Luego de que Lena me diera tan impactante noticia y me dejara en medio del pasillo completamente turbada, un sirviente, se me acercó.
─Alteza.
─¿Sí? ¿Qué? ─Parpadeé varias veces para recomponerme.
─Lamento interrumpirla, pero Victoria necesita verla para hablar sobre el protocolo de bienvenida.
─Claro, claro, gracias, Daniel. Ven Ryū.
Caminé, casi por instinto, hacia la biblioteca, donde Victoria me esperaba.
─Buen día, Alteza.
─Buenos días.
Vi a Karîm sentado en un diván, leyendo, y al oírme entrar, me miró y frunció el ceño, ya se había dado cuenta de que algo no iba bien.
«¿Estás bien?» Me preguntó moviendo los labios. Sin hablar, asentí.
─Bueno ─Llamó Victoria─, dentro de una semana se llevará a cabo su presentación hacia el pueblo de Hengelbrock, ya ha estudiado bastante en estos meses, así que estoy segura de que hará las cosas bien…
Me llevé una mano a las sienes. No podía concentrarme: estaba enojada con los reyes y sobre todo con Auguste ¿Qué demonios le prometieron para mentirme? ¿Lydia también estará detrás de esto?
─Alteza… Alteza.
Levanté la vista. Karîm y mi institutriz se me quedaban viendo.
─¿Se encuentra bien?
Victoria era una mujer a la que, desde hace tres meses veía a diario, así que es una de las pocas que me conoce bien en todo lo ancho y largo del palacio, y decirle que estaba bien, sería mentirle completamente.
─Lo lamento, Victoria… todo esto me tiene un poco… estresada.
La vi suspirar con aplomo.
─¿Qué le parece si se da una vuelta por los jardines? ─sugirió─ Descanse un rato.
─Me gustaría, sí ─Me puse de pie, Karîm desenredó sus piernas del asiento e hizo un amago por pararse, pero lo detuve. Comprendió que quería estar sola, así que volvió a lo suyo.
─Tómese su tiempo, pero de verdad necesito que vuelva ─pidió.
─Gracias.
Salí de la biblioteca y me agaché hacia Ryū antes de hacer nada.
─Quiero ir a mi habitación, pero créeme que no te va a gustar ver la rabieta que estoy a punto de hacer.
─Cuidaré la puerta ─juró, preocupado.
─Mejor date una vuelta por las cocinas, Ryū ─Casi le estaba exigiendo que me dejase sola. Me lamió una mejilla y se fue con paso perezoso.
Caminé hacia mi habitación, y si había alguien que quería hablar conmigo, prefirió hacerlo después al ver mi rostro. Cuando entré a mi alcoba, lo primero que hice fue arrojar contra la pared el primer objeto que pude tomar con la mano: una jarra de cobre que seguro se aboyó.
─¡MALDITA SEA! ─Pateé una silla y me recargué en la mesa.
Estaba frustrada de tantas mentiras, de ser ignorante, a veces una inútil. Odiaba saber que posiblemente mi madre estuvo bajo mis narices y yo no lo supe. Odiaba que nadie supiera nada de mi padre. Odiaba que todo parecía ir en mi contra, odiaba que mi familia casi parecía maldita… Odiaba…
─Auguste…
Hecha una furia, busqué el collar que Lydia me había regalado y salí con paso firme hacia la sala de juntas. No estaba. En su habitación: no estaba.
─Shin ─Llamé a la muchacha, que por poco se pone en guardia por llegar tan de repente.
─Alteza…
─¿Dónde está Auguste? ─escupí.
─¿El rey? Ah… Está en la biblioteca del tercer piso, con unos guardias obscuros…
No terminó de hablar cuando ya estaba yendo hacia esa dirección. Ni siquiera toqué la puerta: la abrí de golpe y atravesé la sala hasta donde estaba él. Sentado, como dijo Shin, frente a dos guardias vestidos con armaduras negras.
─Afuera ─decreté dirigiéndome hacia los guardias, que aunque su rey les dijo lo contrario, se fueron un tanto asustados.
─¿Qué quieres? ─Preguntó serio. Le mostré el collar.
─Esto era de mi madre, de tu supuesta hermana. ¿Lo sabías? ¿Qué sabes de ella?
─Será mejor dejar esto para otro momento…
─¡NO! ¿¡POR QUÉ TIENEN A MI MADRE ENCERRADA!? ─Su mirada se ensombreció. Se puso de pie.
─Saliste demasiado curiosa, mocosa.
─Contéstame ─mascullé.
─Tan obstinada como ella ─fanfarroneó.
De pronto, sin poder reaccionar, se acercó a quemarropa de mí y me tocó el pecho. Conocía esa técnica, me haría dormir, debía resistir…
* * *
Recuerdo que en el manantial, el olor a flores era mi favorito. Era relajante, un somnífero que ayudaba a olvidarme de mis problemas y que siempre me recordaría a mi niñez… Pero ese perfume ya no era agradable: era un olor pestilente, agobiantes, que definitivamente no podré olvidar.
─Duermes mucho ─La voz de Auguste me hizo volver a la realidad.
Estaba en una celda hecha de piedra, únicamente iluminada por unas cuantas antorchas, por lo que hacía frío. En el suelo había unas cadenas rotas y una puerta. Traté de moverme pero no pude: estaba atada de manos y pies en las vigas de donde se supone que deberían ir las cadenas.