¿Qué coño acababa de pasar? Habíamos muerto casi la mitad de los que habíamos ido aquella noche a la nave 51 y Croupier tenía razón, podía echarnos a la policía cuando quisiese. Había ido aquella noche solo para quitarme de la cabeza lo que le había hecho a esa mujer y a ese niño y, aunque no sé si yo era alguien peor que K o As, me había quitado un peso de encima que era lo que quería. Pero eso no me hacía sentirme mejor. Solo había verbalizado la peor metedura de pata de mi vida, pero eso no la había esfumado de mis remordimientos. Todos, aquella noche, habíamos revitalizado nuestro sentimiento de culpa. Aunque, como habría dicho un narrador de películas animadas francesas, ¿todos? Joker se había librado por los pelos, como si K hubiera matado a As en el momento perfecto, deus ex machina me atrevería a decir. Pero, ¿quién le podría culpar? A nadie de los presentes nos había resultado sencillo sacar los trapos sucios, a nadie le resulta fácil, por eso están sucios y acaban ensuciándose más, lo que complica más sacarlos. Pero, una vez encuentres una fuente de valor que te permitiese hacerlo, supurarías una sensación sin igual.
Ahora mismo, nada más llegar a mi casa tras una apresurada carrera huyendo de aquella nave del terror, tirado en el mohoso sofá de aquel piso prácticamente en ruinas, suspirando al fin de tranquilidad y con la mirada fija en el techo, vi lo que había conseguido esa noche. No había perdido nada, así como K y As habían perdido la vida, y había conseguido algo. A todos nos aterra contar nuestras cagadas, por algo son cagadas, nos asusta el hecho de hacernos sentir humanos porque todo nuestro mundo se configura bajo la máxima de no aparentar que lo somos. Eso configura el mundo. Somos lo que pensamos respecto a lo que fuimos y a lo que seremos. Somos un conjunto de aciertos y errores que meneamos dentro del cubilete que es nuestro cuerpo y del que sólo importa el resultado final de los dados. Pero, no a todo el mundo le gusta mostrar ese resultado sino es el que se espera de él, no porque sea mejor o peor, sino porque no es el que se espera de él. Sin embargo, si abrazas el resultado y lo muestras con orgullo, da igual cual sea la reacción del público, habrás conseguido estar orgulloso de lo que eres y no importará nada más. Eso fue lo que me hizo sonreír. Después de casi una década, estaba orgulloso de lo que era. Puede que lo sucedido hacía tantos años no fuese algo de lo que estar orgulloso, pero formaba parte de mí y no puedo renunciar a eso, sólo considerarlo una lección y estar orgulloso de mi resultado. Sonreí.
Al menos hasta que llamaron a la puerta. Los golpes de los nudillos contra la fina madera me extrañaron. Nadie solía llamar a mi puerta. Sin embargo, aquella noche lo hacían. Aquella noche. Tenía que ser aquella puta noche. Ya no me quedaba familia, mi hijo no sabía de mi existencia, mi mujer estaba muerta y no había hablado con mis amigos en casi una década así que me darían por muerto en algún país de Medio Oriente. La policía no me buscaba y nunca había revelado información personal en mi trabajo. Solo la puta sabe dónde vivo y no creo que después de saber lo que he hecho esté dispuesta a volver por aquí. Sin embargo, los hechos son los hechos, y alguien había llamado a mi puerta, lo que no podía negar. Puede que se tratase de algún vecino, pero mi instinto me decía que la casualidad llevaba rondándome toda la noche. As estaba muerto, igual que K, no creo que Q viniese por aquí, ¿sería Joker? No creo que ningún vecino decida molestar a nadie a las cuatro y media de la mañana. Puede que todo fuese una paranoia de mi mente. A regañadientes, me levanté y me dirigí con parsimonia hacia la puerta. No sé cómo pude estar tan poco errado.
Estaba apoyado en la pared del pasillo de mi piso. Con las manos en los bolsillos y su típica expresión de inexpresión, la figura de Joker se percibía bajo la tenue luz de amarillenta bombilla de mi edificio. Joker me devolvió la mirada a través de la rendija de la puerta abierta sujeta por una cadena. Esa noche no podía permitirme ninguna imprudencia. ¿Qué hacía allí? ¿No se le ocurrió un sitio mejor para esconderse después de presenciar dos asesinatos que en la casa de un desconocido que había confesado ante él?
Nos quedamos un momento en silencio, en penumbra y en silencio. Nos miramos fijamente, pero no resultaba incómodo, Joker me transmitía una sensación de respeto y amabilidad. Joker era enigmático, llevaba toda la noche siéndolo, pero algo en él era tan cercano que me hacía confiar en él. Sin embargo, una cosa es que te caiga bien alguien y otra refugiar al único hombre vivo que conoce tu crimen. Aunque había una forma de igualar la situación. Cerré la puerta. Corrí el pestillo y la volví a abrir. La inexpresión de Joker se rompió con una sonrisa y se empujó hacia delante para separarse de la pared y meterse en mi casa. Cerré la puerta detrás de él, mientras examinaba la habitación de forma curiosa.