Expediente Saturno.

xvii. Luz.

BLAIR HOFFMAN.

Ahora Arya quién guiaba mi camino en medio de la noche. No sabía que hora era, solo esperaba el momento de volver a casa y caer rendida a la cama. Jacob ya no hablaba, nos seguía de atrás sin expresión alguna.

─ ¿Cuánto falta? Siento que hemos caminado siglos ─protesté mientras me detenía, la pelirroja se dio la vuelta y me observó de arriba a abajo mientras me alumbraba con la linterna.

─ No es hora de detenerse, estamos cerca.

─ Deberíamos regresar mañana, ¿no crees? Cuando haya sol, la clínica no irá a ningún lado ─habló Jacob, Arya lo meditó unos segundos, regresó la linterna al camino y luego al castaño.

─ De acuerdo, mañana será ─respondió exhausta.

Caminé sola hasta la casa, Jacob y Arya habían decidido irse juntos y me habían ofrecido acompañarme, aunque la idea me había parecido tentadora la rechacé, que me acompañaran significaría seguir conversando sobre Emmeline


Caminé sola hasta la casa, Jacob y Arya habían decidido irse juntos y me habían ofrecido acompañarme, aunque la idea me había parecido tentadora la rechacé, que me acompañaran significaría seguir conversando sobre Emmeline.

Me tambalee como los ebrios que solían recorrer estos rumbos, di un par de vueltas e inhalé y exhalé el aire fresco de la noche. Sentí por primera vez luego de tanto tiempo una ráfaga de tranquilidad recorrer cada esquina de mi cuerpo. Aunque no fuera buena idea, me detuve sobre una pared de ladrillos y me quité mis zapatos, comencé a caminar sobre la calle empedrada de Houston. Sabía que corría el riesgo de lastimarme e infectarme con quién sabe que cosas. Pero la libertad de caminar descalza era tan atractiva y la había deseado tanto sin saberlo. El frío de la noche se había vuelto mis zapatos, y la luz tenue de las calles guiaban mi destino.
Entonces me negué a regresar a casa. Parecía mucho más divertido estar de vagabunda en ese momento.
Un aroma conocido se apoderó de mis sentidos, la lluvia se acercaba y al cabo de unos pocos minutos comenzaron a caer pequeñas gotas.

Sí llueve más fuerte podría lavarme el rostro.

─ ¿Qué haces por aquí, eh?─la voz chillona de Amanda era imposible de olvidar, me dí la vuelta y la observé sentada sobre el cordón de la calle, por un microsegundo pensé en si fuera buena idea acercarme, pero rechacé esa posibilidad inmediatamente. La luz me dejó ver su rostro, con ojeras y algo maltratado. Parecía que había tenido una riña con la vida, se parecía a mí. Bajé mi vista hasta su vientre y recordé que Arya había dicho que en el instituto se rumoreaba que estaba embarazada y por eso se había ido. Pero no parecía estarlo, y tampoco creía que lo estuviera.

─ Vamos Hoffman, dime algo─insistió algo divertida, entonces detrás de ella pude divisar una botella de alcohol.

─ Creí que no te agradaba─conferí, ella echó un par de carcajadas sin dejar de mirarme.

─ ¿Es lo que tienes para decirme? ¡Mírame! Soy un desastre, cuando te fuiste del instituto te convertiste en la gran novedad junto a Arya Morton, ¿quieres saber que decían?

─ Prefiero no saberlo.

─ ¡Vamos! Dime si es cierto, y yo te diré si estoy embarazada, ¿eh? ¡Después de todo aquí vivimos de la vida del otro!

─ Debo irme─afirmé y comencé a caminar sin permitirme volver a ver atrás.

─ ¡El bebé no existe, Blair! ¡Y tampoco tu cordura!─chilló. Me estremecí y desee haber caminado más rápido. De pronto la tranquilidad se había esfumado, sentí que los muros se cerraban sobre mí y la calle se volvía a cada paso más angosta. Me sentía ahogada, el aire de pronto no quería ayudarme y sólo podía pensar en Emmeline de nuevo. Me atormentaba y enloquecía, entonces pensé en Lucille, mi madre. Trabajaba por las noches, y si ella no venía a verme yo iría a por ella. Entonces el oxígeno me regresó al cuerpo y la rabia me invadió.

Karla decía que se la pasaba de esquina en esquina, pero yo sabía que cuando se cansaba de esperar se iba a La Cueva, un pequeño lugar cerca del bar al que Arya, Jacob y yo solíamos ir. Entonces me recompuse, me volví a colocar mis zapatos y me abrí camino a ese infierno. No supe por cuanto tiempo había caminado, tampoco me importaba, de a poco miré como la oscuridad ya no era tan oscura y algunas aves comenzaban a volar sobre mí. Entonces divisé aquel lugar y comencé a acercarme, sabía que no iban a permitir ingresar desde el frente, así que di la vuelta y miré por una pequeña ventana, Lucille no estaba. Di otra vuelta alrededor y oí una pequeña risa. Era ella, estaba recostada sobre la pared de un callejón, fumando y charlando con otra de sus amigas.
Se me revolvió el estómago y me acerqué sin pensarlo dos veces.



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En el texto hay: casos sin resolver, amor lgbt, investigacion

Editado: 16.07.2019

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