Estaciones del Corazón

1: Primer encuentro con mi ángel infernal

 

Invierno

El 12 de marzo del 2013 es solo otro día más en esta trágica historia familiar caracterizada por recrear a la familia perfecta. Hoy, martes, siendo las 3 de la tarde, limpiando lágrimas que caen sin razón aparente, sé lo que deseo: huir, huir de aquí.

Podría incluso huir de este mundo, podría escapar de estas paredes ensambladas de odio y rencor, pero, de lo que no puedo huir es del mundo viviente en mi consciencia.

Un mundo putrefacto, protervo, insipiente y lleno de crueldad. O es esa la perspectiva que tengo del mundo desde que hago uso de razón, sé lo que quiero, o es eso lo que yo quiero creer.

—Amelian —nombró mi sirvienta. La observé y sé que vio la inseguridad en mis ojos, la melancolía en mis facciones y mi deseo incompetente e iluso en mi sonrisa—. El auto está estacionado —dijo bajando la cabeza en sumisión y respeto.

Caminé hacia el perchero, el cual estaba ubicado al costado de mi puerta, y tomé una gabardina negra. Cuando la puerta de mi dormitorio fue cerrada por las magulladas manos de mi sirvienta sentí por última vez el hedor que este desprendía. Mis aposentos habían adquirido mi aroma, mi olor. Esas cuatro paredes escuchaban y ocultaban mis sollozos, mis proferencias, mis desdichas. No había nadie en el mundo que me entendiese mejor que ese concreto gélido y carente de vida, tal como yo.

Y ahora la odiaba. Odiaba cada rincón de ese dormitorio, odiaba mis prendas, mi perfume, la fragancia de mi champú o el de mi jabón. Odiaba todo lo que tuviese conexión conmigo. Me odiaba y odiaba todo lo que estuviese a mi alrededor.

Mi familia, mis amigos, mis vecinos, mis admiradores, mi casa, mi vida.

Odiaba a Amelian Cánder.

Subí al auto y cerré la puerta con furia, recibí un “Buenos días” por parte de Guillermo, mi conductor; en respuesta le sonreí, porque así debía hacerlo, fuera de casa debía ser la dechada Amelian, idolatrada por periodistas y fanáticos que no podían hacer nada productivo por su vida. A mis doce años había entendido lo infausto que era existir en el ojo de la cámara y el micrófono de un canal farandulero.

Bajé la cabeza y noté mi falda más subida de la normal, traté de bajarla, en ello sentí la suavidad de mi piel, y no pude evitar ver la inmaculada y delgada que estaba, que era producto de mis ayunas o las dietas predilectas de mi madre, mi honorable y ostentosa madre. Mía, mía…

«Sonríe»

—Llegamos —musitó Guillermo en el intento de llamar mi atención sin causar turbulencias en aquel incauto silencio mío. Levanté paulatina la mirada y asentí ante su aviso. Mi conductor bajó del auto y caminó hacia la puerta más cercana a la famosa “Escuela de Príncipes”, sí, príncipes, un nombre machista, podría acotar “misógino”, sin embargo, desconozco las intenciones o pensamientos del dueño; de todos modos, está lejos de poseer igualdad o respeto hacia las mujeres estudiantes de esta academia; la abrió e hizo un ademán de manos indicando que saliese del auto.

Coloqué el tacón dorado en la vereda asfaltada y salí del auto, acomodé mis cabellos ondulados con una mirada altiva y presumida, miré de reojo a mi conductor y esbocé una sonrisa despectiva; pero, cuando mis pupilas observaron a aquel muchacho de cabellos cafés oscuros, noté que él tenía lo que yo buscaba por años.

Admirar su belleza era sencillo y extrañamente aliviaba el alma de pesar; el céfiro movió mis cabellos y pude sentir la fragancia que este desprendía, un suave aroma masculino que aturdía mis sentidos; cerré los ojos conmocionada ante la parestesia que se originaba en mi interior, una sinestesia inefable. Él era verano en este frío martes de marzo. Él era calor, él… me encendía, tal como una bombilla y un interruptor.

Abrí mis ojos y lo vi tocando con parsimonia el pétalo de una flor. Admito que la botánica es uno de los temas que más detesto, entre tantas razones para odiar al mundo, la botánica es uno de ellas; tal vez sea porque aquella rama de la biología me recuerde lo débil que soy ante lo vasto del mundo.

Él comenzó a reír, sentado en la pradera del instituto de porte y elegancia, acompañado de… una mujer paupérrima, desaliñada y mugrienta; ¡es blasfemia! ¡Un insulto al mismo Adonis! Ella era vieja, canosa, ¿cómo podían permitir que se sentase al costado de… aquel genuino y etéreo muchacho? Un ángel. ¿Acaso ya no hay respeto hacia temible príncipe indefectible? Él, por su lado, hacía uso de prendas lujosas, limpias y planchadas. Sí, soy clasista y tengo el ideal de que el pobre debe estar con el pobre, el adinerado con el adinerado; aunque, es evidente que habrá ocasiones en las que la balanza de lo justo tienda a inclinarse bajo los ideales y conceptos de vida, aunque, da igual, siempre es el mismo resultado, el pobre vive marginado, mancillado y arrepentido; ese es el final de la fábula, porque, la moraleja es: “no luches contra lo ineluctable”.

Apreté mis labios rosáceos y avancé hacia la entrada principal en compañía de mi chofer personal. Cuando pasé por su costado vi el bastón blanco retraído, me detuve y sonreí, coloqué hacia atrás mis cabellos negros y miré al chico invidente, que apretaba sus manos tras sentirse amenazado con mi presencia.




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