CAPÍTULO 12
HOLA, SOY MATHIAS
Mathias:
Mamá está insoportable y me ha echado tremendo pleito por el asunto de la chica esa. ¿Cómo es que se llama? ¿Izzy? Vaya drama el que se ha formado por una simple enfermera, que para colmo ni siquiera es hermosa. Bueno, tampoco es fea…pero no es el tipo de mujer con el que me gustaría verme acompañado. Como sea, eso no importa ahora. Lo que necesito es arreglar la situación porque mamá no me dejará en paz hasta que lo resuelva. Hasta papá se ha alarmado cuando se enteró del asunto y también me ha dado una reprimenda. ¡Que fastidio!
Aunque francamente, debo admitir que me excedí. Quizás se me fue la lengua diciéndole lo que le dije pero… ¡es que estoy harto de todo! Del tiempo perdido, de estar convaleciente, de no poder irme a mi departamento, de haber perdido mi teléfono, de no tener escrito mis contactos en alguna libreta y ahora no recordar los números telefónicos de nadie, de no saber nada de Becca, de tener una demanda encima y para colmo ahora tengo que lidiar con esta chica. Tanto ha estado mamá con este tema que me hizo prometerle pedir disculpas. Más que eso, dice que debo ser yo quien la busque y le pida que regrese. Rogar si es necesario, me dice. ¿Cuándo se ha visto que yo, Mathias Giannopoulos, le ruego a alguien? En fin, que si quiero acabar con los sermones de mamá y las miradas de reproche de papá, no tendré otro remedio que ir a pedirle disculpas a la enfermera.
—Está bien. Tú ganas, mamá. Ponla al teléfono para hablarle.
Mamá no tardó en negarme el pedido, tal parece que sabía lo que diría y tenía en mente que responder.
—Esas cosas no se hacen por teléfono, debes ir a buscarla a su casa. Discúlpate como un verdadero caballero. No te preocupes, ya estás lo suficiente fuerte como para hacer una corta visita. Debes ir hoy mismo porque si esperas, ya se habrá conseguido otro trabajo. Hablaré con el chofer para que tenga listo el auto. Ya le diré yo la dirección —instruyó mamá sin darme tiempo a rezongar.
Me parecía que aquello era un tanto exagerado pero me vi acorralado y sin otro remedio que hacer la visita.
Mientras me preparaba para salir, me llegaron pensamientos de improviso. Desde que salí del hospital me pasa con frecuencia. Es una imagen que antes había visto pero que no logro discernir de qué se trata. Es un pantallazo fugaz y espontáneo que me confunde. Veo la mano de una mujer con uñas pintadas color de rosa y que lleva una sortija amatista en su dedo anular. Es confuso y extraño que esa imagen me parezca familiar y que a la misma vez no pueda ubicar su importancia en la noche del accidente.
Intento sacudir la confusión de mi mente porque ya bastante tengo como para estar ahora pensando en resolver misterios o tratar con fantasmas. Entonces, me pareció que después de todo no sería mala idea tener a esa chica a mi lado cuidándome. Las terapias aceleraran mi recuperación y con eso puedo aclarar mi mente. También estaré lo suficiente bien para regresar por fin a mi departamento y dejar de vivir bajo la tutela y el ojo acusador de mis padres. Además, creo que esa chica también podría ayudarme a solucionar el misterio de Becca. En lo que me llega el nuevo teléfono y la computadora que compré en línea, la pondré a investigar a ella. ¿Cómo no lo había pensado antes?
El chofer me dejó frente a su puerta. Tuve suerte que vive en un primer piso por lo que no tuve que hacer esfuerzos en subir escaleras y que me agotarían. Eso demostraría aún más que necesito su ayuda y que al fin de cuentas no estoy tan bien como digo estar. Le pedí al chofer que me esperara con el auto encendido porque no pensaba tardarme mucho. Aproveché además para preguntarle si me veía bien.
— ¿Cómo me veo? —dije alisándome la ropa y colocándome en mi mejor pose.
—Se ve perfecto, joven. Como cuando sale a hacer sus conquistas —respondió mientras me guiñaba un ojo y su comentario me hizo reír y relajarme.
Caminé la distancia que quedaba entre el auto y la casa. Toqué la puerta y esperé. Al cabo de unos segundos, pude notar como alguien se asomó a la mirilla pero no dijo nada. Esperé paciente y aunque estaba seguro que había gente adentro, nadie respondió ni abrió la puerta. Volví a tocar. Oí murmullos detrás de la puerta sin alcanzar a entender lo que se hablaba. Estaba decido a irme si nadie respondía. Le diría a mamá que lo había intentado y que no funcionó, que me buscara otra chica y listo. Toque por tercera vez y esperé un poco más. Otra vez se asomaron a la mirilla sin responder.
—Hola, soy Mathias, quisiera hablar con Izzy —anuncié a pulmón como último recurso.
Ésta vez una voz respondió desde el interior.
—Márchese, Izzy no quiere recibirlo —dijo una voz que claramente no era la de Izzy.
Por un instante titubeé sobre qué hacer. Pensé en irme sin más, pero algo me hizo quedarme. Pasado un tiempo prudente se me antojó que la cosa ya rayaba en el ridículo. Probaría otra vez. Esta sería la última vez, que no estoy para insistencias.
— ¡Quiero disculparme, señorita! —grité desde mi lado.
Dirigí la mirada hacia el auto donde mi chofer me hacía señas como queriendo saber que pasaba. Le había dicho que regresaría pronto y ni siquiera lograba que me abrieran la puerta. Ya estaba bien de espectáculos. Me iría y punto.
Me iba alejando cuando sentí la puerta abrirse. Paré en seco con el rechinar de los goznes y volteé la vista atrás. Allí estaba ella, con los ojos algo hinchados y enrojecidos en señal de que había llorado. Quisiera decir que no me importaba pero algo dentro de mí me hacía sentir lo contrario.
Dirigí mis pasos hacia ella acercándome nuevamente a la puerta.
—Hola…vengo a decirte que lo siento. Que me porte muy mal contigo y te dije cosas que no debí decir y lo lamento mucho —me disculpé lo mejor que pude.