Leila Johnson
Hoy es noche buena.
Sentada en el sofá, envuelta en la calidez de las luces navideñas, observo la habitación inundada por el espíritu festivo. La Nochebuena siempre fue mi época favorita, pero desde que ocurrió lo de Ángel, las festividades se convirtieron en un campo minado de emociones. Esta noche, sin embargo, ha sido distinta. No he podido evitar revivir momentos alegres alrededor del árbol con mis sobrinos, o las risas con mi mejor amigo mientras recordábamos anécdotas del pasado.
Con el pasar de los días todo ha sido diferente, desde la conversación con mi mamá me he integrado a algunas actividades, incluso hice un pesebre con mis niños. Con Evan he pasado también agradables días, remontamos nuestra actividad de comer nueces afuera de mi casa. También hace unos días hizo una fogata, donde nos quedamos hasta tarde.
Desde que llegó, algo ha cambiado en la forma en que veo a mi mejor amigo. Su presencia ya no es solo la comodidad de la amistad, sino algo más profundo, algo que se desliza en mi corazón cuando sonríe y sus ojos se iluminan al encontrarse con los míos. Sus gestos atentos, su manera de entender mis silencios y su inquebrantable apoyo han revelado capas de sentimientos que nunca pensé sentir hacia él. Es como si cada interacción fuese una melodía nueva, una sinfonía de emociones que me desconciertan y me hacen cuestionar lo que hasta ahora creía saber sobre nosotros. No es que lo diga abiertamente, pero cada mirada furtiva, cada roce casual, ha despertado un anhelo desconocido en mí. Todo se ha tornado diferente desde que él llegó, y siento mi corazón latir al ritmo de una complicidad.
Siento un poco de temor porque esto ya es demasiado rápido.
Me ha sorprendido encontrar consuelo en esta reunión familiar. Nadie ha mencionado el vacío que mi bebé dejó en vida. Tal vez lo intuyen, o prefieren resguardarme en el abrazo silencioso del amor familiar. Pero aquí estoy, en paz, aunque no reviva mi euforia de antes. Hay un equilibrio, una armonía en esta noche que pensé perdida.
Mi mente vaga por los momentos felices que esta Navidad ha resucitado, cuando mi mejor amigo interrumpe mis pensamientos con una sonrisa cálida y una mirada comprensiva. Él siempre ha entendido mi silencio, sin necesidad de explicaciones.
—Leila, ya es hora de bajar a cenar —susurra suavemente.
—Cuñada, antes de cenar, ¿por qué no nos cantas esa canción que creaste hace años? Extrañamos escuchar tu voz. Vamos, tengo una guitarra.
Una mezcla de emociones. El tiempo ha hecho mella en mi seguridad para realizar actividades que una vez amaba con tanta pasión. La euforia de la Navidad, que alguna vez fue mi marca distintiva, ahora se siente lejana, casi inalcanzable.
—Tía, queremos oírte cantar —ruega mi bebé MK.
—Está bien —todos aplauden emocionados.
—Leila, te puedo acompañar en el corro —se ofrece Evan, con una sonrisa. Tomo su mano y nos acomodamos cerca del árbol navideño. Siento un nudo en la garganta. ¿Podré hacer justicia a la canción que una vez brotó con tanta alegría de mi corazón? Mi cuñado en el va por la guitarra y regresa en tiempo récord. Las notas de la guitarra comienzan a resonar, envolviéndonos en su dulce melodía, y me sumerjo en los recuerdos que esta canción despierta en mí.
En la noche más oscura,
brilla una estrella de amor.
A pesar del frío y la amargura,
trae esperanza alrededor.
Evan une su voz a la mía en el coro.
Luz en la noche, guiando el andar,
en cada corazón un deseo de paz.
Campanas que suenan, risas al sonar,
renace la fe, la esperanza es capaz.
Entre luces brillantes y colores,
se teje el manto de unión.
Abrazos que son como flores,
tejidos en amor, pura canción.
Luz en la noche, guiando el andar,
en cada corazón un deseo de paz.
Campanas que suenan, risas al sonar,
renace la fe, la esperanza es capaz.
