Estilo Asesino

UNO

La radio transmitía un jazz delicado, mientras Arnold Black, leía el periódico en sus manos. Sí, aún aquel hombre amaba leer los periódicos, a pesar de que los teléfonos celulares, fueran el nuevo mundo.  
 


 

Tarareaba el ritmo de aquel jazz encantador y se fumaba su puro diario.  
 


 

Disfrutaba de lo antiguo, de las viejas cosas y de la tranquilidad que podía transmitir aquel tipo de música que soltaba notas en el pequeño equipo.  
 


 

—La violencia, parece que crece cada día más. —Habló con rabia, mientras leía uno de los apartados, el cual indicaba un caso de asesinato.  
 


 

—Este mundo, parece empeorar entre más intentes erradicar el mal. — Su hermosa esposa, Evelin; le sirvió una taza de té, al tiempo que se sentaba a disfrutar de igual manera, la música en la radio.  
 


 

—A penas tenía veinticinco años, Evelin. Este mundo no terminó de conocer a un potencial talento. — Dichas aquellas palabras, el celular de Arnold, comenzó a sonar, indicando una llamada entrante.  
 


 

Tomó aquel celular de mala gana y contestó.  
 


 

—Black..., viejo amigo. —Al escuchar esa ronca voz, supo de inmediato la razón de aquella llamada—. Seré claro. Estoy seguro de que leíste el apartado que indica el asesinato de Melissa Parks, en Brea; — No le gustaba el rumbo que estaba tomando la conservación... Bueno, si se pudiera llamar así—; el jefe te ha asignado este nuevo trabajo. Pide que estés aquí, el martes temprano por la mañana.  
 


 

—¿Alguna pista? —Preguntó, tomando un sorbo del té que le había servido su esposa.  
 


 

—Aparece el martes en Brea. —Ignoró la pregunta, irritando a Arnold; sin embargo, no pudo reclamar, ya que, el hombre cortó.  
 


 

Evelin le dedicó una mirada significativa a su esposo.  
 


 

—¿Nuevo trabajo? —Preguntó con voz apagada. Amaba a su esposo, pero no le convencía su trabajo. Después de todo, ser detective de casos internos, no era un trabajo del todo seguro.  
 


 

Arnold asintió.  
 


 

—Necesito estar el martes temprano, en Brea. — Su mujer puso los ojos en blanco.  
 


 

— ¿Brea?, ¿el pueblo de la melancolía? Amor, eso es en Francia.  
 


 

—Lo sé, pero me necesitan. Ya verás que no tardaré. El pueblo es pequeño, será sencillo. — Dejó el periódico a un lado, a la vez que depositaba el puro en el cenicero. Dedicó un tierno beso en la coronilla de su esposa—. No notarás que me habré ido.  
 


 

Ella frunció sus labios, dudando. De Kentucky a Francia, era una larga distancia; una que no sabía si soportaría. Los demás trabajos de Arnold, eran en la localidad. Y aunque él en su corazón tuviera el deseo de quedarse, al jefe nunca se le dice no.  
 


 

Esa misma tarde, Arnold acordó el viaje con el piloto de jets privados de la agencia, armó sus maletas temprano y decidió llevar a su mujer a la ópera. Después de todo, era domingo; el día de salida familiar, o bueno..., lo que quedaba de la familia.  
 


 

Arnold y Evelin, tuvieron una hija llamada Shanon. Fue víctima de un incendio premeditado, en su universidad. Aunque Shanon ya no estuviera, ellos mantenían la tradición; era su manera de llevarla cerca, de mantener vivo su espíritu.  
 


 

Fue aquella noche que Evelin tomó la mano de su esposo, mientras la ópera tenía lugar; lo observó con nostalgia y una pequeña lágrima cayó por su delicado y pálido rostro. Sentía una inquietud enorme en aquel nuevo trabajo, el cuál se le fue asignado. Su mente y corazón se removían en angustia de solo sopesarlo. 
 


 

Llegó el día martes y ya Arnold estaba en Francia, tomando el tren de camino a Brea.  
 


 

Recordaba aquella mirada de su esposa y su alma se llenaba de emociones contradictorias. No sabía lo que le esperaría al otro lado de Francia. En parte sentía tranquilidad, ya que, era algo que ya había hecho muchas veces y en todas, resolvía con éxito el caso; sin embargo, algo en su ser le advertía desde el principio; los ojos de su esposa le confirmaron esa advertencia. 
 


 

—Arnold Black. — La voz de Jarry–su jefe–, inundó sus oídos, al llegar al pueblo.  
 


 

El área estaba despejada, pero, aún así se encontraban las cintas que retenían el paso.  
 


 

—Un gusto verlo de nuevo, señor. — Jarry lo observó con una sonrisa ladeada.  
 


 

—Sí..., siempre es un gusto. — Los pasos de ambos fueron encaminados al centro de la escena, donde el asesinato fue ejecutado—. La hora del asesinato se registra entre las seis y quince y siete de la noche, del pasado sábado. Melissa estaba saliendo de su trabajo y gracias a la lluvia, decidió tomar el atajo hasta su casa. —Informa, en un tono estudiado, señalando las zonas en las cuales la victima caminó.  
 


 

—¿Algún testigo? —Preguntó mientras su vista se paseaba por el pequeño tramo de carretera. Estaba agrietada.  
 


 

—Varios residentes dicen haber escuchado a lo lejos, la voz de Melissa; sin embargo, ninguno se atrevió a salir, por la lluvia.  
 


 

—¿Encontraron algo que pueda dar con el asesino? — Inmediatamente, Jarry sacó del bolsillo interno de su gabardina, una bolsa de plástico con un contenido que dejó a Arnold, boquiabierto.  
 


 

—¿Qué es eso? ¿Naipes? 
 


 

—Estaban en la cera. No hay registro de huellas, pero estoy seguro de que encontrarás algo en ellas. — De inmediato, tomó la bolsa y la guardó. Sin duda alguna, eso podría significar algo, aunque no era nada común evaluar Naipes.  
 


 

Al cabo de unos minutos, un joven de mediana edad, se dirigió a ellos con paso apresurado. Se detuvo un momento a tomar aire y soltó las palabras que tanto lo tenían agitado.  
 



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En el texto hay: asesinatos, violencia, detectives

Editado: 11.08.2021

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