Eterno Castigo

Capítulo 23: La reacción

— Raúl... –dije con la voz rota de dolor al tiempo que me lanzaba a sus brazos para refugiarme de esta tristeza.


— ¿Qué pasa, Sofía? –me preguntó tras verme en ropa interior– ¿Te ha obligado a hacer algo que...? –dudó antes de soltar semejante acusación sobre su hermano–. ¿Rubén te ha hecho algo?


— Rubén... –pronuncié ahora entre sollozos, lo que elevó su preocupación a niveles estratosféricos.


— ¿Qué ha hecho? Dímelo, por favor –clamó él con el mismo dolor reflejado en su tono de voz.


— Tu hermano, Rubén, tu hermano... –musité con las lágrimas cayendo por mi rostro.


— Tranquila, estoy aquí –y me estrechó aún con más fuerza entre sus brazos.


Raúl no insistió, no me presionó más. Le había contagiado el dolor que expresaba mi mirada, y sabía que lo que necesitaba en este momento era su apoyo. Ese que encuentras en las personas que te quieren de verdad, en un buen amigo. Y Raúl lo había demostrado con creces, era mi refugio. Lloré incesantemente, tanto que sentí cómo la parte de la camisa que cubría su hombro y su pecho estaba humedecida. Intenté reprimir mi llanto, pero guardarme eso para mí misma supondría una carga doble que ya había experimentado con la separación de mis padres y no lo haría esta vez. Raúl era la pieza del puzzle que recomponía mi corazón, y su amistad me animaría a superar lo que fuese que sentía por su hermanastro Rubén.


— Creo que Rubén me ha roto el corazón –murmuré con la credibilidad de mi frase en un interrogante–. Nunca ha estado enamorado de mí...


— Mi hermano es un capullo, no sabe apreciar lo que tiene delante de sus ojos –dijo lleno de rabia y sin separar su mirada color miel de mis vidriosos ojos verdes.


— La culpa es mía, soy una tonta... Ojalá te hubiese hecho caso, lo idealicé y me enamoré de eso... No era real –me reafirmé para mis adentros, como si necesitase confirmar en voz alta lo que no sentía por él.


— No te culpes por eso, y no eres una tonta... Aunque a veces te comportas como tal, pero no lo eres –expresó con tono irónico y guasón con la intención de relajar la pesadez del ambiente.


— Tú si que eres tonto, pero no a veces sino siempre –solté tornándose una sonrisa maliciosa en mi boca, la cual le contagié.


— No, si ahora será culpa mía –musitó, haciendo que se desdibujase mi sonrisa y sumiéndome de nuevo en la tristeza que me embargaba segundos antes.


— No por tu culpa, pero sí por ti. Eso es lo que decía tu hermano –expliqué sin ser consciente de que mi frase se convertiría en el detonante de una acalorada discusión.


Mi amigo y confidente me soltó de sus brazos y corrió hacia el dormitorio de su hermanastro. Yo me quedé parada e inmóvil como una tonta, como solía comportarme a veces. Los gritos se escuchaban desde aquí, aunque eran algo indescifrables. Me senté sobre la cama ya que no tuve el valor suficiente de acercarme a la puerta, pues escuchar cómo Rubén culpabilizaba al inocente de su hermano me hervía la sangre. "¿Qué tipo de persona era él para juzgar tal veredicto?", me invadía el pensamiento. Sin embargo, el motivo oculto era mi falta de valentía.


— ¡Sí, le he roto el corazón, pero ha sido por ti! –chilló Rubén con tanta claridad que probablemente fuese escuchado por los vecinos de los apartamentos contiguos.


— Si tanto dices que es por mí, pues muy bien, arréglalo ahora mismo. ¡Hazlo por mí! –contestó el enfurecido de Raúl a voz en grito.


— ¡No lo haré! ¡No te joderé tu am...! –se entrecortó la voz de Rubén después de que su hermano lo mandase a callar.


— ¡Cállate! ¡Sólo importa su felicidad, lo demás no importa! –sentenció Raúl.


— ¡He dicho que no! Antes de ella, estás tú –murmuró su hermano bajando el volumen, tanto que ya no fui capaz de escuchar los escasos minutos que prosiguieron de esta discusión.


