3 de noviembre de 2018.
Ana
Los meses pasaban más rápido de lo que podía creer. Ya estábamos en noviembre.
El mes en el cual nací, el mes en el cual tengo muchas alegrías, pero también frustraciones, era 3 de noviembre, solo faltaba un día para cumplir 18 y sentía que en esos años había aprendido muchísimo, tuve que cargar con muchas cosas, miré cosas que me rompieron el corazón. Pero aún estaba ahí y eso era lo importante, ¿no?
Antes de que llegara ese mes, Ramón estaba yendo a hacerse su quimioterapia, como cualquier persona con cáncer, para que no le afectara tanto el cuerpo ni la sangre, ya que si el cáncer se le iba a la sangre sería peligroso, él aun con cáncer actuaba como si no lo tuviera, salía con sus amigos y conmigo también; iba a la iglesia, tocaba allá, en fin, él nunca dejaba que este se apoderara completamente de él. Lo cual siempre me pareció admirable de su parte.
Estaba muy delgado, pero eso era algo que ya sabíamos que iba a pasar. A veces tenía problemas para respirar, pero siempre lo lográbamos calmar con ejercicios de respiración.
Él se veía tranquilo y por dentro lo estaba. El doctor nos dijo que el 30 de enero sería la operación para quitarle el tumor y así él pudiera sanarse, pero tenía que hacerse sesiones de quimioterapia.
Hablar de él y no hablar de cómo él se ha tomado todo esto no se podría. Él es digno de admirar.
Ahora que lo pienso él me comentó que iba a ir a mi casa antes de que anocheciera.
Mi hermanita puso música y la primera canción que sonó fue: You can come to me, de Austin y Ally.
Amaba mucho esa canción porque habla mucho de la hermandad, la unión y de cómo puedes contar con esa persona especial sin importar qué.
Comencé a cantarla a todo pulmón y no había escuchado que alguien estaba tocando la puerta. Me arreglé un poco el pelo, abrí, y sus facciones aparecieron en mi campo de visión.
¿Por qué es tan hermoso? ¡Dios!
—¿Cómo está mi cantante favorita? —preguntó y sin rodeos me haló en su dirección para besarme, eso me sorprendió bastante porque él nunca lo había hecho. «O sea besarme libremente en casa».
Después de ese tan inesperado beso, lo motivé a entrar.
Al entrar, Dafne se dirigió hacia él corriendo, él la recibió con los brazos abiertos.
—¡Hola, Ramón! —le dio un pequeño beso en la mejilla.
—Hola, pequeña. Estás muy alegre hoy.
—¡Sí! —chilló—. Sabes que Ana cumpleaños mañana, ¿verdad? ¿Qué le vas a regalar? —la pregunta de Dafne me sacó de mis cavilaciones, no había pensado mucho en regalos y eso. Al menos no hasta que ella dijo eso.
Ramón no dejaba de mirarme, no sé, pero en su mirada había algo de suspenso, como si quisiera decirme algo pero no podía.
—Eso es secreto, es una sorpresa que ni ella se va a esperar —hizo un guiño y luego salió a la terraza a jugar con ella, yo estuve en la cocina preparando una batida de zapote para ellos, mientras la preparaba no pude dejar de imaginar qué era lo que él iba a regalarme, la curiosidad por dentro me volvía loca, pero trataba de que no se notase, cuando terminé de prepararles la batida bajé a la terraza, ellos estaban ahí, y se veían tan felices.
—Ahí viene el jugo, pequeña —dijo Ramón y ambos se dirigieron a mi dirección.
Después de unos minutos hablando y compartiendo con Dafne, ella decidió entrar de nuevo a la casa, ya que era hora de una de sus series favoritas Programa de talentos.
Ramón
Y aquí estamos, solos. No me canso de mirarla, si tan solo ella se imaginara cómo la ven mis ojos: como el diamante más hermoso que ha pisado la tierra.
Ella no tiene idea de cómo la admiro, por seguir, por luchar, por seguir siendo ella.
Ella me ha mantenido a flote aún con todo esto que he estado pasando, su compañía ha sido de bendición para mí en todos los sentidos.
Ella es mi roca.
—¿Por qué me miras así? —indagó con una sonrisa tímida en su rostro.
—Solo me gusta mirarte.
—¿Y qué es lo que ves?
—A una de las chicas más hermosas del mundo, aunque a veces ella lo dude —me acerqué un poco más a ella para acariciarle el rostro. Con ella me salía mi lado más romántico. En todos los sentidos.
—Eres un sol —murmuró.
—Lo sé —respondí con una sonrisa.
—Al menos di "gracias" —soltó una carcajada.
—¿Para qué si sabes que soy un sol? —me puse de pie e hice una señal de círculo en mi rostro.
—Tienes un punto —confirmó y noté cómo ella estaba intentando seguir la voz de algo.
—¿Qué pasa? —pregunté confundido.
—Está sonando nuestra canción —respondió y se levantó.
Efectivamente sí estaba sonando Just the way you are de Bruno Mars.
Se la dediqué cuando comenzamos a ser amigos y hasta la fecha había sido la canción que marcaba eso tan lindo que teníamos.
Comenzamos a cantar la parte del coro juntos.
When I see your face
there's not a thing that i would change
'cause you're amazing
just the way you are
and when you smile
The whole world stops and stares for a while
'cause girl, you're amazing
just the way you are
Yeah.
Cuando paramos en la última palabra, nos quedamos mirando un poco más.
¿Cómo es posible que ella me haga sentir así de esta manera? Tan libre y tranquilo, tan en paz...
Ella sabía lo mal que había estado con todo eso del cáncer, nunca se lo dije, pero en su momento tuve pensamientos suicidas. Hasta cierto punto, por no querer preocuparla, en vez de decirle lo mal que me sentía me grababa hablando, hablaba conmigo mismo para poder desahogarme, para poder sacar todo lo que estaba agobiando mi ser. Aunque no puedo negar que para ese momento aún me grababa cuando quería sacar todo lo que sentía, Ana era la primera en saber cuándo sentía que todo se estaba viniendo abajo. Gracias a ella, que me motivaba siempre a seguir de pie y a buscar más de Dios, gracias a ella y a su persistencia, esos pensamientos ya no dominaban mi ser.