Uno, dos, tres, cuatro… Las gotas cayendo sobre el alfeizar de la ventana habían interrumpido el sueño profundo del joven. Este, aun negándose a dejar el país de los sueños, se envolvió entre las mantas de su cama. Pero de nada sirvió, pues las gotas fueron nada comparadas al repentino grito de la voz de su padre.
El muchacho, somnoliento y resignado en dejar su descanso, abrió los ojos encontrándose con la realidad fría de las seis de la mañana. Jonathan no era, a pesar de los años, un hombre de mañana. A sus casi veinte años, le costaba levantarse temprano, habito que su madre había inculcado en el desde niño, sin ningún éxito de por medio.
El llamado repetido de su padre, con algo más de enojo en su voz, terminó por espabilarlo y sacarlo finalmente de entre las mantas. Pintaba una mañana fría, era temporada de lluvias así que siempre había mucho por hacer. El hombre calzó sus botas de trabajo, alisó su cabello con las manos y se enfundo en su abrigo que le mantendría tibio al menos hasta que el sol hiciera su aparición.
La casa en el primer piso era un completo caos de ruido y aromas. Su madre y su hermana ya se encargaban de los quehaceres del hogar. En la mesa se encontraba un tazón con algo de comer para que no fuera al trabajo con el estómago vacío. Aquella mañana su padre estaba apremiándolo ya que debían ir de cacería. Los señores de la tierra para quienes trabajaban, habían solicitado cierto número de aves, así que tendrían mucho que recorrer antes del atardecer.
Jonathan no entendía aún por qué su familia vivía tan agradecida con aquel gordo hombre que, en ocasiones dentro del año, visitaba su vieja casa. El pago que daba aquel hombre por el trabajo de ellos era mínimo. Muchas veces al año debían vender algunos animales de su granja familiar para poder pagar algo de comida.
— ¿Hará otra de sus fiestas de cada año? – Aventuró Jonathan mientras mordía la dura masa del pan que tenía al lado del tazón
—Eso no es de nuestra incumbencia Jonathan — Replicó su padre — Lord Brindam y su familia nos dieron un hogar y trabajo. Incluso dijo que, si un día tu hermana tiene un pretendiente, el pagaría su dote.
Siempre era así, Jonathan no podía comentar nada sobre Lord Brindam porque su padre salía a dar la charla de todas las cosas que les había brindado.
—Con esa cara no creo que la dote ayude en algo — Añadió el chico bromeando ´para alejarse del tema de su benefactor. Su hermanita solo miró molesta antes de tirarle una cuchara a la cabeza del chico.
Felicia era su dulce hermana menor, tenía solo quince años cumplidos y hasta el momento su padre y él le habían ahuyentado todos sus pretendientes. Su padre se excusaba en que no eran unos caballeros y Jonathan simplemente afirmaba que no les agradaba. De todos modos, la joven se las arreglaba para levantar suspiros en sus viajes lejos de casa.
—Dejen de jugar y apresúrate Jonathan, las presas huirán si perdemos más tiempo.
Jonathan tuvo que tragar su comida, y cargando el arma que su padre ya le estaba tendiendo, se alejaron de casa en busca de sus presas.
Su casa se encontraba a solo unos kilómetros de la casa del lord, cerca de ahí un enorme bosque, propiedad del ya mencionado, se extendía de forma envidiable por las llanuras. Muchos caballeros e incluso hombres de alcurnia, envidiaban aquellas tierras del lord; Las cuales afirmaban tenían las mejores presas para aquellos amantes de la caza.
Jonathan no era un amante de la caza, pero aquello no evitaba que fuera uno de los mejores. Desde joven, había sido entrenado por su padre para ostentar dicho título colocado por sus conocidos. Sus tiros eran precisos y su habilidad con la espada daba mucho a hablar por sus movimientos fluidos y elegantes.
La mañana se juntó pronta con la tarde. Ambos hombres ya hacían el retorno a su hogar cargados de aves muertas que colgaban a la espalda de cada uno. Había sido una buena cacería, las aves estaban regordetas y grandes, con ello probablemente el lord pudiera darles algo más de paga para ese mes.
Mientras emprendían su regreso a su hogar, el horrible aroma de la putrefacción los hizo detener su andar. Padre e hijo estaban extrañados de aquello puesto que en su ida no habían percibido el hedor. Jonathan extrañado decidió seguir el sonido de las moscas y el terrible olor hasta finalmente ubicar el origen. Se salió un poco del camino de regreso, su padre quien solo lo dejaba explorar, se quedó en el camino principal tomando un breve descanso. Ahí, en un tronco enorme de un viejo árbol muerto que yacía tirado a solo unos metros del camino, se podía observar algún líquido negruzco humeante que parecía filtrarse del tronco hueco. El chico sin poder identificar si lo que estaba dentro era un animal o una persona, golpeo la madera con la espada.
Adentro el sonido viscoso de lago liquido revolvió su estómago. Dio otro golpe más fuerte y esta vez una parte del troco de resquebrajo y por ahí se deslizó una mano bañada en sangre y llena de gusanos. Jonathan retrocedió ante la impresión de lo que veía, sus pies trastabillaron hasta casi hacerlo caer. Su padre justo lo sujetó de la espalda evitando su caída. El viejo hombre había ido en busca del muchacho al ver que este demoraba en regresar al camino y se hacía de noche.
— ¿Qué sucede? Ya es tarde Jonathan debemos llegar a casa antes de que el sol se oculte porque el emisario del lord estará esperando ahí para llevarse las aves.
El chico giro el rostro desencajado hacia su padre para poder verlo. No entendía por qué su progenitor no le impresionaba aquella visión. Era grave, debían informar de aquel cuerpo. Quizá había algún asesino suelto.
— Es… es… ahí… esa… — Le faltaban palabras para explicarlo, así que enderezándose y señalando al tronco, el chico volvió la mirada donde él había observado la mano, pero ahí simplemente estaba un triste tronco seco con algunas ramas podridas alrededor. No había ninguna mano y tampoco un líquido viscoso y negro.
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Editado: 25.03.2023