Era el centro comercial más concurrido faltaban tan solo cinco días para la navidad. Era el día en que Santa Claus haría presencia en aquel lugar para que los pequeños tomaran sus fotos y sentados en su regazo leyeran su carta de navidad.
Los ocho niños de la fundación Yakamoz estaban ahí, impacientes esperando ser atendidos por aquel Santa Claus.
La pequeña Lyla, era la única del grupo que no llevaba ninguna carta, pero sabía muy bien lo que quería decir. Su carita infantil estaba atormentada, ella había escuchado cuando se acercó a la oficina de la señorita Wayne que no había salvación para Yakamoz, y que pronto todos los niños se quedarían sin hogar. Lyla tenía solo ocho años, pero era lista, sabía lo que aquello significaba; volver a las calles, vivir sin techo, pasar frío y hambre. No quería perder su hogar.
Cuando fue su turno, la pequeña subió hasta el regazo de Santa y lo miró con atención
—No voy a leerte ninguna carta —espetó con sinceridad y Santa Claus la miró entre risas e incredulidad—. No quiero juguetes, quiero que hagas mi deseo realidad.
Santa Claus tuvo que detenerla.
—Me temo que un deseo de navidad no es mi trabajo, ese es trabajo de mis amigas las hadas, son ellas que traen la esperanza de navidad, ve al lago del bosque y pide tu deseo en voz bien alta, si tienes suerte una buena hada vendrá a ayudarte.
La niña bajó del regazo de Santa y salió corriendo, su cuidadora Mary Anne no pudo detenerla.
La carrera emprendida por Lyla no paró, hasta terminar diez minutos después en aquel lago muy cercano a la fundación, la niña de trenzas oscuras y ojos castaños miró al lago, pasaban las seis de la noche y la luna ya se reflejaba sobre el agua, «¡Yakamoz!» pensó al instante y luego en voz alta dijo:
—Hadas buenas de algún lugar del universo, pido su ayuda, un milagro, ¡Salven a Yakamoz!, mi hogar, para que junto a mis amigos pueda vivir feliz y en paz —Lyla se sintió triste cuando nada mágico sucedió después, y al escuchar la voz de la señorita Mary Anne fue hacía ella. Sin darse cuenta, que alguien había escuchado su pedido con mucha atención.
A la mañana siguiente Lyla despertó, se arregló como cualquier día, y se presentó en el comedor para desayunar al lado de sus compañeros. Mary Anne servía el desayuno para todos, entonces apareció la señorita Wayne, tenía como siempre aquella sonrisa angelical y dulce que a todos hacía sentir tranquilos. Tomó una silla y se sentó a comer
—¿Están listos para la llegada de navidad? —preguntó ella, mientras todos los niños decían que sí al unísono y sonreían
«Pobrecita señorita Wayne, no tiene dinero para salvar Yakamoz, mucho menos para darnos regalos» pensó Lyla mientras bajaba la cabeza con tristeza.
Una vez que terminaron de desayunar, todos salieron al jardín a jugar. Lyla no tenía mucho ánimo, se alejó de sus amiguitos, quienes la observaban intrigados de que aquella traviesa no quisiera jugar.
Lyla se sentó bajó un árbol, era una mañana fría, pero soleada. Ella estaba tan triste que a punto estuvo de echarse a llorar, fue entonces que escuchó aquel sonido tras un arbusto, era una especie de «Shit, Shit», y Lyla movida por la curiosidad se acercó a mirar, casi se le escapa un grito, que fue detenido por aquella chica, quien la tomó violentamente tapando su boca, y la obligó a agacharse para que nadie la viera
—Bien, te soltaré si prometes que no gritarás —dijo aquella chica—. ¿Has entendido?
Lyla que no podía hablar, se limitó a asentir con firmeza tenía los ojos atemorizados, entonces la soltó
—¡¿Quién eres?! —preguntó Lyla, levantándose al mismo momento que su acompañante, la miró revisando con extrañeza sus ropas, aquella chica llevaba un vestido de un verde claro, era muy delgada y blanca, con unos enormes ojos verdes, el cabello lo llevaba en dos grandes coletas y era muy rubio, además sus orejas tenían una forma puntiaguda—. ¡Dime quién eres o gritaré! —exclamó Lyla esta vez amenazante
—Me llamo Enyd, has pedido mi ayuda, ¡He venido a ayudarte! —exclamó con una blanca y gran sonrisa, mientras Lyla le miraba intrigada
—¡¿Yo?!
—Sí, tú. Ayer en el lago, pediste un deseo y estoy aquí para hacerlo realidad —dijo Enyd sonriente, Lyla la miró con gran sorpresa
—¿Eres un hada?
Enyd asintió sonriente, entonces Lyla se desmayó por la emoción, mientras Enyd la miraba con angustia y confusión.
En su habitación Nina Wayne estaba lista para salir, Mary Anne entró a la alcoba
—¿Llevas todos los papeles?
—Llevó todo, pero estoy nerviosa, nunca había estado en un juicio, espero que nos quieran dar la prórroga o estaré acabada, ¿Cómo pude llegar a esto? —dijo Nina mortificada, mientras miraba por la ventana
—Es natural, la muerte de Edward nos tomó por sorpresa a todos, gastaste todos tus ahorros y no puedes arrepentirte, hiciste más de lo que podías —Mary Anne intentaba darle ánimos a la joven
—Lo sé, ahora Yakamoz es todo lo que me queda, y voy a luchar hasta el final —una fuerza interior alumbró el corazón de Nina, luego salió de la habitación y se fue en su auto rumbo al juicio, ahí negociaría el embargo de la propiedad donde estaba establecida la fundación Yakamoz, que ayudaba a niños en situación de calle y a mujeres vulnerables, desde hace más de veinte años que su padre Edward la fundó.
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Editado: 01.12.2021