Evory

Capítulo 2.

No podía ser.

¡No podía ser!

¿Cómo fue eso posible?

Él estaba muerto. Él no pudo haber sobrevivido.

Al menos eso había sido lo que ella pensó.

Nada de eso importaba ahora. Todo lo que Evory quería era que esos malditos ojos rojos se desvanecieran ante su visor cuando ella le arrancara el corazón de su pecho y lo aplastara frente a él.

Sí.

Una vez que él estuviese muerto, esta frialdad desaparecería. Podría volver a reírse, volver a su feliz desenfoque.

Su visor estaba teñido de un color tan negro que la luz detrás de él ya no era visible -el tinte reflejaba su estado de ánimo- mientras merodeaba por la arena caliente debajo de sus zapatos, siguiendo el frío hasta que oyó el sonido de cuerpos y energía chocando en el aire, maldiciones gruñendo y un familiar voz burlona que la hizo correr por la cresta de una colina de arena para encontrar algo que la hiciera detenerse en la cresta.

Hubo un destello azul y blanco junto a la armadura negra de la muerte y un siseo de un gruñido antes de que dos poderosos criaturas colisionasen y cada sentido dentro de Evory cobrara vida.

Fue fascinante.

Casi nostálgico.

En un torbellino de afiladas garras, las dos criaturas se estrellaron una y otra vez, el de vestimenta azul y blanco a la defensiva todo el tiempo, ya que el otro que ahora estaba absolutamente segura, era ese maldito de Miloc, recortó, golpeó y lo desgarró. El desintegrador que estaba roto en el suelo por sus pies no servía de nada. Y realmente no parecía ser necesario para el demonio negro.

Miloc había sido bueno antes, mejor de lo que era en ese entonces, pero nunca tan bueno.

Utilizó sus poderes y cortó la armadura junto con el escudo en cada golpe con esas garras gruesas y brillantes que ahora tenía por dedos, pero los movimientos eran espasmódicos e inciertos. Él no estaba buscando debilidades. Él no estaba luchando para ganar.

Él estaba luchando para masacrar.

Casi... casi como un Saegrain.

Y aquello no se supone que debe ser posible.

No.

Con Miloc no funcionó. Miloc no pudo ser un Saegrain.

Y su oponente era tan peligroso como el monstruo, pero había un propósito para sus movimientos, una estrategia con la que trataba de mantenerse centrado. Una estrategia que le estaba dando su culo entregado a él.

Los dedos de Evory se contrajeron, casi desgarrando la piel para dar paso a unas garras similares a Miloc, mientras miraba hacia abajo de la cresta, viendo cada empuje hacia arriba de una cuchilla manchada de sangre que solo tocaba al portador de esas garras una o dos veces por cada momento doloroso que el otro cavaba.

Era un guerrero impresionante, sin duda poseía una habilidad muy distinta a los Elementales. Aquella forma de pelear no era usual, antes de preguntarse qué era exactamente rápidamente evaluó la situación frente a ella, aún si era bueno en contra de un monstruo sin mente era casi como si él... no tuviera miedo, pero desconfiaba.

Fue entonces cuando Evory vio el agujero en su pecho, apenas cuatro pulgadas por encima de su corazón. Él fue herido y a pesar de eso, peleó lo suficiente como para seguir de pie.

Lo cual era más de lo que podía decirse del otro hombre que luchaba por volver a sus zapatos al pie de la colina. Inclinando su cabeza, la mujer vio al otro sujeto, desde donde parecía que había dado un golpe de bomba en su quijada. Desde su lugar en la cresta, Evory podía ver la sangre que brotaba a borbotones del profundo corte en la espalda mientras luchaba por mantenerse en pie.

Luego su vista regresó a los dos que luchaban.

El más joven se retorció, se agachó bajo una rebanada de garras y se colocó detrás de Miloc. Lo golpeó con su codo, lo que provocó una risa oscura en Miloc mientras giraba sobre su pie izquierdo y venía con el derecho pateando al Gryder en el agujero del desintegrador en su pecho. Eso trajo una maldición estrangulada de los labios del chico mientras tropezaba, el dolor destellaba en esos vívidos ojos azules como dos faros en la oscuridad, antes de que Miloc resoplara, saltara, y con un sonido doloroso golpeó al Gryder clavado al suelo. Sobre su cabeza y un pedregal que le cortaba el cuello mientras destrozaba y gruñía bajo el peso más pesado que lo sujetaba.

—¡Said! —Gritó su compañero en pánico, tratando de pararse solo para caer de rodillas en la arena caliente.

—Deberías haberte quedado quieto, niño— se burló Miloc, clavando sus puntiagudos dedos en la garganta del Gryder, cortando levemente mientras la sangre brotaba de su cabeza hasta combinarse con la de su cuello. El idiota - ella se negó a darle un nombre en su estupidez- gruñó, pataleó y se movió contra el agarre de Miloc, pero era obvio que él no iría en cualquier sitio.




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