Mateo 11:28
Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
5 de noviembre de 2014.
Elena me invitó al culto y, aunque no tenía muchas ganas de ir, algo dentro de mí me animaba a hacerlo. No iba a perder nada por ir unas horas a la iglesia.
Me alisté para ir y cuando ya estaba lista salí de la casa en dirección a la iglesia. Afuera de esta estaba Elena, tenía un hermoso vestido puesto, se veía como una princesa.
En mi caso, yo fui normal. Con jeans y una camisa.
—¡Ana!, pensé que no vendrías —gritó cuando se dio cuenta de mi presencia y se acercó a mi dirección.
—No pude rechazar esta vez, no sé por qué.
—Pues, entra, y bienvenida a la casa del señor, espero que disfrutes —sonrió y me pellizcó una mejilla.
Entré a la iglesia y decidí sentarme en una de las sillas que estaban en la última fila. En esa misma fila había un chico sentado, su tono de piel era un poco claro, estaba vestido de manera elegante, dicho sea de paso: se veía muy bien.
—Hola, bienvenida —me saludó este chico y una sonrisa se formó en la comisura de sus labios.
—Gracias —respondí, y en ese momento comenzó el servicio.
Todo estuvo bien, el culto no pudo haber ido mejor, allí había chicas que cantaban superlindo, era increíble la fuerza y la seguridad con las que lo hacían.
Las personas, todas están en un mismo propósito, y sentir que es adorar a Dios, eso me causa una sensación que no sé explicar con palabras.
Los músicos son muy buenos, tocan con fuerza y seguridad, se les nota, a cada uno, que disfrutan lo que hacen: Tocarle a Dios.
Me quedé impresionada viendo al pastor de la iglesia tocando la guitarra, la forma en la que lo hizo fue genial, su seguridad y destreza al hacerlo fue algo extraordinario.
Es agradable estar aquí, me encanta y siento que pertenezco a este lugar de alguna forma, no sé por qué siento esto, pero es una sensación muy bonita.
Las adoraciones, si las escuchas bien, te alivian, y con muchas puedes sentirte identificada de una forma u otra. Nunca me había detenido a escuchar alabanzas o canciones cristianas, no como en este momento y me siento bien haciéndolo.
Al intervalo de 15 o 20 minutos las adoraciones habían culminado, ahora venía la parte de la exposición de la palabra de Dios.
Al pastor le tocaba predicar ese día, al comenzar siempre se lee un capítulo de unos de los libros de la biblia y de ahí se saca el mensaje. Cuando terminó de leer, comenzó a explicar el capítulo.
El pastor predicaba de una manera digna de admirar, la fluidez de sus palabras era maravillosa.
Al terminar de predicar, él miró a todos y preguntó de forma curiosa:
—¿Hay alguien invitado hoy?
Yo levanté la mano un poco avergonzada y me levanté de la silla.
Todos me miraron y murmuraron entre sí, algunos se alegraban de ver mi presencia ahí, se les notó, pero a otros solo no se les hacía común.
—Chica... —la palabra del pastor a través del micrófono me sacó de balance—. Dios tiene un propósito en tu vida, de manera grande —su seguridad me puso la piel de gallina—. Por ti —me señaló—. Por tu oración los enfermos serán sanados, y por tu testimonio vendrán muchos al arrepentimiento —sonrió—. ¿Quieres aceptar a Cristo?—me observó esperando una respuesta.
—Es que... —quise decir más, pero las palabras no me salían, sentía cómo un nudo en mi garganta se estaba formando.
—Me dejas orar por ti, sin compromiso —insinuó.
Asentí y me dirigí al púlpito.
—Cierra los ojos y levanta tus manos al cielo —ordenó y eso hice.
En el transcurso de la oración, sentí unas inmensas ganas de llorar, no las detuve.
Caí en el suelo arrodillada, con los ojos cerrados, llorando como niña. Cada palabra que el pastor me decía era exactamente lo que estaba viviendo.
—Lo que has vivido sé que ha sido difícil, a tu corta edad has tenido que ver cosas que te han marcado y te han roto, pero hoy Dios te dice que toda tu tristeza se convertirá en gozo, tu llanto en alegría.
En mi mente, estaba viviendo una guerra espiritual, realmente no lo sabía, pero en mi mente me veía en el suelo moribunda, temblando, mi respiración menguaba más y más cada segundo.
Luego vi en mi mente que venía un lobo gris y hambriento, estaba listo para devorar su presa tirada en el pavimento y justo en el momento en el que iba a devorarme, hizo su entrada un león, parecía que ese león había ido a rescatarme.
Aquel lobo aullaba, pero el león rugía y mientras más lo hacía el lobo más retrocedía.
Se suponía que en el suelo moriría, pero no pensé que otra historia se escribiría.
En ese momento desapareció el lobo y el león me ayudó a levantarme.
Cuando abrí los ojos, la esposa del pastor y otro chico más me ayudaron a pararme del piso, posé mi mirada en el pastor, el cual añadió: —¿Qué me dices?
—Está bien —respondí.
Nunca podré describir el miedo que sentí en esa visión mientras me desmayé, pero me di cuenta de que si el león me salvó no fue por casualidad, fue por una razón. Dios quería que yo me convirtiera en su hija.
Todos aplaudieron de forma alegre, les di una mirada de forma rápida y así era, todos estaban felices por mi decisión.
El pastor hizo la oración de fé y acepté el compromiso de ser cristiana, sabía que no sería fácil, pero creí firmemente en que lo lograría.
Después de que el culto terminó, el pastor se reunió conmigo y me habló acerca de mi padre, le habían contado lo que viví y me explicó que debo dejar eso en el pasado y perdonarlo, ya que de no ser así ese sentimiento me haría mucho daño y no me permitiría crecer como cristiana y persona.