BLAIR HOFFMAN.
─ Estoy noventa y cinco por ciento seguro, de que la mayor parte de la población mundial difiere de su concepto retorcido del infierno ─habló Turner ─Pero el cero coma un por ciento de hecho, cree que las locuras de Arya Morton pueden llegar a tener sentido alguno─continuó y me observó de arriba a abajo ─ Nosotros dos somos ese cero coma un por ciento.
─ ¿Y eso es bueno?
─ No lo sé, ¿tú crees que lo sea?
─ No lo sé, tú la conoces mejor ─respondí, el rodó los ojos y me sonrió.
─ Nadie la entiende, ni ella misma, pero parece que contigo es diferente ─sugirió, lo miré confundida y me recosté sobre el muro, él se levantó del suelo y se acercó a mí, se posicionó a mi lado y tomó el libro que llevaba entre mis manos, era la historia de Frankenstein, una adaptación la cual había comenzado a leer luego de que Arya me mencionara el nombre de la autora. Era más aterradora que la original, tan real, tan inhumana y despiadada que parecía ser un escupitajo al rostro del mismísimo diablo, sin vergüenza ni temor alguno. Le dio un par de vueltas al ejemplar y soltó una pequeña risa, me miró con ojos risueños y me devolvió el texto.
─ Arya tiene una fabulosa capacidad, ¿no crees? ─preguntó, pero no me dejó si quiera objetar, y decidió responderse solo─ Es increíble como convence a las personas de hacer o decir...─siguió─ Siempre le he dicho que sería una gran empresaria, ella detesta que yo le diga eso, pero es algo inevitable de pensar.
─ Sí, quiero decir, es muy complejo, muchas veces no logro descifrar lo que me quiere decir, y por las noches me quedo desarmando sus oraciones para darles sentido alguno, pero solo me confunde más y hace que quiera solo seguir averiguando, ¿sabes? El otro día leí un fragmento del libro de historia de Mr. Feraud, porque quería. Eso es nuevo, hablo, de querer saber.
─ En que te estás metiendo Hoffman─bromeó acompañado de dulces carcajadas, lo observé y le sonreí, mientras guardaba el tomo de Frankenstein en mi bolso.
─ Sobre la cena del viernes, ¿estás seguro de que debería asistir?
─ Si Arya Morton no te ve allí, créeme que te no le gustará nada─garantizó, peinó su cabello castaño y enrulado con sus dedos y luego los llevó a su barbilla para pensar mejor en su próxima frase─ Que su padre regrese al pueblo es muy importante para ella.
─ ¿Hace mucho que no está aquí?
─ Un par de meses, pero para Arya fueron décadas, es su mejor amigo, después de mí, claramente─contestó con su humor tan característico.
Jacob solía ser un patán cuando lo deseaba, pero durante todo el tiempo que habíamos pasado juntos, descubrí que de hecho era un amigo incondicional. Y probablemente esa era una de las razones por las cuales era el compañero de vida de Morton.
Ya había dejado de incomodarme y sentirme una forastera en su territorio, y la presencia de la pelirroja ya no era ninguna presión. Hacía mucho tiempo que no me sentía parte de algo, no tenía amigos, solo conocidos que de vez en cuando si me encontraban por la calle me saludaban y otras veces me preguntaba como estaba Karla, y muy pocas veces, como estaba mi madre. Entonces comencé a tener ganas de despertar por las mañanas, a hacer cosas nuevas, a ir a otros lugares y conocer a más personas, de, por primera vez, oír una clase de historia completa de Mr. Feraud. Sentía de todo, y quería hacer de todo. Me sentía viva. Despierta. Las sonrisas juguetonas de Turner y los comentarios de Arya no eran algo que planeara amar, pero todo era involuntario a lo que probablemente esperaba, y eso lo hacía atrayente y peligroso. Todo a su alrededor era así.
Más temprano que tarde compartíamos nuestras perspectivas de las formas que tenían las nubes de Houston a las orillas del lago Fark.
En uno de esos días, recostados sobre el césped mojado, observamos el cielo, donde solo había una solitaria nube, Jacob insistía en que se trataba de un cordero, yo difería, y de hecho creía que tenía la forma de un oso pequeño, la pelirroja por su parte solo decía que era una nube fea y sin sentido. A Arya no le agradaba mucho el juego, decía que no podía ver nada, pero se divertía oyéndonos pelear por la especie de animal de la cual se trataba.
Luego íbamos al bar del pueblo, no bebíamos ni entrábamos al local, solo nos sentábamos sobre el cordón de la calle y dejábamos caer monedas, las que llegaran a rodar hasta el otro lado de la calle ganarían, y los perdedores debían pagar los helados.
Me sentía nuevamente como una niña, una sin preocupaciones sobre el futuro o el presente. Indiferente a mí alrededor, feliz.
Ese día, Arya estaba muy ocupada, quería organizar su casa para que estuviese perfecta al momento en que su padre llegara. Así que éramos Turner y yo contra el mundo, este día.
─ ¿Para qué tienen una cochera si no tienen auto? ─preguntó, algo desconcertada, intenté regresar a la realidad, él estaba dándole vueltas al garaje y leyendo en voz alta los nombres que llevaban las cajas.