30 de noviembre de 2017.
Creo que algo de lo que me estaba dando cuenta al pasar los meses, era de cómo el tener a alguien en tu vida que ame a Dios y te ame a ti con todo de sí es de las mejores cosas que te pueden ocurrir.
Porque mereces a alguien que lo dé todo por ti, solo por ser tú, mereces a alguien que te quiera, que te sume, mereces a alguien que sea solo para ti.
A veces sentía que no me merecía mucho de lo que recibía y aunque no fuera muy expresiva siempre trataba de que él supiera lo bien que me hacía, lo agradecida que estaba cada día con Dios porque él estuviera en mi vida.
Simplemente me sentía bien.
Cumplimos siete meses de novios, dicen que el 7 es el número favorito de Dios, ¿no?
Porque ese día él descansó y pudo observar todo lo que con su poder había creado.
Ser su novia había sido toda una aventura, había ido descubriendo cosas de mí, de él, de la vida como tal y de cómo tal vez todo se hace más fácil cuando tienes a alguien a tu lado que te sostendrá al caerte.
En esos meses descubrí cosas de él que ni imaginaba —bueno sí—, por ejemplo, que era amante del sol, disfrutaba más los días de verano que el invierno, su cantante favorito en ese mismo momento era Justin Bieber y sí, a mí también me sorprendió el hecho de saberlo.
Pero me explicó el porqué. Cómo la vida de Justin es pública, todos pueden tener la facilidad de saber en qué anda, qué hace o con quién. En un momento la fama lo consumió y sacó su peor versión, esa que lo hizo entrar al mundo del alcohol, drogadicción, etc.
Pero, como todos alguna vez, tocó fondo y decidió cambiar, porque sabía que se estaba haciendo daño, buscó ayuda y pudo ser su mejor versión.
Una mejor versión que ama Jesús, predica sobre él, él se convirtió en una nueva versión en sus relaciones, y ahora, ahora tiene a una chica como esposa que lo ama, lo ayuda, lo complementa.
Me contó que le gusta su música porque aunque sea coloquial te edifica, y eso es algo bueno, ¿no?
Ama el sol y todo lo referente a él, porque admira cómo el sol brilla, ya que brilla con luz propia, se mantiene contra viento y marea, y al final de la lluvia siempre sale. Me contó que le gustaría tener siempre en su corazón esa fuerza de voluntad de ser así y nunca desfallecer, como el sol.
En nuestro 4° mes, si lo recuerdo bien.
Estábamos viendo al sol ocultarse, ese día simplemente quisimos disfrutar de la naturaleza y, en el momento que menos lo esperé, me dijo que yo era su sol y que así como el sol, brillo con luz propia y le hago bien.
«Nunca olvidaré ese momento en el que me comparó con una de sus cosas favoritas»
Como sabrán no me iba a quedar callada, y le dije que era mi luna.
¿Por qué la luna?
En el jardín de mi casa tenía la bendición de que las veces que lo había querido había podido disfrutar de un cielo estrellado, de una luna menguante, de un eclipse, había podido apreciarla en todas sus fases y amaba la paz que ella le daba a mi corazón.
Me encantaba verla y con ella sentarme a hablar, o simplemente a callar, y se sentía tan bien.
Con la luna me sentía en paz y completa, eso me hacía sentir él.
—¿Hola? —mi hermanita habló y me espabile.
—¿Qué pasa?
—Ramón está aquí
—Gracias, dile que salgo en un momento —mi hermanita asintió y salió de la habitación, me paré de mi escritorio, y me visualicé de manera rápida en el espejo.
Tenía ropa cómoda, no habíamos planeado hacer nada ese día, solo compartir con nuestros seres queridos.
Quedamos de acuerdo en que él cenaría esa noche en mi casa ya que la otra semana yo había ido a conocer a su tía María. ¿Han conocido a esas personas que parecen un terrón de azúcar? Ella lo era, y en el buen sentido. Ramón tuvo a alguien que le diera todo el amor que tal vez en algún momento le faltó y me sentía muy feliz por ello.
Salí de la habitación y me dirigí a la sala, ahí estaba él jugando cartas con Dafne, al parecer él estaba ganando, y a ella no le gustaba perder.
—Creo que alguien va perdiendo —dije ya estando frente a ellos.
—No, no perdí —me señaló—. Solo lo dejé ganar.
Me reí y ella se fue a su habitación.
—Hola —se levantó del sofá y me abrazó.
—Hola —respondí al abrazo.
—¿Vamos al techo? —preguntó rápidamente.
—¿A qué quieres ir? Digo, ya es de noche.
—Solo dejate llevar, ¿sí? —me haló para que subiera las escaleras.
Subimos y al estar ahí ni siquiera pude ser consciente de lo que había allí en ese momento.
Había una pequeña mesa en el centro, solo para dos, no sabía cómo había hecho Ramón para poner luces ahí arriba, pero también había luces e iban en perfecta sincronía con todo y, como si fuera poco, había una alfombra roja que nos guiaba hacia la mesa.
¿Él hizo todo esto?
—Quería dejarte sin palabras —lo miré y él sonrió—. Vamos —ofreció y lo seguí hasta la mesa.
Nos sentamos y, en ese momento, aunque no me salía el habla, estaba muy feliz.
—Las palabras no me salen bien —dije con voz rota—. Simplemente estoy muy impresionada —solté un suspiro—. Gracias por todo, Ramón.
—¿Por qué ese gracias sonó como una despedida?
—La frase siempre suena así, más no significa que lo sea —reí—. Es solo que a veces siento que no te agradezco lo suficiente —me acomodé el cabello—. Esto puede sonar algo cliché, pero nunca imaginé simplemente tener a alguien como tú.
—¿Por qué no?
—No lo sé —confesé—. Simplemente no lo veía como algo posible, pero aquí estás.
—Tú también estás aquí, Ana. Estás y es más que suficiente para mí —miró el cielo—. Quise prepararte esto, especialmente en nuestro séptimo mes, porque así como Dios descansó y vio todo lo que había hecho y creado "en el séptimo día", quería que tuviéramos ese momento, solo de apreciar todo lo que pasó para que estemos aquí.