Escape de la bóveda

Montaña

Gemma se movía con precisión por la casa del árbol, asegurándose de que todo estuviera listo para el viaje al sur. La noche había caído, y la luz tenue de la chimenea iluminaba su rostro, dándole una apariencia serena pero decidida. Kira y Lua, ya transformados en hurones, correteaban entre sus pies, subiendo y bajando por las vigas de madera mientras ella preparaba una mochila especialmente acondicionada para ellos.

—¡No puedo creer que vayamos al sur! —chilló Kira en su forma de hurón, corriendo en círculos alrededor de Lua, que intentaba ignorarlo—. ¡Esto será épico!

—Cálmate, Kira —dijo Lua con tono cansado—. Solo espero que puedas quedarte quieto durante el viaje.

Gemma soltó una suave risa mientras terminaba de ajustar la mochila. Dentro, había pequeños compartimentos acolchados para los dos, lo suficientemente espaciosos para que pudieran descansar cómodamente mientras ella los llevaba. Se los mostró, y Kira corrió inmediatamente a inspeccionarlo, encantado.

—Esto es perfecto, madre. Como un hotel de lujo para hurones —comentó con su característico entusiasmo.

Gemma sonrió, observando cómo Lua se acomodaba con más tranquilidad dentro de su compartimento, mientras Kira seguía brincando de un lado a otro. Luego, su mirada se dirigió a Dánae, que esperaba en su forma humana, observando en silencio.

—Dánae —la llamó Gemma—, te cargaré al menos hasta la primera parada. No será un viaje fácil, y prefiero que no te desgastes demasiado desde el inicio.

Dánae asintió, agradecida pero también un poco inquieta por ser una carga. Se transformó en coyote, con su pelaje oscuro mezclándose con las sombras de la casa. Se acercó a Gemma, que se agachó para acariciar su cabeza con cariño.

—No te preocupes, hija —dijo Gemma con una sonrisa reconfortante—. Estaremos bien. Este es solo el primer paso.

Con movimientos ágiles, Gemma colocó a Dánae sobre su espalda, asegurándose de que estuviera cómoda y segura para el largo trayecto. El peso de su hija no la molestaba; sus alas de cuervo, ahora completamente desplegadas, la ayudarían a equilibrar la carga.

Una vez todo listo, Gemma dio un último vistazo a la casa del árbol. Sabía que dejarían atrás este hogar temporal, pero también entendía que el sur ofrecería un nuevo comienzo, más seguro para todos. Con Kira y Lua guardados en la mochila y Dánae sobre su espalda, se levantó con gracia.

—Es hora —murmuró para sí misma, caminando hacia la puerta.

Al salir, el aire frío de la noche las envolvió. Gemma alzó la vista hacia el cielo estrellado, tomando un respiro profundo antes de dar el primer paso de su largo viaje hacia el sur, donde esperaba encontrar la paz que tanto buscaban.

Gemma apenas había dado unos cuantos pasos hacia la densa arboleda cuando un fuerte aleteo llamó su atención. Miró hacia arriba y vio a Diaval descendiendo en círculos, sus alas negras brillando bajo la tenue luz de la luna. En su forma de cuervo, se veía imponente, con las plumas reluciendo bajo el claro cielo nocturno.

Diaval aterrizó suavemente a su lado, sacudiendo sus alas antes de cerrarlas a su cuerpo.

—¿Estás lista? —le preguntó Diaval, su voz resonando a través de sus pensamientos en una conexión que solo ellos compartían.

Gemma asintió, ajustando la mochila donde Kira y Lua ya estaban instalados y asegurándose de que Dánae estuviera bien equilibrada en su espalda.

—Listos para volar al sur —respondió ella con calma, mientras sus propias alas de cuervo se extendían a su máximo esplendor.

Diaval movió la cabeza, observando a los pequeños hurones que espiaban desde la mochila, y luego a Dánae, que reposaba en silencio, convertida en coyote. Emitió un suave graznido que, para cualquiera que lo escuchara, sonaría burlón.

—Veo que llevas una buena carga esta vez —comentó con una chispa de humor en su tono.

Gemma sonrió con suavidad. Diaval siempre lograba encontrar el modo de hacerla reír, incluso en los momentos más tensos.

—No podía dejarlos atrás —respondió ella, mirando a sus hijos adoptados con ternura—. Además, tú eres el encargado de guiarnos.

Diaval batió sus alas con energía, alzándose unos pocos centímetros del suelo antes de asentir.

—Lo sé, lo sé. Solo espero que ninguno de los dos se caiga de la mochila. No pienso regresar a buscarlos —dijo en tono jocoso, mirando de reojo a Kira y Lua.

—¡No nos caeremos! —se oyó el chillido agudo de Kira desde dentro de la mochila—. Además, tú ni siquiera podrías cargarnos, cuervo.

Diaval graznó con burla, alzándose en el aire para colocarse en formación junto a Gemma.

—Está bien, entonces. Volemos —dijo Diaval con determinación.

Gemma dio un último vistazo al bosque, el lugar que por tanto tiempo había sido su refugio. Con un suave batir de alas, se elevó en el aire, llevándose consigo a su pequeña familia. Diaval volaba a su lado, vigilante, mientras juntos surcaban el cielo nocturno, comenzando el largo viaje hacia el sur, hacia un futuro incierto pero lleno de esperanza.

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En un paisaje remoto, donde la nieve cubría cada centímetro del suelo y el viento gélido silbaba entre los árboles cubiertos de escarcha, un búho nival surcaba el cielo. Sus plumas blancas como la nieve se fundían con el entorno, haciéndolo casi invisible mientras se desplazaba en silencio por las montañas. Las copas de los abetos apenas se distinguían bajo el manto blanco, y el búho se movía con gracia entre las ramas, sus ojos dorados escudriñando cada rincón del paisaje helado.

Finalmente, el ave se dirigió hacia un claro entre los árboles, donde un niño de no más de doce años estaba de pie. Su figura parecía pequeña y frágil en comparación con la vastedad de las montañas que lo rodeaban, pero había una calma en su postura, una certeza en su mirada que desmentía su edad. Llevaba un abrigo grueso de pieles, ajustado para protegerlo del frío, y su cabello oscuro estaba parcialmente oculto bajo una capucha.




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