Hojas rayadas sin escribir en el medio del escritorio, fotos de lugares y flores para inspiración, birome sin tocar a la derecha, goma a la izquierda, lápiz a la derecha...
-Ahora... ¿Qué escribo?- me pregunté. Algo tenía que escribirte pero no sabia qué.
La brisa de la mañana fría se escudriñó en la pequeña abertura que dejé en la ventana, abrieldola totalmente y recorrió todo mi cuarto.
Su helada existencia inundaba, las cortinas bailaban con ella, las hojas verdes escapaban de los mismos árboles para sumarseles, las hojas en mi escritorio junto a las fotos sueltas que tenía comenzaron a danzar con ellas en un instante. No podía hacer nada, me quedé fascinado ante tal espectáculo.
Inesperadamente todo paró, la correntada de aire se había extinguido. Dejé de estar en transe para luego acomodar todo en su lugar. Cerré la ventana por completo, alcé las hojas rayadas y comencé a buscar las fotos (las cuales en su totalidad eran doce) que por desgracia no encontré todas.
Mi instinto me llamaba a buscar debajo de la cama después de unas horas desde la recogida de la mayoría de las cosas. Encontré dos fotos: una tuya y la de un paisaje.
Te mentiría si te digo que mi anterior carta no fue motivada por esas fotos. Recuerdo haberlas agarrado, las llevé hasta mi pecho respirando profundo, suspirar como nunca y por arte de magia las palabra comenzaron a llegar.
Esas fotos me hablaron demasiado de ti, el día que por primera ves visitaba ese lugar fue cuando encontré mi amor verdadero.
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Escrito por: La Motivación.