Narra Dorian
—¡Hemos llegado! —digo, volviéndome hacia mis amigos—. Mi cafetería favorita.
Estamos en Whitgate, la capital de Tao, el reino de los humanos. De vez en cuando me gusta volver a la tierra que me vio nacer y crecer, y es mucho mejor si mis amigos vienen conmigo. En cada esquina de sus calles parecen estar impregnados cientos de recuerdos de mi ayer, a pesar de que el tiempo se ha encargado de transformar por completo cada ciudad de Tao. De niño, cada fin de semana mis padres nos llevaban a mi hermano y a mía esta cafetería para desayunar. Luego nos quedábamos en la plaza a escuchar a los músicos de calle y observábamos las palomas que picoteaban en el suelo.
Observo, más allá, las tiendas y las lujosas casas que se extienden por la ciudad. A veces también extraño la tecnología, el Internet, el sabor del avance y el progreso de la ciencia. Me pasaba horas investigando en las redes y en las páginas sobre tecnología y datos científicos, pues me ayudaban a entender mucho mejor el mundo. En mi adolescencia adoraba jugar a videojuegos y a veces venían amigos —y alguna que otra novia— a jugar. También me encantaba ver películas por las noches, antes de irme a dormir. Fueron esas cosas las que tuve que dejar atrás para viajar al reino de los elfos, pero realmente no me arrepiento de haberme despedido de esa vida.
—¡Vamos a sentarnos ahí! —dice Diana. Nos sentamos en una mesa los cuatro, junto a las vallas de hierro de la cafetería y al lado de un pequeño jardín con flores.
-—Espero que el café de los humanos sea medianamente aceptable, no como el vino —comenta Eliel. Yo río—. Aún siento su regusto a veces y agh.
—Que los elfos tengáis un mejor café y un mejor vino no es nuestra culpa —digo, con una sonrisa.
—No le hagas caso, es que es muy orgullosa —comenta Hino.
Yo río, y no sé cuando pierdo el hilo de la conversación, pues de repente empiezo a fijarme en los transeúntes de las calles. Elfos, humanos y semielfos pasean con tranquilidad y entran o salen de los edificios. En el pasado, era inconcebible que los elfos se relacionaran con los humanos, y mucho menos que pisaran las calles taonienses con tanta tranquilidad. Después de todo, las dos razas eran enemigas y mantuvieron varias guerras. Yo no había nacido aún, pero me contaron cientos de historias... En la nueva época, sin embargo, las dos razas se han mezclado y aunque haya peleas y conflictos a veces, como es normal, todo rebosa de paz y armonía. Ahora es normal ver a elfos vestidos con ropajes humanos e incluso llevando teléfonos móviles en sus manos. Hay algunos que incluso se han vuelto famosos cantantes, actores o actrices en la gran pantalla. También he llegado a ver a humanos ponerse ropa o diademas élficas y hablar en élfico.
Parece mentira que la sociedad haya cambiado tanto. Y creo que este es mi avance favorito... La convivencia entre dos razas que se odiaban en el lejano pasado.
Me bajo de mis pensamientos cuando el camarero, un semielfo, nos atiende. Pedimos cada uno un café y unos cuantos dulces, y poco tiempo después nuestras conversaciones se inundan de su delicioso aroma. Veo a Eliel probar el café y parece analizar su sabor con cuidado.
—No está taaan mal... —dice. Yo sonrío y beso su mejilla.
Cuando hablamos y reímos, los recuerdos de mi infancia parecen regresar, como pensamientos intrusos que quieren arrebatarme la felicidad de este momento. Vuelvo a pensar en las charlas con mis padres y mi hermano mientras desayunábamos. Había risas y bromas. Había sonrisas y anécdotas que parecen haberse quedado enredadas en esta cafetería.
Cuando mi hermano falleció, la relación con mis padres empezó a agrietarse. Mi madre se volvió seria y callada, y nadie parecía poder alcanzarla en el mundo interior en el que se había sumergido. Mi padre, que siempre fue algo estricto, quiso que aprendiera a usar las armas de fuego, que me hiciera fuerte y un gran guerrero como lo fue su otro hijo. Quiso reflejar la sombra de mi hermano, aquel valiente guerrero, en mí. Pero nunca entendió que yo soy pacifista. Que tiemblo al ver un arma. Que mi alma se quiebra al ver sangre y vidas robadas por las garras de la violencia. Y por eso discutimos hasta que nuestras gargantas cedieron. Gastamos saliva en algo que no se pudo arreglar. Al final, accedí a convertirme en guerrero, solo para hacerle callar y que me dejase en paz... Pero lo haría con una espada, y en el reino de los elfos. Así podría librarme de él y no tendría que tocar las armas de fuego. Él quiso impedírmelo, pero yo ya había hecho las maletas.
Ya hace años que abandoné mi espada, pues ahora la magia está conmigo y me puedo servir de mis propios hechizos. Todo mi pasado parece ya arreglado, excepto la relación que tenía con mi padre, que es una espina quede vez en cuando recuerdo que tengo clavada.
—Dorian —me dice Hino, preocupado—. ¿Hay algo raro en tu café o te pasa algo?
—Ah. —Aparto la mirada del café, que sin saberlo me había quedado observando—. Solo pensaba en mi padre.
—¿Aún no te hablas con él? —dice Diana—. ¿Le has dicho siquiera que ahora eres un mago?
—No... No sabe nada. Perdí... perdí todo contacto con él.
Mis amigos me observan, apenados por mí. Ni siquiera sé si mi padre me aceptará ahora. Él tiene cierta desconfianza hacia el reino mágico... ¿Qué pensaría de mí si se enterase de que puedo hacer magia...? ¿Me echará acaso de menos?
—Dorian —habla Hino—. No sabes la suerte que tienes de tener todavía a tus padres. Diana y yo los perdimos y ya nada se puede hacer. Pero tú aún tienes la oportunidad de arreglar las brechas que hay entre vosotros. Tu padre no va a estar para siempre, y cuando ya no esté te vas a arrepentir de haber dejado... asuntos sin resolver tan importantes como ese. Te lo digo por experiencia.
—Estoy segura de que tu padre te echa de menos —añade Diana—. Ha pasado mucho tiempo, y habrá podido recapacitar y pensar...