Se encontraban ahora en el mismo punto en el que habían quedado la última vez en la clínica. Frente a la puerta que daba a la oficina.
Blair miró fijamente a Arya por unos segundos, dudando de entrar a aquel lugar, envuelta en una pregunta insoportable podía recordar a su madre meciéndose en la hamaca del jardín, observando las flores muertas debido al tiempo seco que había predominado esas semanas, ya ni el agua podía salvar aquellas margaritas. Luego recordó lo que le había dicho, que no importaban si las margaritas se marchitaban porque hierba mala nunca muere. Se preguntó después si ella jamás moriría entonces.
Luego de todo el tiempo invertido en la búsqueda de la única persona que quería recuperar, comenzó a sentirse encerrada por las paredes de la clínica y la oscuridad del ambiente. Por un momento su mente divagó sobre sueños en donde Emmeline simplemente estuviese dentro de aquella habitación, sumergida en dudas y que la llegada de su hermana mayor fuera una sorpresa de alegría, que la abrazara y le dijera que la había esperado todo este tiempo, y ahora podrían ir a Saturno juntas.
Pero la realidad es cruda y no deja espacio para sueños.
Apoyó su mano sobre la puerta de madera y la empujó con cuidado, al hacerlo notó que tan deteriorada estaba, sus dedos ahora se encontraban más finos que nunca, sus uñas estaban mordidas y desalineadas por la angustia, el frío terminaría con su circulación, entonces intentó recordar la última vez que se había visto en el espejo antes de que aquella locura iniciara.
Entonces, que sería peor, ¿la cura o la enfermedad?
Meditó sobre ello unos segundos, pero ya estaba allí, y no había vuelta atrás. La pelirroja, con una mirada compasiva, la rodeó con dulzura entre sus brazos blancos como la nieve, le susurró al oído algunas palabras sueltas que Blair no pudo comprender, pero sabía que eran de fe, de fe en algo, no sabía muy bien en quien. Esperando tranquilizarla con su calidez, Arya no la soltó hasta que ella realmente lo quiso, para su mala suerte, no había manera alguna de guardar la calma ante aquel tan esperado momento.
Arya guió la mano destrozada de Blair al dibujo de la puerta que eran conjuntos de líneas y puntos unidos sin orden alguno o intención, eso no era arte, eran líneas de furia y descontrol, a Blair le recordó a la primera pintura que hizo cuando conoció a Morton.
La pelirroja entonces observó a su pálida amiga que se encontraba peor que nunca. Sacó su brazo de arriba de ella y tomó su mano, la apretó fuerte y la llevó hasta su pecho.
─ Esto debe acabar aquí ─habló. La castaña mostró una pequeña sonrisa en respuesta a la chica. Llevó su mano hasta la perilla y la giró con temor, al abrirla, no miró. Estaba tan aterrorizada que había cerrado los ojos, y cuando los abrió dejó de sentir la mano de Arya sosteniéndola.
Quedó perpleja ante el panorama.
─ ¿Qué demonios? ¿Qué diablos es esto? ¡Aquí no hay nada!
La pelirroja empujó desde atrás a su amiga y la observó desplomarse sobre el suelo del piso recién pulido, Blair se levantó y desorientado la miró atónita.
─ Arya, ¿qué haces? ─con la voz trémula, mientras intentaba unir los puntos que habían estado desordenados por mucho tiempo, inmutable, Arya cerró con delicadeza aquella puerta─como hacía la mayoría de las cosas─ Blair no se movió, permaneció en la misma posición y con la misma angustia que minutos antes de ingresar a la clínica, su cabeza era un desorden. Cuando logró reaccionar, comenzó a gritar, no sabía muy bien a quien o quienes, sólo gritaba. Su garganta comenzó a desgarrarse, sentía tanta incertidumbre que cada alarido que producía parecía que exterminaría por completo lo poco que le quedaba de cordura.
─ ¡Déjame salir, Arya! ─gritó con una horrible mezcla de temor y ansiedad que su estómago revolvía por cada segundo de silencio de la pelirroja. Blair apoyó su rostro sobre la puerta, sus lágrimas comenzaron a caer y a hacer un recorrido por la vieja madera de pino. Posicionó su mano sobre la perilla y comenzó a tirar de ella, a darle vueltas de forma frenética esperando a que abriera. Pero aunque sus sentimientos desataran ira su cuerpo no podía interpretar sus acciones, estaba sometida por el hambre y el cansancio.
─ Al final parece que sí me iré al infierno, ¿no es curioso? Tan sólo ayer dibujabas mi rostro en tu libreta y ahora tenemos que separarnos, el destino es una basura con patas. Pero no puede exterminarse tan fácil como a las personas. Vagaré por un rato y tal vez algún día regrese a la Tierra.
Blair se estremeció ante sus palabras y fue cuando comprendió todo.
La había vuelto débil. Tanto que al girarse y ver su figura desecha en el espejo colgado en la pared del fondo sintió que estaba muerta por un instante ─hubiera preferido estarlo─. Su cabello despeinado, sus grandes ojeras y sus labios quebrados acompañados de sus prendas desechas y descoloridas demostraban la locura en la que la habían sumergido aquellos días de desasosiego.