31 de diciembre de 2018.
Dios a veces permite cosas en nuestras vidas para bien y otras veces para mal.
Esa vez fue para bien.
Abracé a mi padre biológico después de tantos años sin hacerlo,
vi a los tres amores de mi vida compartiendo,
sinceramente aún estoy asimilando todo y cómo Dios a veces permite las cosas.
Ese cumpleaños para mí siempre quedará marcado en la historia, porque ese día por fin entendí que el tesoro que tanto buscaba lo tenía justo frente a mí y era el ser cristiana, el servir a Dios, buscarle y creerle, ese ha sido mi mayor tesoro.
Porque gracias a eso conocí personas que llenan mi vida de alegría, me enamoré, reí, lloré y perdoné.
Ser cristiana me ha ayudado a sanar las heridas del pasado.
Las cosas habían tomado su lugar, me sentía mejor después de tanto tiempo y... el sentimiento sin dudas era muy liberador.
Era 31 de diciembre y fui al servicio de la iglesia con Ramón, pero en la mañana.
¿Por qué en la mañana?
Aunque esos días para mí habían sido liberadores en el nivel emocional por lo ya antes mencionado, Ramón no la había pasado bien del todo.
Dos semanas después de mi cumpleaños, despertó y no tenía fuerzas para caminar, no podía pararse de la cama.
Esto fue a causa de la quimioterapia, por la intensidad de la misma, alrededor de esos meses le había estado causando mucha fatiga a su cuerpo y por eso partes del mismo podían debilitarse o simplemente no tener fuerza.
Según su doctor era normal que le pasara eso, porque su cuerpo estaba trabajando para reparar el daño causado por el tratamiento o por el mismo cáncer en sí.
Había tenido ya muchos síntomas y debíamos ser más cuidadosos con él.
Así que, en colaboración con los miembros de la iglesia, decidimos hacer el servicio de fin de año en la mañana, para que así Ramón no se perdiera de poder recibir el año en la iglesia, abrazado por su Padre Celestial.
Decidí usar un vestido negro, zapatos blancos y el cabello ondulado suelto.
Ramón llevaba puesta una camisa roja oscura, pantalón de tela negro y unos zapatos negros de vestir, él se veía muy distinguido y elegante.
Sus hermanas me ayudaron a sacarlo en la silla de ruedas hasta afuera de su casa y tomamos un taxi para ir a la iglesia.
En el camino, Ramón volteó mi rostro para verme mejor y expresó lo siguiente con una mueca que denotaba algo de tristeza o quizá vulnerabilidad:
—Es increíble todo lo que están haciendo.
—¿De qué hablas? —indagué algo confundida.
—Hablo de ti, de la iglesia, de todo —dijo con voz ronca, por esos días le costaba mucho hablar —. Es que a veces siento que no merezco tanto amor o apoyo.
—¡Hey! No, no digas eso —ordené—. Todos merecemos sentirnos apoyados y queridos por nuestros seres queridos y familiares. Todos merecemos sentirnos amados, incluyéndote — acaricié su rostro—. No lo dudes ni por un momento.
—Intentaré no olvidarlo —respondió con una pequeña sonrisa.
—Serás un milagro de amor y verás que todo el sacrificio, apoyo y esfuerzo habrá valido la pena.
—¿Seré tu milagro de amor?
—Ya lo eres —de sus ojos comenzaron a salir lágrimas e inmediatamente lo abracé.
Él había estado sintiendo muchas dudas y yo no lo culpaba, tampoco lo juzgaba por ello. La duda siempre estará presente, aunque en ocasiones escondida. Pero, me ponía triste ver cómo poco a poco se estaba dejando consumir por ella y a la vez se iba alejando ese Ramón que conocí, alegre, confiado, seguro en todo.
Solo estaba quedando un bosquejo, y aunque trataba de ayudarlo a no perder su esencia, de que eso no lo derrumbara, no conocía del todo lo que pasaba o lo que podría estar pensando en ese espacio donde los médicos ya no tocan.
—Estarás bien —dije mientras seguía abrazada con él, ya habíamos llegado a la iglesia, pero el chófer era alguien conocido así que nos permitió tomarnos un momento antes de salir.
—¿Por qué estás tan segura?
—Porque eres un guerrero, y porque si Dios te ha mantenido hasta acá es por un propósito, me niego a creer lo contrario —limpié las lágrimas de su rostro, aunque hablaba con carácter fuerte, por dentro me estaba destruyendo verlo así—. Me niego a creer que no serás un milagro de amor, porque lo serás. Para mí ya lo eres.
—A veces no entiendo qué hice para merecerte.
—Yo tampoco lo entiendo, pero hoy estamos aquí, tú y yo, juntos contra el mundo.
—Juntos contra el mundo —repitió en voz alta—. Me gusta esa frase —sonrió. Me hace tan feliz ver esa sonrisa.
—Te amo, mi luna.
—Te amo, mi sol.
Después de eso le pedimos al chófer que nos ayudara a sacar a Ramón y a ponerlo en la silla de ruedas. Al hacerlo, nos despedimos de él y entramos a la iglesia.
El servicio estaba iniciando, así que en menos de lo que pudimos contar ya estábamos en la parte importante que se celebraba mucho en esa iglesia: La quema de peticiones.
Antes de la quema de peticiones, a todos nos pasaron una hoja y un lápiz para que escribiéramos nuestra petición, pero hay algo importante en esto y es que la petición que se ponga en ese papel debe ser de corazón, para que así Dios la cumpla.
Cuando terminan de entregarnos a todos la hoja junto con un lápiz, comenzamos a escribir lo que deseamos. Algunos utilizaron más de dos hojas, ya que para su petición no era suficiente solo una.
Yo solo tomé una hoja, esa vez quise ser precisa al decirle a Dios mis peticiones, o lo que quería para ese próximo año.
Dios y rey soberano, te doy gracias por todo lo que permitiste que haya pasado en mi vida,
estos últimos meses y años me han dejado una gran lección.
Solo te pediré algunas cosas y confío en que podrás responder a ellas.
La primera es que permitas que Ramón salga bien de la operación, tú eres un Dios de milagros,
eres ese Dios que hace lo imposible posible, permite que todo pueda salir bien en la operación,
permite que él sea nuestro milagro de amor.