Tenía que entrar arrastrándome por la pequeña caverna, el jardín era más grande, pero la entrada, ¡Rayos! La maldita entrada era diminuta.
Cuando vi luz al final del túnel, me golpeó un fuerte olor a flores. Seguí hasta que mi cabeza logró asomarse del otro lado. Justamente la persona que estaba buscando se encontraba no muy lejos de mí; sentada frente a un pequeño ojo de agua, rodeada de varias hadas que le trenzaban el cabello y parloteaban al rededor. Ella les sonreía a cada una al tiempo que adornaban su cabello con flores y les hacía cosquillas a las que se le acercaban a las manos para que no le mordiesen.
—La princesa es hermosa. Hermosa como una estrella. La Princesa de las Estrellas. La niña de las estrellas
Un grupo de hadas canturreó a mí alrededor.
—Dejen de cantar y dejadme pasar —Gruñí.
—No es la princesa —replicaron —, la Reina.
—Sí, sí, muy guapa ¿Ya puedo pasar?
Aun riendo, los pequeños seres se acercaron a la piedra donde estaba echada y justo en ese momento sentí que se abría cada vez más y más al punto en el que podía estar de pie sin cuidado.
Me acerqué a Roxana, viéndola jugar así, sentada en ese claro, con una corona de flores y varias hadas revoloteando a su alrededor, más parecía una ninfa que una humana. Una ninfa muy tonta.
—¿Divirtiéndote con las hadas? —La asusté.
La verdad es que esa pequeña pelea en el agua fue divertida, hacía mucho que no me divertía tanto, pero era hora de hacer mi encargo. Llevé a Roxana de vuelta al castillo y nos arreglamos para la celebración que nadie organizaba.
Más tarde, luego de llegar al gran salón, se me ocurrió fastidiarla una última vez en el día. Al perecer el tiro me salió por la culata cuando oí a una fastidiosa voz:
—¡Roxanaaaa!
—Oh no... —murmuré.
De entre la multitud, salió Isa. Él era una esfinge desterrada de su tierra natal. Su cuerpo entero era el de un león marrón y de su espalda sobresalían dos enormes alas emplumadas que no se molestaba en recoger y siempre se la pasaba golpeando a todos. Su rostro era más humano a pesar de esa nariz de puma y rasgos faciales bastante finos, incluso su cabello negro estaba muy estilizado. Lo que más presumía eran sus ojos marrones y orejas redondas.
Y no me agradaba en lo absoluto.
—Roxaaaaana —Me empujó para poder abrazar a Roxana. Se levantó en sus dos patas traseras y recargó las delanteras en los hombros de la festejada.
—Hola Isa ─Tartamudeó, incómoda.
—¡Oh, Roxi! Gracias a Ra que hayas crecido tanto ─Frotó su peluda cara en la de Roxana.
—Gra-Gracias Isa...
—Oye, enano lascivo, quítate —Lo tomé del cuello de su corona Nemes -que seguramente se había robado- y lo aparté de ella, que ya se veía roja de sofoco.
—Joven dragón, me alegra verte nuevamente —Saludó luego de haber tocado el piso.
—El sentimiento no es mutuo. Isa. —Me cruce de brazos. Él rió.
—Es raro verte con ese cuerpo. Y te ves un poco molesta ¿Algo va mal?
—Sí ─Gruñí
—¿Qué?
—Tú.
—¡Qué mala eres! Roxana, dile que se vaya —Hizo un puchero.
—Bueno... Isa ─Ella no sabía qué hacer.
—Ni una humana ni un gato lascivo como tú van a darme órdenes. Es más. Me voy para no estar cerca de ti.
—Lena…
—He dicho que me voy.
Me alejé de ellos, claro, si veía que Isa se propasaba con Roxana le mordería, pues Isa tenía fama de ser un abusador.
Caminé por el salón mientras la música que algunos faunos tocaban en una esquina se empezaba a oír. Me alejé a una esquina para hacerla de espectadora y no de bailarina.
—Está muy alegre el día de hoy —Bergen, el fauno mitad cabra, estaba detrás de mí.
—Bergen, no te había visto —Le sonreí. Ese viejo fauno era el único que me agradaba en todo lo largo y ancho de la montaña.
—Veo que los dragones se sienten atraídos por cosas brillantes —Hizo un gesto hacia la pista, allá donde Roxana bailaba con un par de duendecillos de monatña.
—¿De qué hablas? —Ni siquiera me molesté en voltear.
—Roxana. Se ve hermosa y radiante el día de hoy. Igual que una estrella, igual que un diamante.