—Si Harry Bésame.
—Claro Hannah.
Estábamos tan cerca a punto de besarnos hasta que . . .
¡Beep! ¡Beep! ¡Beep!
—¡Estúpida alarma, ya te escuché! —le grité a la muy estúpida que había arruinado mi beso con Harry Styles.
Típico de todas mis mañanas. No puedo dormir tranquila ya que esa cosa siempre interrumpe mi sueño.
Aunque en parte se lo agradezco, ya que de lo contrario no podría levantarme temprano e ir al Instituto.
—¡Ballena asquerosa, levántate que llegarás tarde a clases! —gritó mi odioso hermano menor.
Me levanté a duras penas de mi cama y me fui a dar un baño.
Bien.
¿Por donde empezamos?
Mi nombre es Hannah Anderson, tengo 17 años, dos mejores amigas, Isabela y Carolina, un terrible pero hermoso hermano menor de 15 años llamado Esteban y estoy en último año de Instituto.
Listo.
Mi presentación fue extremadamente . . . ¿diferente?
Bien, tampoco es que vaya a redactar todo un discurso.
No es mi estilo.
—¿Por qué las duchas son siempre tan aburridas? —me pregunté a mí misma.
Salí desnuda del baño mojando todo con el agua que corría por todo mi cuerpo.
Soy rara.
Lo sé.
¿Pero qué se puede hacer? Así soy yo.
Agarré mi celular cuidadosamente para no mojarlo y coloqué música.
¡Se prendió la fiesta!
—¡Watermelon Segar! —canté a todo pulmón.
—¡Cállate y apúrate! —gritó mi hermano.
Me terminé de bañar, me coloqué unos jeans negros, una blusa amarilla mangas cortas y unos tenis blancos. Bajé de mi habitación.
—¡Buenos días! —saludé a mi madre entrando al comedor.
Mi madre, una señora de apenas cuarenta y siete años de edad, Con muy buenas curvas, intensos ojos marrones, piel clara. En su adolescencia fue la típica "chica popular". La qué todos amaban por su belleza, envidiada por varias chicas y robándose el corazón de varios jóvenes.
Lamentablemente su hija fue todo lo contrario.
No tengo buenas curvas, tampoco un físico de infarto y mucho menos la chica popular. Soy sarcástica, que hasta a veces mi sarcasmo molesta a mis amigas.
¿Y qué?
Soy sarcástica porque matar es ilegal.
—Buenos días hija.
—¿A mí no me saludas? —se quejó mi hermano.
—Buenos días, enano.
—Buenos días, morsa.
—Tomen su desayuno y vayan al instituto, están llegando tarde —avisó mamá.
Terminé de desayunar y me fui al instituto.
Ir al Instituto es como ir al mismísimo infierno. Lo peor es que soy de esas chicas que son un desastre en todas las materias, sin excepción. Principalmente en matemáticas.
¿Quién carajos ama eso?
Me encontraba caminando por los pasillos del Instituto cuando un idiota viene corriendo y choca conmigo.
¿Lo peor?
¡Lo peor es que el muy idiota ensució toda mi blusa con su jugo el cuál llevaba en las manos!
¿Acaso no puedo iniciar un buen año sin interrupciones?
—¡Fíjate por dónde caminas, enana!
¿Enana? ¿enserio?
Puede que no sea tan alta, ¡pero eso tampoco significa que sea una enana!
—¡Enana tu abuela, maldito imbécil!
Y así empezamos último año de Instituto.
.
.
.
-¡Hey! -saludaron mis amigas al unísono.
—¿Qué te ocurrió en tu camisa? —me preguntó Carolina notando la gran mancha de zumo de naranja.
—Un idiota vino corriendo y chocó contra mí —expliqué con una falsa sonrisa.
—La mejor bienvenida a tu último año que alguien pudo a verte dado —bromeó Isabela.
¡Tan bromista como siempre!
Mis amigas eran lo mejor. Cada una tiene su manera de pensar, y esto nos ha llevado a tener constantemente discusiones, ¿pero qué se puede hacer?. Todos pensamos diferentes.
Isabela es bromista, alegre, encantadora y linda.
Carolina es todo lo contrario, ella es misteriosa, dramática y, en algunas veces, arrogante.
Pero todos tenemos defectos. Defectos y virtudes.
—¡Llegamos tarde a clases! —gritó Carolina, tan dramática como siempre.
Corrimos hasta el salón y encontramos una hermosa puerta cerrada.
¡Fantástico!
¡Esto me sucede por levantarme tarde!
—¿Qué clase es esta? —pregunté con el ceño fruncido.
Digamos que con algunos profesores no tengo una buena reputación.
—Matemáticas.
Mierda.
El profesor de matemáticas me odia.
¿Será porque siempre repruebas?
¡Cállate pizza!
Si.
Mi conciencia se llama pizza.
¿Por qué?
Ni idea, solo me gusta y ya.
Iba a tocar la puerta del salón pero esta se abre primero dejando ver a un profesor con cara de muy pocos amigos.
—Muy buenas noches, señoritas —habló sarcástico el profesor.
¡Como odio su sarcasmo!
De seguro, justo ahora está pensando en enterrarme vida.
Mejor sería lo contrario. Él a miles de metros bajo tierra y yo en el salón triste porque volveré a desaprobar la materia.
¡Qué alegre es la vida!
—Discúlpenos por llegar tarde, pero había mucho tráfico —se justificó Isabela.
La típica excusa de secundaria.
Me acuerdo que siempre le decía a mis profesores de primaria que voldemort venía a intentar matarme y atrasaba mi camino a la escuela.
Una excusa estúpida. Lo sé.
Lo bueno es que los muy idiotas se la creían porque no sabían quién diablos era voldemort.
Recuerdo que siempre me miraban como tipo ¡está pendeja está loca!
Son oro esos recuerdos.
El profesor dejó pasar a mis amigas y a mí no.
¿Ven por qué digo que me odia?
—Señorita Anderson, usted no pasa —dijo con total seriedad que me provocó un pequeño escalofrío.
—¡Pero si solo llegué cinco minutos tarde! —protesté.
Empiezo a pensar que él profesor tiene preferencias con mis amigas.