Escritores del destino

Capítulo 3

Lenin le había dicho a Eliot que fueran a comprar los libros en la librería Destino, pero el joven se negó rotundamente; le dijo que no le gustaba esa librería en lo absoluto, hasta le pidió que dejara de frecuentarla.

—No voy a hacer eso —se negó Lenin—. ¿Por qué te parece tan desagradable si es un buen lugar?

—No lo es, el chico que atiende en la primera planta es muy grosero.

—Sólo es un poco serio.

—¿Qué tanto has hablado con él? —inquirió el joven.

—No mucho, es demasiado serio —respondió Lenin.

La chica dejó salir un suspiro mientras viajaba en el autobús junto con su primo. Era como en los viejos tiempos, como si nada hubiese cambiado.

De pronto, el bus pasó por la logia y los ojos de Lenin se abrieron en gran manera. Quería bajarse en ese momento y poder ver con más detenimiento que sí era cierto, se trataba de la misma logia que intentó mostrarles a sus padres.

—Lenin, ¿sucede algo? Te ves muy pálida —dijo Eliot.

—Estoy bien —respondió Lenin.

Al llegar a la librería que quedaba en el centro de la ciudad, Lenin caminó por los largos pasillos leyendo los títulos de los lomos de los libros mientras esperaba a que su primo decidiera lo que iba a comprar.

A la joven le llamó la atención un libro abierto que se encontraba encima de una pila de libros sellados con sus respectivos forros de plástico. Lo tomó y revisó la portada.

“Iniciación para el Escritor del Destino” leyó. Volteó a ver si su primo estaba cerca de ella, pero no estaba a la vista.

Lenin comenzó a leer las primeras páginas y se impresionó en gran manera al encontrar algunas respuestas a las muchas preguntas que tenía merodeando en su cabeza.

“¿De quién es este libro?” se preguntó. Se notaba a simple vista que no era nuevo, estaba algo utilizado y algunos párrafos se encontraban resaltados.

El libro no era muy grande y la cartera que había traído consigo era lo suficientemente grande como para poder ocultar en su interior el libro. Necesitaba leerlo, saber lo que tanto ocultaba su primo, así que decidió robarlo.

Al llegar a casa, Lenin se encerró en su habitación cerrando la puerta con seguro y se sentó en la cama para leer el libro.

Devoró el libro en solo dos horas, prestó atención a cada párrafo y tomó nota de algunos para después investigar más a fondo.

Lo que el libro explicaba era que los Escritores del Destino eran un grupo secreto de personas que habían nacido con habilidades especiales y la más básica de ellas era materializar los pensamientos. Esto se podía realizar al momento que la persona escribía en un papel lo que deseaba ver y después de soplarlo con su aliento, el objeto se hacía realidad.

Los escritores estudiaban en una academia escondida de la humanidad y desde allí cumplían misiones para poder ayudar a las personas ordinarias. Los hombres por lo regular vestían con camisa blanca y pantalón negro, las mujeres llevaban la misma gama de colores, pero cambiaba al llevar una falda. Aunque, a los de más alto rango los vestían con ropa totalmente de color negro y llevaban una capa del mismo color.

—¿Será que Eliot pertenece a los Escritores del Destino? —se preguntó Lenin mientras mordía la uña de su dedo pulgar derecho.

Intentó buscar en internet acerca de aquella organización secreta, pero no encontró nada.

—Es obvio, al ser secreta es como si no existieran —se dijo.

Se tiró de espalda sobre la cama y dejó su mirada clavada en la nada mientras meditaba sobre aquella academia donde todos tenían habilidades especiales.

—¿Será algo así como los X-men? —soltó una carcajada—, qué genial… Mi primo tiene superpoderes.

Quería correr a preguntarle a su primo, pero, sabía que debía tenerlo como un secreto.

 

Lenin había llegado a la librería para conversar con Saymon, se habían hecho amigos y el joven era bueno escuchando.

Al entrar flechó con su mirada al aquel joven serio. Le parecía divertido el comérselo con la mirada cada vez que llegaba, además, para esa tercera vez que lo veía ya no se sentía intimidada.

—Buenas tardes, chico sin nombre —saludó al acercarse a él—. Dime, ¿Saymon trabaja hoy?

El joven alzó su mirada de un libro que leía en aquel momento y la observó perplejo, como si viera algo sumamente extraño.

—Oye, me habían comentado que no te gusta trabajar en la librería, pero cada vez que te veo estás leyendo. Eso es algo raro —Lenin notó aquella mirada extraña—, ¿qué sucede? ¿Tengo algo raro en la cara?

—¿Cómo puede ser posible que sigas con vida? —preguntó el joven.

—¿De qué hablas? —Lenin frunció el ceño.

—Yo escribí que morirías atropellada por un auto cuando cruzaras la avenida principal, ¿por qué sigues con vida?

Lenin no sabía el por qué aquel joven le dijo aquellas palabras, pero, si la idea era asustarla, lo estaba logrando.




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