Adoloridos, los jóvenes reencarnados comenzaron a despertar uno a uno. Apenas recordaban lo que había ocurrido durante la caída, pero se alegraban de haber sobrevivido. Observaron a su alrededor y no hallaron señal del cráter por el que habían bajado. Aunque les resultaba imposible, parecía que el agujero se había cerrado tras ellos.
— Perdón –soltó Víctor mirando a Brian mientras se ponía en pie–. Debimos creerte. Leat no era de fiar y te dejamos de lado por seguirlo.
Los demás asintieron y le ofrecieron sus disculpas. No podían creer lo que había ocurrido. El solo hecho de pensar en su comportamiento los hacia odiarse a sí mismos. Pequeñas magulladuras en el cuerpo les recordaban la pelea absurda que habían tenido y agradecían que nada grave hubiera pasado.
— No tienen la culpa de lo que pasó –respondió Brian–. Leat nos engañó y nos controló para actuar de ese modo, pero logramos superarlo. Ahora debemos hallar la manera de salir de este lugar. Aun no sé cómo sobrevivimos a esa caída.
— ¿No sabias que íbamos a sobrevivir? – exclamó Lucía, sorprendida.
— No. Pero lo hicimos. Así funcionan los saltos de fe.
La expresión aturdida de la joven hizo reír a sus compañeros. La arriesgada decisión del muchacho les había salvado la vida y era todo lo que les importaba. Aunque también estaban sorprendidos optaron por guardarse cualquier comentario.
Mientras inspeccionaban con detalle el lugar buscando una salida, un extraño resplandor proveniente de un túnel capturó su atención. Con cautela, los jóvenes se acercaron para averiguar de qué se trataba. Lentamente, el resplandor comenzó a moverse hacia donde ellos estaban hasta que llegó a la entrada del túnel. Los jóvenes se tensaron al instante, listos para lo fuera a salir de aquel lugar. Sin embargo, antes de que pudieran ver de qué se trataba, oyeron una voz que los tranquilizó.
— No teman Guerreros. He venido a ayudarlos.
Brian dio un paso al frente y se acercó a la voz. Sus compañeros lo imitaron movidos por la curiosidad.
— ¿Quién sos? –preguntó el joven, deteniéndose a pocos pasos.
El resplandor volvió a moverse y, del interior del túnel, surgió una gran lengua de fuego que se agitó en torno a los reencarnados y se detuvo tras ellos, comenzando lentamente a tomar la forma de una mujer.
— Mi nombre es Gia –respondió–. Soy una hija del Fuego, una Salamandra. Antaño, este volcán era el hogar de mi gente. Ahora todos se han ido, y yo me he quedado esperando que este día llegara. Los vi saltar y los traje a este lugar. Ahora los guiaré hacia la salida.
Los jóvenes se miraron unos a otros demostrando su desconfianza. La experiencia pasada los había vuelto precavidos, y no estaban seguros de lo que harían.
— ¿Por qué deberíamos confiar en vos? –Soltó Carla, recordando su reciente pelea—. ¿Cómo sabemos que estás diciendo la verdad?
— No lo saben –respondió Gia con calma–. Pueden desconfiar, pero si quieren salir deberán seguirme. No tienen más opción, y por eso no necesito mentirles.
Los muchachos reconocieron que no tenían otra alternativa y decidieron seguirla, aunque su recelo los mantenía atentos. Antes de partir, la elemental se acercó a cada uno y colocó en sus manos una pequeña bola de fuego.
— ¿Para qué es esto? –preguntó Víctor.
— Eso los guiara en su camino. Por ningún motivo permitan que la llama se apague, sin importar lo que vean.
Dejando que sus palabras hicieran eco en las confundidas mentes de los jóvenes, la mujer comenzó a caminar hacia el interior del túnel indicando que la siguieran. Con la atención puesta en el fuego en sus manos, el camino que transitaban pasaba desapercibido. Luego de una hora de caminata, Carla comenzó a sentir que no estaban avanzando realmente. Estaba a punto de hablar cuando la voz de su hermana susurró su nombre al oído.
Extrañada, la joven miró adelante y vio a Valentina caminando junto a Lucia, por lo que volteo rápidamente buscando el origen de la voz. Para su sorpresa, sus ojos se toparon con los de su hermana, pero no era su hermana a quien veía.
— ¿Por qué no puedes amarme, Minna? –dijo la visión.
La muchacha no sabía qué responder. Buscó con la mirada a sus compañeros, pero, al no notar su ausencia, habían continuado su camino y ya no podía verlos. El resplandor de la bola de fuego en su mano tan solo la alumbraba a ella y al fantasma de Lenia que la miraba expectante. Esperando que alguien la oyera, llamo a gritos a sus amigos y se volvió para enfrentar su alucinación.
Editado: 25.07.2018