Algunas personas tienen miedo a estar o a quedarse solos. Buscan constantemente el contacto con los demás. Incluso dicen que somos seres sociales y que necesitamos del otro, como si fuera algo inherente de nuestro ser, pero yo pienso todo lo contrario. Para mí, estar solos está bien. El poder tomarse tiempo para uno lo es. No se trata de estar siempre en soledad, pero sí de tener un tiempo para poder reconectarnos con lo más profundo de nuestro ser; escucharnos, mimarnos, cuidarnos, querernos… En mi caso, a veces, necesito tiempo sola para reponer la energía consumida. Necesito descansar y resetear mi mente que se encuentra tan cansada como mi cuerpo, porque el cansancio no solo es físico sino también mental y emocional.
Después de mucho estrés, sentirme agobiada, decepcionada, triste, porque las cosas no salieron como esperaba necesito tiempo para mí, para poder reconectarme conmigo. Son momentos en los que la tranquilidad que me habitaba se va dando paso a la ansiedad. Me alejo de los demás porque necesito tiempo. Tiempo para pensar en mí y en mi bienestar.
Intento no dejar que las cosas me afecten más de la cuenta. Aunque todo vaya mal trato de buscar algo bueno a lo que aferrarme. A pesar de eso también tengo días y semanas malas, en los que se me junta todo y el mundo se me cae a pedazos. Y lloro, lloro por desesperación, porque las cosas no me salen como esperaba. A veces siento que no progreso, dada mi condición hacer lo que hago con todo el esfuerzo que ello conlleva y fracasar; es como caer al vacío. Porque nadie sabe por lo que estás pasando, las personas son demasiado crueles y no ven todo el empeño que le pones. Lloro por no superar y no poder soltar. Hay una sensación que me recorre luego de llorar demasiado. Es como si mi mente se quedara cansada, adormecida y no pudiera pensar más. Es una extraña sensación de paz en la que me desconecto del mundo, y me quedo observando a la nada. Solo ahí… existiendo.
Esta semana había sido un poco complicada. Había entrado en uno de mis pozos de tristeza, depresión y soledad. Había discutido con mi madre, de nuevo. Volvió a decir que no era suficiente, a marcar errores, a resaltar los buenos que eran mis hermanos, a exigirme más y más hasta que finalmente colapsé. Me aislé del mundo. Trabajé desde mi casa, me manejé por medio de mi computadora y me contactaba con la editorial por medio de correos. No respondí ninguna llamada o mensaje. Lo único que hice fue enviarles un mensaje a Alina y Jordan diciéndoles que necesitaba tiempo para que no se preocuparan. Simplemente diciéndoles eso ellos entendían que necesitaba espacio, estar sola y que no quería hablar. A ellos no les gustaba que sufriera sola, pero aún así respetaban mi decisión.
Estaba tan triste que lo único que hacía y quería era llorar. Cuando estamos tristes escuchamos canciones que se adecuan a nuestro estado de ánimo. Yo había elegido ver películas para sentirme más miserable e identificarme con los protagonistas. Uno puede llegar a pensar que después de llorar tanto ya no le quedan más lágrimas, pero créeme siempre hay más. Un ejemplo fue cuando estaba terminando de ver Amor de medianoche, luego de un maratón de películas, y lloré como si mi vida dependiera de ella. Generalmente, cuando estaba rodeada de gente aguantaba las lágrimas porque no quería que se preocuparan, me vieran con lástima o, gente hipócrita, quisiera saber qué me sucedía para criticarme a mis espaldas. Sin embargo, en la soledad de mi casa las lágrimas salieron sin control alguno liberando todo lo que sentía, principalmente, aliviaba la presión en el pecho que me ahogaba al igual que mis pensamientos invasivos.
No solo lloré por lo triste que eran todas las películas que había mirado, por como me identifiqué con los personajes, sino también por todo lo que llevaba aguantando durante tanto tiempo. Era una persona muy cerrada y nunca me gustó hablar de mis problemas o de lo que sentía, aunque supiera que debería hacerlo. Todo lo que no decimos se nos acumula en el cuerpo, se convierte en insomnio, nudos en la garganta, nostalgia, errores, duda, insatisfacción y tristeza. Cada día que pasaba sentía que me iba muriendo un poco más, no era feliz, al menos, no del todo. Estaba harta de vivir cumpliendo las expectativas de los demás, en hacer lo correcto y lo que otros querían que hiciera. La realidad era que solo quería ser libre.
Caminaba sola por el parque, sabía que no podía estar tanto tiempo encerrada en mi casa porque luego me costaría el doble salir de ella. Si eso sucedía, volver a conectarme con el mundo exterior, era lo más parecido a una tortura para mí. La ansiedad era uno de mis peores enemigos y el que últimamente más abundaba en las personas. La cantidad de gente que lucha contra la ansiedad es abrumadora. A veces, pueden ser personas que nunca te imaginaste que tendrían esta enfermedad porque las veías contentos, con una sonrisa, tranquilos, pero la ansiedad no es solo el nerviosismo del cuerpo es mucho más.
Como la persona adulta que era, fui directo a donde se encontraban las hojas de otoño que caían de los árboles. Me dirigí directo a su encuentro y al llegar a ellas caminé pisándolas y escuchando el crash, crash, crash que emitían bajo mis pies. Disfrutaba haciendo eso, para mí, era una sensación relajante y un sonido hermoso. Podía perderme durante horas solo caminando por el parque, mirando el suelo y escuchando el crujir de las hojas secas con cada una de mis pisadas. Amaba el otoño.
La primera vez que lo hice Jordan me había dicho que parecía una niña. Escucharlo llamarme así me causo una cierta nostalgia y no supe bien a qué se debía. Una sonrisa triste llegó a mi labios, casi como si recordara, cosa que no hice, algún buen recuerdo de cuando era pequeña. Como si fuera un recuerdo que me gustaría volver a vivir por lo bien que la pasé en ese entonces, pero que ahora resultaba imposible e incluso algo lejano. En ese momento le había asegurado que lo era, que aún era una niña, con todo lo que ello conlleva.
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Editado: 10.03.2022