Si le digo, señora mía,
sueño recurrente y tosco,
que nunca la reconozco,
¿será que usted me lo creería?
¿Será que me dejaría
mentir descaradamente?
Señora mía, son fuente
de contradicción y encanto,
su melancólico llanto
y su lágrima ausente.
No importa, no importa. Sin
miedo hábleme; sin reservas,
sin contener, sin que acabe,
sin saberse parte de mí.
A quemarropa dé y
reciba usted verdades.
Como usted quiera, hable.
Si quiere, hable despacio,
pero con su léxico lacio,
hábleme tal que yo le hablase.