Escalera Real

Capítulo 7: Croupier

Cuando escuché el nombre de Malene Blanchett, algo se encogió en mi interior. Ella no, era la única que se salvaba un poco. Suicidio, una paradoja biológica, introducir en un ser vivo el deseo de morir. Muerte en la vida. Apagué la radio del coche, ya había trabajado suficiente por hoy. Me llevé el índice a la ranura entre mis mandíbulas y lo mordí suavemente mientras miraba a través de la ventanilla. ¿Cómo puede ser que las cosas cambien tanto y tan rápido? Cuando era joven una vez al mes iba a un banco para recargar el saldo de mi móvil, con cien megas de datos. Los ocho gigas de ahora me parecen pocos y puedo contar los años que han pasado con los dedos de las manos. En diez años el cambio ha sido con un exponente de diez mil. En fin, toda generación está condenada a juzgar el presente como si fuera el pasado. El fogonazo que salió del primer piso del edificio de la acera de enfrente me apartó de mi autocompasión.

Parece que ya había acabado todo, y no me parecía mal, eran ya las cinco y cuarto de la mañana. Eché un vistazo a la carpeta que había en el asiento de atrás. No había acabado todo aún. Ahora tocaba la parte más difícil. Parecía un poco desconsiderado teniendo en cuenta todo lo que había pasado esa noche, aunque era lo único en todo este tiempo que desearía no hacer. Dejé la pistola al lado. No la necesitaría otra vez esa noche. Cuando me giré, vi al hombre que llevaba deseando ver toda la noche. No era la bienvenida que se esperaba, ni la que yo quería ofrecerle, pero había pasado noches de insomnio intentando hacer que todo encajase y esa era la manera más rápida. Cuanto menos tiempo pasase aquí menos posibilidades de que le encontraran. Además, un toque de dramatismo nunca viene mal. Le da un poco de gracia a la vida, un toque artístico. Cuando el hombre llegó a la puerta del copiloto, la abrió, se dejó caer sobre el asiento, la cerró y me miró:

  • Buenas noches, Joker. – le dije con una sonrisa en la cara
  • Deja de llamarme así Jean, las pocas veces que lo han usado esta noche un escalofrío me ha recorrido la espalda. – me respondió
  • No creo que fuese por tu nombre.
  • Calla y dame un abrazo, cabrón. – nos fundimos en un abrazo en el que no me avergüenza decir que disfruté como un niño tras años de no ver a su padre - ¿Cómo te va todo?
  • Que tu reunión clandestina se produzca te da mucho tiempo, tiempo en el que descubrí que nada sale nunca como esperas.
  • Ya me extrañaba que tu postdata implicase el asesinato de un indigente.
  • He de admitir que esta noche he dejado bastante a parte mis deberes, pero ha valido la pena. – dije mientras echaba una mirada a la pistola
  • ¿Has sido tú el que se ha cargado a K?
  • Era lo menos que podía hacer. No sabes cuánto tiempo llevaba esperando hacerlo. Durante años me arrepentí de todo lo que mi hermano me hizo hacer en el orfanato, pero ahora he de decir que no me arrepiento de haberle vaciado la bolsa de sal en la boca a ese hijo de puta.
  • Supuse que serías uno de los dos matones de Rouben, también que te informaste mucho para saber que K no contaría la historia que tendría que contar.
  • K nunca habría contado su parte de la historia que te concernía, y yo tenía que aparentar que lo tenía todo pensado, además, hay cosas de las que prefiero que te enteres por mí.
  • ¿A qué te refieres?
  • Todo a su tiempo. Llevo años detrás de esto, y he tenido tiempo para reflexionar sobre todo este asunto. ¿Dejarás que sea el director de orquesta de esta trama?
  • Por supuesto. Has orquestado todo esto muy bien… bueno, todo lo bien que has podido.
  • El final se me ha ido un poco de las manos.
  • ¿Qué esperabas de juntar al tío que robó a K con el mismo K? No llegó a donde está por vender galletas puerta por puerta, yo mismo lo he oído, ya desde niño manipulaba a sus clientes para que ellos mismos castigaran a los que se la jugaban.
  • En la carta decía que no llevaseis armas…
  • Una carta no es garantía para un mafioso con complejo de dios.
  • Tampoco para un exatracador frustrado como he visto hace un momento.
  • Primero, nunca he sido atracador, sólo me obligaron a atracar, y segundo no es lo mismo. Ya he oído tu defensa de ese sujeto hace unas horas. ¿En serio crees que se puede salvar? Mató a tu hermana.
  • No necesito que me lo recuerdes. Por ella hice esto. En una ocasión normal habría arrestado al asesino y que se encargara el juez, pero era mi hermana, quería llegar al fondo del asunto.
  • ¿Eso fue lo que te hizo ser tan dramático?
  • Ya me conoces, el dramatismo me parece algo inteligente, algo que sólo una mente puede entrañar y desentrañar a su gusto de miles de formas diferentes. Además, encontrar una bala en un incendio también ayudó.
  • En un asesinato a mano armada suele haber balas, ¿qué te sorprendió?
  • Que la bala no tenía número de serie. Conocía a mi hermana tanto como tú, incluso un poco más, y ningún pirado entraría en su casa para matarla a ella y a su hijo. Una bala sin identificar en la escena del asesinato de mi hermana y mi sobrino no me olía muy bien, algo me daba mala espina. Así fue como descubrí a los otros cuatro. Reconstruí como podía haber llegado hasta esa situación. Cuando te colaste en mi coche patrulla hace nueve años y me contaste lo que había pasado entre nervios y lágrimas, supuse que había demasiadas casualidades. Supongo que habrás descubierto que As era tu compañero de atraco.
  • Sí, ¿acaso no lo has oído?
  • ¿Por qué lo dices? – mis cejas reflejaron incomprensión
  • ¿No tienes cámaras y micros en esa nave? – reí
  • ¿En serio te lo has creído? Es una norma básica del control distópico. ¿No has leído 1984?
  • Claro, pero ¿qué tiene que ver?
  • Los ciudadanos de Oceanía están sometidos a una vigilancia constante las veinticuatro horas del día… o no. Hay cámaras y micrófonos en sus casas, pero nunca saben si les están observando. El truco se basa en actuar como si siempre te estuvieran observando, así nunca te mandan a sus centros de tortura y reacondicionamiento. Puede que no hubiera nadie tras las cámaras, pero la duda jugaba con su beneficio.
  • Y decidiste ir un paso más allá y quitar las cámaras y los micros.
  • Exacto. Soy un inspector de policía, no tengo presupuesto como para permitirme una instalación así sin una orden judicial. Pero el mito de Croupier jugaba a mi favor. Una especie de clarividente que conoce el secreto de todos los jugadores de la metafórica partida de la vida.
  • Entiendo. No era raro creer que alguien así fuese capaz de infestar una nave del puerto con cámaras.
  • Exacto. Una maniobra arriesgada pero efectiva.
  • ¿Y cómo te aseguraste de que todos fuesen a ir esa noche?
  • Saca la carta. – me miró sin emociones – Sé que aún la tienes.




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