Esa Chica Normal. [novela Cristiana]

Capítulo 25.

28 de enero de 2019.

Habían pasado 2 días desde que entraron a Ramón a la sala de cirugía del hospital, ya al día siguiente lo operarían.

El miedo, la ansiedad, los nervios, controlaban mi sistema, no sabía qué pensar ni qué creer, los médicos habían dicho que, en cuanto al tumor, vieron en los estudios que le hicieron que las células cancerosas le estaban esparciendo el cáncer por todo el cuerpo o parte del mismo.

Eso hacía que la operación fuera difícil y que tuvieran que buscar más recursos para poder operarlo sin que la misma operación afectara otros órganos —en este caso, su garganta—.

No supe lo que es dormir en cama durante los 2 días anteriores, como pedí un permiso de la escuela, solo me la pasé allí, la mayoría del tiempo sola y a veces con María. La espalda me dolía por dormir en los sillones del hospital.

Mi mejor amiga había ido a echar un vistazo a mí y a Ramón, para ver si había avances, ella me animó mucho.

Y no, no puedo negar que la duda me había estado visitando mucho, había estado pensando en lo que podría pasar, cuáles eran las probabilidades de que después de la operación él mejorara, o de que simplemente no lo hiciera.

Mi madre había estado conmigo día y noche a la distancia apoyándome con eso, me llamaba a cada instante preguntando cómo iba todo y si necesitaba algo de ropa y demás. Ella y Josefina me ayudaron a no quebrarme más de lo que estaba.

—Familia de Ramón López —gritó un doctor e inmediatamente me levanté y María también.

—Sí, ¿qué pasó? —respondió María.

—Decidimos entrar hoy a Ramón a cirugía, lo vemos estable para poder operarlo y ya pudimos conseguir las demás cosas que nos faltaban para la operación —al decir esto el doctor le dio una palmada en la espalda a María—. Él quiere verlas antes de —me observó en ese momento—. Tú vas primero. Solo tienes cinco minutos al igual que su madre.

—¡Gracias! —agradecí mientras me dirigía a la habitación.

Cuando estuve frente a la puerta de esta, un nudo se formó en mi garganta, de esos que llegan y no sabes cómo detenerlos.

Las lágrimas querían salir, mas no las dejé.

Ramón tenía que verme bien, confiada y segura, aunque por dentro simplemente quisiera llorar.

Empujé la puerta y al entrar pude ver a Ramón en la camilla, con un suero puesto, del otro lado vi cómo le estaban pasando sangre, Ramón se veía tan vulnerable, tan pequeño e indefenso.

Mi pequeño príncipe no merecía nada de eso.

—Hola, amor.

—Hola, preciosa —su voz se escuchaba tan diferente. En ese momento tomó el pequeño pizarrón que le habían dejado.

Me acerqué más hacia él y me senté a un lado de la camilla.

—¿Cómo te están tratando, amor?

Comenzó a escribir en la pizarra.

—"Bien por el momento" —me mostró y sonrió. Luego escribió algo más—. Te amo, Ana, si no salgo con bien de esta quiero que sepas que te amo. En serio te amo, gracias por ser la luz que hace tiempo necesitaba, gracias por ser mi sol.

Cuando leí eso sentí algo en mí romperse, esa no iba a ser nuestra despedida. Me negaba a creerlo, esa no podía ser nuestra última vez juntos.

No así. No era justo.

—Ramón, todo saldrá bien, y, como prueba de ello, cuando eso pase me verás aquí sentada a tu lado llorando como una niña pequeña —sonrió.

—"Eres mi hermosa niña pequeña".

—Siempre lo seré —tomé su mano derecha y la besé—. Todos estaremos orando. La iglesia, la familia, yo. Todos estaremos en una pidiendo por ti, porque creemos que saldrás bien.

—Ya se acabó tu tiempo, Ana —añadió una enfermera entrando a la habitación.

—¿Me puede dar unos segundos para despedirme de él? —pedí con súplica—. ¿Por favor?

—Está bien, pero que sea rápido, su madre también quiere verlo.

Lo abracé con todas mis fuerzas y deposité algunos besos en su hermoso, pero cansado, rostro.

—Todo saldrá bien, ¿ok? Nos vemos en unas horas —me despedí en un hilo de voz.

—Ana... —en ese preciso momento escuché su voz, se escuchaba tan indefensa, tan frágil.

—¿Sí, Ramón?

—Te amo. Nos vemos en unas horas.

—Nos vemos.

María fue a hablar con él y a despedirse, cuando ella salió, al intervalo de cinco minutos, lo sacaron y solo pudimos verlo en ese momento, dormido como un niño pequeño.

Cuando lo vi así, todo se descontroló en mi ser.

¡Ana, ponte a orar, todo saldrá bien! ¡Confía! ¡Él se sanará!

De repente esas palabras llegaron a mi mente y me obligué a seguirlas.

Como por obras del destino, mi madre llegó en ese momento, junto con mi padre, nunca pensé verlos allí. Ella al verme me abrazó con mucha fuerza.

—Vamos a la capilla de oración que hay aquí y vamos a orar por él. Te aseguro que Dios hará la obra —al mi madre expresarlo con tanta seguridad asentí y le comenté a María.

Me dijo que no me preocupara por ella, sus sobrinas llegarían, así que no estaría sola.

Entonces mi madre y yo nos dirigimos hacia allá y al entrar notamos que no había nadie más aparte de nosotras, agradecí por eso en mis adentros.

Nos sentamos en diferentes bancos y nos arrodillamos para orar.

No pude evitar llorar, las lágrimas salían sin poder detenerlas, lloré hasta que no pude más.

—Ana, tengo que irme. Debo cuidar a Dafne —dijo de repente mi madre acercándose a mí. La miré con ojos cansados—. Seguiré orando desde la casa.

—Gracias, mami —respondí y la abracé—. Te llamaré cualquier cosa. Te amo.

—Te amo —al decir eso, se alejó—. Dios lo hará. Ya lo verás.

Después de que ella desapareció de mi campo de visión me quedé ahí orándole a Dios por él, pidiéndole perdón si en alguna realidad alternativa eso que estaba pasando era mi culpa.

—Dios y rey soberano, padre de gloria y éxito, Dios de mi vida, de mi ser, dueño de mi corazón —en ese momento me sentí tan indefensa, tan vulnerable, confundida y cansada—, te pido que hagas el milagro, amado rey —sollocé—. Dios, te lo pido —miré al techo—. Dios, por favor. Por favor, ten misericordia de tu hijo, por favor permite que él sea mi milagro de amor —intenté pararme por mi misma pero era algo difícil, más cuando noté que habían pasado más de 5 horas orando de rodillas—. Dios. Creo que nunca te había pedido algo con tanta insistencia o perseverancia. Pero, Ramón sí merece esa perseverancia, sí se merece tanta insistencia. Porque él es luz, él es tu hijo, él te sirve, porque él es un guerrero. Aunque ahora mismo me siento débil y aunque en estos días las dudas en algún momento me hayan ganado confío en tu poder, confío en que tú lo puedes hacer.




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