En medio de la canción, nuestros ojos se encuentran, y en ese instante, el mundo parece detenerse a nuestro alrededor. Evan y yo nos sumergimos en solo en nosotros, como si espacio se dispersará, para crear una atmósfera de él, junto a mí, como si nuestras sonrisas fueran las únicas melodías que importaran en ese momento. Es como si nuestras almas se reconocieran en un instante, revelando algo más profundo y hermoso de lo que habíamos explorado antes.
Que el eco de la Navidad resuene,
en cada alma, en cada rincón.
Que la luz de este tiempo retorne,
trayendo consuelo y bendición.
Luz en la noche, guiando el andar,
en cada corazón un deseo de paz.
Campanas que suenan, risas al sonar,
renace la fe, la esperanza es capaz.
El aplauso fuerte de mi familia rompe la burbuja. Con cada palabra con cada acorde recuerda la magia de la vida que creía haber perdido y el brillo de Los ojos de mi familia encuentro.
Evan toma mi mano y la besa, yo me sonrojo a más no poder. Hubo una complicidad en esos segundos, una conexión que trasciende las palabras y las notas musicales. Es un entendimiento tácito que se dibuja en nuestras sonrisas, un mensaje silencioso.
—Cuñada no pierdes el toque, ahora sí a cenar.
Todos me felicitan y levantan sus pulgares, y se van dispersando a la mesa, me ofrece su brazo para dirigirnos a cenar, yo acepto.
—Fue un honor haber cantado esta canción contigo, te extrañé Leila, agradezco esta mañana fría por haberte encontrado —Sus palabras, simples, pero cargadas de significado, resuenan en mi interior. Una sensación de gratitud y emoción me embarga mientras asiento conmovida, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que su compañía significó para mí durante ese momento especial.
Mientras cenamos, la atmósfera se llena de risas y anécdotas compartidas. Todos disfrutamos sirviéndonos los platillos tradicionales de Navidad, intercambiando bromas y disfrutando de la calidez familiar que envuelve la mesa. En un momento, mis sobrinos, con su encanto infantil, se levantan y comienza a narrar una pequeña historia que han imaginado. Incluso interpretan algunas partes.
Con entusiasmo contagioso, relata la historia de una oveja y un burro que se convierten en amigos inesperados. El burro, de semblante adusto, no encuentra alegría en la Navidad, mientras que la oveja, con su espíritu festivo, intenta contagiarlo de ese espíritu navideño. Observo con ternura y orgullo cómo mi rayito y MK, dan vida a esta tierna obra improvisada, usando gestos y voces para representar a los animales, mientras el resto de la familia se sumerge en su relato.
Una vez que terminamos la cena y las risas continúan resonando por la casa, nos reunimos en la sala iluminada por las luces del árbol de Navidad. El espíritu de la Nochebuena está en su punto máximo cuando todos se acomodan ansiosos alrededor de los regalos, compartiendo sonrisas y miradas llenas de anticipación. Las risas, la alegría y el cariño fluyen mientras cada regalo es entregado y recibido con gratitud y amor, creando memorias que se suman a la calidez de esta noche especial.
En un momento mi sobrino se acercan con una caja.
—Lo hicimos para ti con mucho cariño tía —dice mi rayito dorado.
Conmocionada lo abro y jadeo enternecida. Me hicieron mi nombre en 3D con recortes de fotos mías, debajo tiene un adorno navideño y tiene unas letras bordadas que dicen para la mejor tía del universo. Las lágrimas salen sin control, ambos me abrazan, le doy un beso a mi sobrina, y mi sobrino me da otro. Mi mamá toma fotos del momento.
Seguimos con el intercambio de regalos, los niños se ponen muy felices cuando consigue lo que pidieron, han sido unos niños muy bien portados.
Evan me entrega un pequeño paquete envuelto con esmero, y al abrirlo, descubro un delicado brazalete con mi nombre grabado. Mi sorpresa es evidente, mis ojos se iluminan con gratitud mientras sostengo ese regalo tan significativo en mis manos.
#1042 en Otros
#221 en Relatos cortos
#2883 en Novela romántica
#910 en Chick lit
Editado: 31.12.2023