— Bueno, eso de que te ayude está por ver –respondió Raúl a mi petición de ayuda.
— No, necesito tu palabra. Si no, no te lo contaré –repuse con decisión.
— Si quieres mi ayuda, primero tengo que saber el motivo... Así que decide: o me lo cuentas y puede que te ayude, o no me lo cuentas y seguro que no te ayudo –musitó volviendo a su carácter frío e irritante.
— ¡Uff! ¿Siempre tienes que ser tan terco, vecino "irritante"? –espeté indignada al tiempo que barajaba la inexistencia de otras alternativas a las propuestas por el tozudo de Raúl.
— Me gusta ese nombre. ¡Ahí sí que has dado de pleno! –dijo con su humor ácido. Este ya volvía a ser el Raúl de siempre.
— ¿Parece que ya no te interesa la historia? –le reté redirigiendo la conversación al tema inicial.
— Sí, eres tú la que está tardando en contarla... Ni que yo fuera el protagonista –soltó agudizando mi rabia.
— ¡Basta! Si no piensas tomarme en serio, me voy —lancé mientras me levantaba de la cama para salir del dormitorio con la idea de que Raúl me sostuviese del brazo impidiéndolo, cual película romántica. Pero no fue así.
— Muy bien, como quieras... –fue lo único que salió de su boca tras iniciar mi salida al tiempo que se reclinaba sobre su cama como si nada le importase y colocaba sus manos detrás de su cabeza.
Llegué hasta la puerta, posé mi mano sobre el picaporte y mi cabeza se llenó de dudas. "Todo o nada", era lo que poco antes me había dicho a mí misma. Miré el rostro relajado de mi vecino "irritante", incluso disfrutaba de la situación. Y no le daría el gusto de irme, renunciar a Rubén y a su estúpida pero necesaria ayuda.
De modo que volví tras mis pasos y me abalancé sobre él sin pensarlo. Para mi sorpresa, mi presa me tumbó al otro lado de la cama y se hizo, cómo no, con el control una vez más. Raúl se encontraba sobre mí, era lo más cerca que lo había tenido en todo este tiempo y sus ojos color miel me miraban fijamente, recordándome quién tenía el mando. No mentiría si dijese que su intensa mirada me puso los nervios a flor de piel. En ese instante fui consciente de que su nerviosismo sólo se reflejaba cuando alguien que no fuese él dominaba la situación, y este caso no era uno de ellos.
— ¿Qué estás haciendo? ¡Suéltame! –grité intentando escabullirme de él.
— Has sido tú la que ha empezado, te has abalanzado sobre mí y has caído en tu propia trampa –recitó con su fría voz y prosiguió ante mi prolongado mutis–. ¿No se te ocurre nada que decir? También puedes darme la razón, y quizá te suelte.
— ¡Te odio! –chillé–. ¡Llevas razón! ¿Contento? ¡Y ahora suéltame!
— He dicho que quizás lo haría, pero si tanto me odias... –expresó haciéndose el duro.
— ¡He cambiado de opinión! Te quiero... Te quiero tanto que... ¿te gustaría salir conmigo? –solté sin pensar. Y por su cara de incredulidad entendí que este era el momento idóneo para deshacerme de él.
Segundos más tarde, logré escapar de las manos de Raúl y aunque no me gustase decirlo, lo conseguí porque él no opuso resistencia alguna a mi último intento. La frase que había pronunciado lo había descolocado. Tampoco quería crearle falsas esperanzas en cuanto a una relación verdadera, y sin quererlo le había contado lo que me ocurría.
— Eso es lo que me pasa. Bueno, no del todo. Me sigue atrayendo tu hermanastro, pero necesito que salgas conmigo –le supliqué ante su expresión de asombro, diría que provocada tras darle calabazas.
— No entiendo nada –fue lo único que salió de su boca. Lo noté desanimado, no quería hacerle daño.
— Te lo explicaré todo –aclaré.
Y entonces le conté todo sobre la visita de Rubén en mi casa, el walkie-talkie, la pillada de mi madre y su enfado. Por último, narré la discusión que había tenido con ella y cómo me había prohibido venir a su casa y, sobre todo, ver a Rubén. Las clases ahora serían en la mía, y para convencerla le había tenido que contar una pequeña mentirijilla:
— Le he dicho a mi madre que me gustabas tú en lugar de Rubén –pronuncié con timidez.
— ¿Y para eso querías mi ayuda? ¿Para hacerme pasar por tu enamorado? La respuesta es no –comentó sin darle demasiadas vueltas al tema.
— Por favor, si mi madre se cree lo nuestro me dejará salir de casa y entonces podré estar con Rubén –rogué–. ¿Acaso nunca te has enamorado?
— No, nunca me he enamorado. Y tampoco creo que tú sepas lo que eso significa... No puedes enamorarte de una persona a la que apenas conoces, simplemente has idealizado a mi hermano y te has enamorado de eso –narró como si ahora se dedicase a resolver asuntos amorosos.
— ¡Si nunca te has enamorado no puedes hablar entonces! El amor lo es todo. Estar dispuesto a darlo todo por alguien, sin esperar nada a cambio. Eso es el amor –dije con lágrimas en los ojos–. ¡Y tú tienes el corazón tan frío que nunca podrás enamorarte! –agregué mientras corría hacia la puerta con el alma rota.
— Espera, por favor... –me suplicó sin hacer que mis pies detuviesen su huida–. Lo siento, perdóname –añadió agarrándome esta vez del brazo y paralizando mi plan de escape–. Te ayudaré, pero no llores por favor.
Mis labios no pudieron articular palabra, tragué saliva y enjugué las lágrimas que recorrían mi rostro. La cara de Raúl me bastó para detener mi llanto, su mirada me transmitió tranquilidad y confianza. Nunca habría pensado que sería capaz de dar su brazo a torcer, pero las lágrimas habían ablandado el corazón de mi vecino "irritante"... ¿Sería que sí que tendría su corazoncito?