Ahora sí que no entendía nada, ¿qué era lo que no quería joder Rubén, la amistad que había entre Raúl y yo? Como si eso hubiera influido en el caso de que hubiésemos comenzado a salir. Sus buenas palabras, sus ardientes intenciones, el walkie-talkie y las notas amorosas... Nada me encajaba con la idea de que después de eso, que el hecho de que él y yo estuviésemos juntos podría arruinar la relación con mi amigo Raúl. Tampoco terminaba de cuadrarme que este último defendiera mi felicidad ante todo, ¿estaba dispuesto a pelearse con su hermanastro por anteponer mi bienestar? ¿Nuestro vínculo era mayor que su unión fraternal?


Al rato, mi protector amigo regresó a su habitación con los nudillos enrojecidos, y su semblante dominado por la ira. Al tiempo que descubrí sus magulladuras, le pregunté si había llegado a las manos con su hermanastro, a lo que él negó con la cabeza y me explicó que sólo había golpeado la pared por la rabia contenida:
— Vámonos, no quiero que estés triste –gesticuló furioso.
— Estaré bien si tú lo estás, y para eso necesitas calmarte antes de ponerte al mando de un volante –le aconsejé intentando parecer lo más serena posible y lo invité a sentarse junto a mí.
— No puedo, sé que intentas hacerte la fuerte, pero te duele. Joder, sé cuánto duele que estés enamorado de alguien que no te corresponda –masculló como si el que tuviese el corazón roto fuese él.
— ¿Y qué es del amor si no estás dispuesto a darlo todo por alguien, sin esperar nada a cambio? –recordé las mismas palabras que días antes le había echado en cara–. Yo lo dí todo y esperaba que el me correspondiera, pero no fue así. Y tengo que asumirlo –agregué recorriendo de nuevo una lágrima por mi mejilla.
— No llores, por favor –me suplicó deteniendo el recorrido de la incesante lágrima–. No puedo verte así, si tú estás triste...
— No lo estés, porque necesito que me contagies tu felicidad, tu sonrisa burlona... Te necesito para estar bien –le abrí mi corazón sin reparos–. Eres muy importante para mí –añadí sin apartar un segundo la mirada de esos ojos tristones que me miraban buscando consuelo. Porque nos complementábamos, era la pieza del puzzle, mi mejor amigo.
— ¿Con que soy importante para ti, eh? –dijo ya algo más calmado–. Al fin vas diciendo algo bueno de mí, vecina "desgreñada".
— Después de todo lo que ha pasado, no querrás que esté espectacular –esbocé sonriente y observando cómo mi halagador amigo desviaba su mirada hacia mi conjunto de lencería color burdeos–. Sí, ya sé que esto tampoco es de tu agrado...
— He cambiado de opinión, tú siempre estás espectacular –inquirió no sabiendo bien si se debía a mi peinado o más bien a otra cosa.
— ¿Ah sí? Pues yo también he cambiado de opinión, no te queda bien esa camisa –dije a la vez que desabrochaba con total sutileza los botones de la prenda y la retiraba hacia atrás.
Noté su respiración agitada, el temblor de sus manos y su piel erizada a medida que acariciaba sus hombros hasta sacar por completo la camisa. Volvimos a esa época en la que jugar con la tentación alimentaba nuestro ego y nos empoderaba, pero esta vez era diferente. Mi corazón también latía enloquecido, mis manos se movían con cierto nerviosismo y la calidez del roce de nuestras pieles aumentaba esa sensación.
¿Qué me estaba pasando? Este tipo de reacciones no se sentían por amistad. Yo lo sabía, pero debía ser que era porque él se había convertido en mi mejor amigo. Nunca había tenido un mejor amigo chico, hasta ahora la única conocedora de todo mi mundo más personal era Paula. Esa que estaba a puntito de pescar a Raúl; deshice mi pensamiento, con ello parecía estar celosa y no lo estaba. Además, ella misma me había dicho que el corazón del susodicho ya estaba ocupado, ¿pero quién sería si no era mi amiga? Los celos me reconcomían. "Sólo miraba por el bien de mi amigo", me repetía una y otra vez. Y por supuesto no era otra clase de celos, y menos viniendo del hermano del chico que acababa de herir mi orgullo. Ahora tenía claro que era mi orgullo, y no mi corazón.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.