi brazo.
—Imbéciles —masculla con asco—. Matare a tu amigo en cuanto tenga la oportunidad.
—¿De qué forma? Porque solo he visto cómo te le comes la boca —Llegamos a la dirección que aguarda en un papel, en mi mano—. Hemos llegado. Voy a tocar… —Me zafo de ella y camino hasta la puerta. Me tiemblan ridículamente las manos.
—No vuelvas a mencionar eso del beso. No se supone que se sepa de nuestra relación —se queja a mis espaldas. Puede ser estratégica para muchas cosas, pero en lo que refiere a Kay, se comporta como una estúpida—. Hazlo rápido que hace frío.
Toco la puerta y segundos es abierta.
En la sala de mi antigua casa había un cuadro colgado con una pintura de nosotros tres. En ella mi madre sale con su cabello recién salido de la peluquería, un vestido rojo que le había obsequiado mi abuela, una sonrisa a boca cerrada y sale parada al lado izquierdo de mi padre. Él salía en un sillón con la pierna cruzada, su mano encima de la de ella y la otra en su rodilla, un traje perfectamente aplanchado y unos zapatos que costaban más que las cosas de mi cuarto. Y por último salía yo, que tenía quince años, un traje a juego con él y una sonrisa que me delataba. Yo no quería estar ahí, porque ese mismo escuche como le decía a mi madre que me faltaba mucho para lograr ser su hijo.
Mi relación con él nunca ha sido buena, pero cuando mi madre se divorcio de él fue nula.
—Ian… —su reacción es de sorpresa total mientras me mira. Me veo en perfectas condiciones, él no—, hijo, ¿qué haces acá?
—Cuándo se es padre, ¿es tan fácil renunciar a sus hijos? —pregunto.
No volví a esta ciudad por nada más, si no por respuestas y porque mi abuelo antes de morir hace seis meses me pidió que lo buscara, que su hijo era importante para él.
—Pasa y podemos hablar mejor del tema —Se hace a un lado, y paso.
Vengo por mi abuelo, no por nada más.
Mi padre saluda a mi amiga quien entra después de mí. Escucho como le pregunta a mi padre para darnos un espacio a solas. Sé perfectamente que va a escuchar, es una metiche innata.
Miro toda la que se supone que es la sala, pero tiene cara de todo menos de eso. La basura en un rincón, que huele a mierda, una escoba al lado, que parece supremamente vieja. Polvo por todas partes hasta en el único sofá que hay.
—No mires así. Me he acostumbrado a vivir así, no es tan malo como parece.
—Vives en un basurero —recalco con fuerza.
—Es para lo único que me alcanza… —Lo miro con furia y sin poder creer que se haya permitido desmejorarse tanto—. ¿Por qué estás acá, Ian?
—Ya que mi padre desapareció, me pareció importante saber si seguías vivo o no.
—Lo estoy… Pero parece que no estás muy contento con ello.
—Perdón, como llamaste mucho a saber por nosotros.
—Tu madre no me lo permitió una vez firme esos putos papeles —Se pasa una mano por la cara y el cabello. Tiene su cabello llena de canas—. Intente llamarte muchas veces pero no me dejo. Siempre me dijo que no querías hablar conmigo.
—Y te rendiste. Ese siempre ha sido tu jodido problema —Saco de mi chaqueta el sobre que me dio a cargo mi abuelo y se lo entregó.
La familia Berhane siempre ha sido una familia de dinero por la extracción de petróleo, es algo de generación en generación. Pero cuando mi padre decidió tener otra familia, mis abuelos le dejaron todo a mi tío, porque su otra familia quería reclamar los derechos.
Es por ello que también se separaron y es por eso que nos fuimos del país. Ella necesitaba empezar de cero y yo buscar algo que me hiciera grande. Es por eso que mi abuelo me dejó en el testamento, pero solo lo podría utilizar si lo llevo con mi abuela.