A la mañana siguiente, el sol apenas comenzaba a filtrarse por las pesadas cortinas de la habitación cuando mi alarma sonó, marcando el regreso a la rutina. Después de unos días fuera, era hora de volver a la universidad. Me estiré perezosamente en la cama, dejando que el recuerdo del baño caliente de anoche y la tranquilidad que había sentido antes de dormir me llenaran de energía. El ambiente en la mansión seguía siendo frío, pero ya no me pesaba tanto. Había logrado despejarme.
—Lía, despierta. Tenemos que irnos —dije, dándole un ligero empujón a mi amiga, que aún dormía profundamente.
Lía soltó un gruñido, girándose hacia el otro lado como si no me hubiera escuchado. Siempre había sido difícil sacarla de la cama por las mañanas, y esta no era la excepción.
—Cinco minutos más —murmuró, medio dormida.
—Cinco minutos y vamos a llegar tarde —insistí, levantándome de la cama y comenzando a buscar ropa para ponerme.
Finalmente, Lía se incorporó, con el cabello enredado y los ojos entrecerrados. Después de unas cuantas quejas, se puso en marcha también. Nos vestimos rápidamente y bajamos las escaleras en silencio, intentando no hacer demasiado ruido para no despertar a mi tía. No quería más enfrentamientos con ella esta mañana. No después de haber logrado algo de paz mental.
El camino a la universidad fue tranquilo. El aire de la ciudad, aunque más denso que el de la costa, tenía algo reconfortante. Volver a las calles llenas de gente, los cafés abarrotados y los ruidos familiares me ayudaba a dejar atrás los recuerdos oscuros de los días anteriores. Lía y yo caminamos juntas, hablando de clases y de lo que había que hacer esa semana, pero evitamos cualquier mención de lo que había pasado en la mansión de verano.
Cuando llegamos al campus, todo se sentía sorprendentemente normal. Los estudiantes corrían de un lado a otro, algunos con libros bajo el brazo, otros con cafés en la mano, tratando de llegar a tiempo a sus clases. La familiaridad del ambiente me reconfortaba.
Aquí, entre el bullicio y el ruido, podía volver a sentirme yo misma, lejos de la opresión de la mansión y de los misterios que aún flotaban en el aire.
—Bueno, parece que el caos habitual sigue intacto —dijo Lía, mirando alrededor con una sonrisa—. Nada como una buena dosis de estrés académico para hacerte olvidar los problemas.
Me reí, aunque su comentario me recordó que la tranquilidad de la universidad solo era temporal. Había algo más esperando en el trasfondo, algo que aún no habíamos logrado entender. Pero por ahora, estaba decidida a concentrarme en mis estudios y en la vida normal que tanto anhelaba recuperar.
Entramos al aula de nuestra primera clase, Filosofía, y tomamos nuestros asientos habituales en la parte media del salón. Mientras sacaba mi cuaderno y bolígrafos, no pude evitar mirar a mi alrededor, esperando ver alguna señal de Taehyung. No sabía si quería que estuviera allí o si prefería que no apareciera, pero mi mente estaba dividida. Parte de mí aún lo buscaba, intrigada y confusa, mientras la otra parte solo quería que se desvaneciera de mi vida.
Pero él no estaba allí. De hecho, no había rastro de él en ninguna parte del campus. Traté de decirme a mí misma que eso era bueno, que así podría concentrarme mejor. Sin embargo, una pequeña parte de mí se sentía decepcionada.
La clase transcurrió sin incidentes, y poco a poco me fui sumergiendo en la discusión. El profesor hablaba sobre las ideas de Kierkegaard y la existencia, y por un momento, todo lo demás se desvaneció. Era agradable perderse en algo académico, algo tangible. Lía, a mi lado, tomaba notas, aunque de vez en cuando me lanzaba miradas cómplices cuando el profesor decía algo particularmente denso.
Al salir de clase, fuimos directamente al café de siempre, donde la gente se amontonaba en la fila para conseguir su dosis de cafeína antes de continuar con el día. Nos sentamos en una mesa cerca de la ventana, y mientras esperábamos nuestros pedidos, me atreví a mencionar lo que había estado en mi mente.
—¿Te has dado cuenta de que no hemos visto a Taehyung desde lo de la piscina? —dije en voz baja, mirando mi café como si de repente fuera lo más interesante del mundo.
Lía frunció el ceño, pensativa.
—Es cierto… es raro. Pero, ¿no crees que es mejor así? Después de todo lo que pasó, un poco de distancia no nos vendría mal.
Asentí, aunque no podía evitar sentir que había algo más detrás de su ausencia. Algo más que simple coincidencia. Lía tenía razón, debería sentirme aliviada por no haberlo visto, pero en cambio, una inquietud empezaba a crecer dentro de mí. ¿Por qué sentía que esto no era el final, sino solo un respiro antes de algo más grande?
—Sí, supongo que tienes razón. Solo… no puedo dejar de pensar en lo que pasó. Hay algo que no encaja.
Lía suspiró, apoyando los codos sobre la mesa y mirándome con una mezcla de compasión y cansancio.
—Hannah, no podemos seguir dándole vueltas. Lo que sea que esté pasando con él, o con todo esto, no podemos resolverlo ahora. Además, tenemos que concentrarnos en lo que realmente importa: sobrevivir al semestre. Vamos a tomar las cosas con calma, ¿de acuerdo? Si vuelve a aparecer, lo manejaremos. Pero no podemos quedarnos atrapadas en esto.
Sabía que tenía razón. No podía dejar que mi vida girara en torno a un misterio que ni siquiera entendía. Así que tomé un sorbo de mi café y asentí, decidida a dejar que el día continuara sin más preocupaciones. Tenía una vida que atender, clases que aprobar y una rutina que recuperar.
Y, por un momento, me convencí de que podía hacerlo.
Después de un rato, la conversación con Lía se desvió a cosas más ligeras. Hablamos sobre las próximas actividades en la universidad, planes de estudio, e incluso hicimos una lista mental de las fiestas de fin de semana a las que definitivamente queríamos asistir. Esa normalidad era un bálsamo que me ayudaba a olvidar la tensión de los días anteriores. Sin embargo, en el fondo de mi mente, una parte de mí aún estaba alerta, como si algo estuviera a punto de suceder.
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Editado: 26.11.2024