A R G O N
Seguí callado. Clematis continuó observándome, pero al ver que no decía absolutamente nada, enmarcó una ceja con preocupación y la pequeña cicatriz que tenía a la altura de su ojo se acentuó.
—Argon, me preocupas ¿Ha pasado algo malo? —preguntó y mi corazón latió con fuerza.
No encontraba ni una sola forma en la que pudiera decirle esto. No existía ninguna manera en la que pudiera decirle que Zefer había desaparecido.
—No…
Para cuando me di cuenta de que aquello había salido de mi boca una sonrisa nerviosa apareció. No estaba acostumbrado a mentir, pero últimamente debido a todo lo que había pasado, me estaba volviendo un experto y en verdad lo odiaba.
Era un maldito mentiroso.
—¿Estás seguro? —su mano se acercó a mi y trató de sujetar mi brazo, instintivamente me alejé e impedí que hiciera contacto.
—Lo siento, es solo que he dormido muy poco estos días —dije mientras sujetaba mi nuca con fuerza—. Se lo comenté a mi padre, pero… ya sabes como es él, puede tender a exagerar las cosas.
—Te veo muy pálido.
—Es el cansancio, tranquila.
—Lo siento —ella observó al suelo mientras entrelazaba sus dedos al frente— Es mi culpa el que no haya podido dormir bien últimamente.
—Clematis, no es tu culpa —respondí inmediatamente mientras sujetaba su mentón y la obligaba a observarme—. Es solo que… por las noches hay muchas cosas que rondan mi mente y eso me impide poder dormir correctamente.
—¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? —preguntó con timidez.
—No, pero agradezco que te hayas preocupado por mi —tras oírme ella sonrió—. Te aseguro que no ha pasado nada malo. Vamos, vuelve adentro que desde aquí escucho como Helena y las demás están buscándote.
—Y yo que pensé que ya habían terminado —suspiró—. Nos vemos luego, Argon.
Ambos nos proporcionamos una sonrisa. Ella dio unos pasos al frente, pero antes de irse Clematis dio media vuelta, se acercó hasta mí y depositó un suave beso en mi mejilla que lo único que provocó fue que me sintiera todavía peor.
No era diferente a Giorgio. Aunque me dijera a mi mismo que hacía esto por protegerla, la codicia que habitaba en mi interior, en una parte que incluso yo mismo desconocía, me había impedido de decirle la verdad.
Ella se fue y yo me quedé ahí completamente solo, únicamente cuando ya no pude verla volví a tomar asiento en el banco y escondí el rostro entre mis manos.
Recordé las incontables veces en las que Zefer y yo jugamos de cachorros en el palacio, pero con forme las imágenes de aquellos bellos momentos iban pasando, él poco a poco se iba alejando de mí y comenzaba a desvanecerse en medio de la nada.
—No, no volverá a repetirse —me dije a mi mismo mientras tiraba de mis cabellos hacia atrás.
Me puse de pie y llené mis pulmones de aire. Mis manos temblaban al igual que mis piernas. Di un paso, pero al tratar de dar el segundo mis piernas se negaron a avanzar. Alcé el rostro y observé el palacio a mis espaldas y vi por la ventana del segundo piso, Clematis estaba allí, me vio y movió gentilmente sus dedos a modo de saludo, Helena no tardó en aparecer y mientras la sujetaba de los hombros se la llevó en dirección a una de las habitaciones.
—Tengo que hacerlo por él y por ella.
Me acerqué al muro del palacio y me escabullí por el mismo lugar escondido por el cual Clematis y Cael habían escapado hace ya varios meses atrás.
En cuanto estuve del otro lado comencé a correr a todo lo que me daban las piernas. El sol que resplandecía en lo alto tocaba mi frente, y aunque esta provocaba cierta calidez, sentía claramente como mi cuerpo tiritaba. Estaba sudando. Sentía la camisa que formaba parte del traje de bodas pegada por completo a mi pecho. Mi cabeza había comenzado a dar vueltas, la absurda idea de regresar al lado de Clematis sin hacer nada estaba latente, pero mi lado racional era lo que me obligaba a continuar.
—Basta, maldita sea—me dije a mi mismo mientras seguía adelante—. Debo ayudarlo, Zefer es mi amigo. Clematis es mi amiga y la mujer que amo. Ambos merecen ser felices y sonreír desde el fondo de su corazón.
Luego de varios minutos logré vera lo lejos la torreta de edificio de la guardia real, en cuanto llegué al enorme edificio me detuve en la parte trasera y comencé a respirar con más tranquilidad. Observé mi traje, debido al movimiento este se había arrugado ligeramente y la tela empapada dejaba ver el camisón interno, pero por suerte el saco cerrado podría solucionarlo todo.
—Amo Argon —dijo uno de los guardias en cuanto me vio acércame.
—Hola, buenos días.
—¿No era hoy el casamiento de usted y la ama Clematis? —preguntó el segundo.
—En efecto, pero vengo con una petición especial para ustedes.
—Desde luego, dígame en que podemos ayudarlo.
—Sonará vergonzoso, pero me olvidé de mandar a fabricar un regalo de bodas —sonreí y ellos hicieron lo mismo—. Necesito un mensajero, el más rápido que tengan para poderlo enviar a conseguir el presente que quiero darle a mi futura esposa.
—Claro, por favor espéreme en esta habitación, tengo el muchacho ideal para esta tarea.
El líder de la guardia le ordenó a su compañero que me guiara a la habitación que ellos usaban de esparcimiento y luego de que me dejó ahí. El lugar era pequeño, había una mesa con cartas de juego en el centro, aparentemente habían tenido una partida hace poco. Y en algunos rincones del cuarto había papeles avejentados apilados uno encima de otro.
La espera se hizo eterna, no dejaba de caminar de un lado al otro como si fuera un animal encarcelado dentro de esa pequeña habitación, pero por fin luego de varios minutos de agonía, pude escuchar unas pisadas resonar en medio del pasadizo.
—Amo Argon —escuché que dijeron desde el otro lado de la puerta.
—Adelante.