Ese beso en Paris

17|| DiCaprio

CHASE

Hoy se suponía que iba a ser mi día libre, iba a dormir todo lo que no vengo durmiendo hace ya varios días y quizás, solo quizás si mi humor me lo permitía iba a prepararle la merienda a mi abuela tal y como solía hacerlo de pequeño.

Mi sueño había sido interrumpido por un molesto sonido en el suelo de mi dormitorio, más precisamente dentro del bolsillo de mi sudadera. El teléfono de Wendy no paraba de sonar, le llegaron cerca de diez llamadas y cincuenta mensajes. Tuve la intención de apagarlo y seguir durmiendo, pero no lo creí apropiado ya que quien fuese la persona o personas que estuviesen al otro lado de la linea se preocuparían, y tanto ella como yo nos meteríamos en un problema, y déjenme decirles que la cantidad de problemas que tengo son suficientes como para agregar algún otro más.

Luego de haber salido del apartamento de la castaña tenía pensado seguir con mi plan de dormir como cual marmota, había comenzado a quitarme las zapatillas, el jogging e incluso la camiseta—a veces en Jacksonville puede hacer un calor de morirse—pero nuevamente mi sueño fue interrumpido por el sonido del teléfono, esta vez mi celular. Era Alfred, me pedía, o mejor dicho me rogaba, que lo cubriera esta tarde en el trabajo, al parecer él y su novia habían tenido una fuerte pelea y ella hace varias horas no le contesta el móvil—si mal no recuerdo, Alfred en una ocasión nos contó que Stacy, su novia, sufría de depresión y no podía estar mas de cuatro horas sin tomar su medicación, supongo que ese debe ser el motivo por el cual está tan preocupado de que no atienda las llamadas— Finalmente acepté —¿cómo no iba a hacerlo?— y aquí me encuentro, sentado en mi incómoda silla, con mi horrible uniforme, discutiendo con la señora Applebaum. Según ella le he robado sus revistas de cocina y una revista que contiene entrevistas y fotografías inéditas de Leonardo DiCaprio.

—He esperado semanas por ese ejemplar—vocifera la anciana

—Aquí no ha llegado nada—digo casi a los gritos. Se supone que ésta señora utiliza audífonos, pero por alguna razón hoy no los trae.

—Como es posible que no haya llegado nada si aquí—señala un trozo de papel—dice que se suponía que iba a llegar esta misma tarde— me inclino hacia ella, tomo el papel y comienzo a leerlo.
Tiene razón, aquí dice que un pack de revistas llegarían hoy, pero reviso el baúl del correo junto con el baúl de objetos pedidos —por tercera vez— y aquí no hay nada.

Maldita sea la hora en la que decidí suplantar a Alfred.

—Mire, señora, aquí no hay nada—le señalo ambos baúles

—La juventud está cada vez más perdida y vaga—masculla por lo bajo

—Señora, déjeme recordarle que aquí la que tiene problemas de sordera es usted, no yo, por lo tanto la oí perfectamente

—Pues me alegro entonces. El otro chico es más amable que tú, él si sabría resolver este problema

—El otro chico no se encuentra, por lo tanto va a tener que conformarse con ver mi hermoso rostro.

Este es uno de los motivos por los cuales detesto trabajar por la tarde. Por alguna extraña razón la gente es más quisquillosa, más irrespetuosa y menos tolerable. Puede ser que acumulen su ira y enojo del día en esta hora de la tarde, también puede ser que estén exhaustos teniendo en cuenta que es la hora que usualmente salen de trabajar, no lo sé, pero lo que si sé, es que esto en la mañana no sucede.

Cuándo comenzaron las vacaciones aumenté el horario de mi turno de cuatro horas a ocho. Mí abuela no estuvo muy conforme —a decir verdad no estuvo conforme desde el primer día que le dije que comenzaría a trabajar— su respuesta había sido:

—Tu debes concentrarte en el estudio, no en el trabajo. Mientras yo esté viva a ti no te faltará nada.

—Pero quiero ayudar con el dinero de la casa, quiero tener mi propio dinero, sin tener que pedirte a ti

—Tu no debes preocuparte por el dinero de la casa, y en cuanto al dinero para ti, tú sabes que yo te daré todo lo que necesites.—me respondió ella negada con la idea

—Abuela, lamento contradecirte, pero comenzaré a trabajar, punto final

—¿Y los estudios?—preguntó ella preocupada—¿dejarás de estudiar? Eso si que no lo permitiré, prometí que te daría una buena enseñanza y una buena vida, no puedo permitir que abandones tus estudios por un capricho

—Nunca he dicho que no podía hacer ambas cosas al mismo tiempo—me acerque más a ella y coloqué una mano sobre su hombro—estudiaré y trabajaré medio tiempo, te ayudaré con el dinero de la casa y lo que me sobre quedará para mis ahorros. No te preocupes abuela, tengo todo controlado—deposite un beso en su frente y nos abrazamos. Estuvimos así por casi cinco minutos hasta que sus brazos comenzaron a estrujar demasiado fuerte mi cuerpo.

—Debes comer más—me reprendió—Ya mismo iré a cocinarte algo—y dicho eso comenzó a preparar cinco platos diferentes, desde spaghettis, carne asada, verduras salteadas e incluso frutas trozadas con chocolate para el postre.

En este momento, discutiendo frente a esta señora, es cuando entiendo a lo que se refería mi abuela cuando decía que no debía trabajar para soportar reclamos ajenos y tratar con personas como ésta señora que está frente a mi, pero eso no quita el hecho de que pueda aunque sea intentarlo o superarlo, no es que estemos hablando de un problema de vida o muerte, es simplemente tratar con el público, no es fácil, lo admito, pero tampoco imposible.

Los adultos no entienden que los jóvenes también podemos trabajar e incluso hacerlo al mismo tiempo que estudiamos.
Ellos lo hicieron de jóvenes, no veo el porqué no podemos hacerlo nosotros.
Su excusa es que "eran otros tiempos" pero digamos que mi abuela utiliza esa frase para casi absolutamente todo. Pero no puedo discutirle, tan solo opto por darle la razón y finalmente me salgo con las mías tal y como quería.

—Conozco a tú abuela—¿aún sigue aquí esta señora? ¿Acaso no sabe darse por vencida?




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