Capítulo 3.
Estaba en un pasillo color azul oscuro bastante amplio, sin embargo cuando vi el techo, éste era tan alto que el pasillo me resultó estrecho. Cuando comprobé que me encontraba bien me incorporé para empezar a explorar.
Avancé varios metros antes de encontrarme con la primera entrecruzada, había otro un pasillo perpendicular al mío formando una cruz y decidí continuar frente a mí para no olvidar mi ruta en caso de que quisiera regresar. Finalmente descubrí que ese patrón se repetía; estaba rodeada por enormes cubos simétricos y repetitivos, calculé después de perderme entre ellos que tendrían unos 100 metros de ancho. Como pequeñas cuadras en una cuidad.
Me sentí abrumada en los primeros cubos y perdí la cuenta de ellos después de 20, ya me había desesperado y el entorno me causaba estrés psicológico. No solo estaba pérdida sino que sentía que no me podía mover, que por más que yo pensaba que si lo hacía en realidad no avanzaba. Todo el tiempo procuré ir en línea recta pero en algún momento sé que giré hacia la izquierda y avancé unos cuantos cubos para llegar a una pared paralela a la que inicialmente iba. Eso sí, siempre hacia adelante. Sé que no me regresé.
No sé cuánto tiempo pasó pero en algún momento me detuve y me recargué en la pared. Miraba el pasillo frente a mí uniéndolo al final del camino como una fusión con el techo, al cabo de un momento empecé a distorsionar la imagen para entretenerme.
En mi alucinación voluntaria me pareció ver una chica, era pequeña de estatura y de complexión, pero no parecía una niña. Además tenía algo extraño que no logré descifrar pero me resultó atractivo. Ella pasó caminando perpendicular a mi pasillo y desapareció. Pero... Estaba desnuda.
Cerré los ojos para escapar del infierno de cubos azules.
Pensé en mi mamá, ¿qué estará haciendo? ¿Su habitación sería igual a la mía? Tal vez no le guste el licuado ni los cubos. Tal vez también haya picado el botón de desintegrar y haya enloquecido como yo. Cambié de opinión y abrí los ojos para escapar de mis pensamientos.
Seguía sola mientras contemplaba la pared azul. Comencé a imaginar que cambiaba de color y pronto vi un punto brillante en el centro que fue intensificándose. Llegó un momento en que resplandeció de tal forma que todo el entorno se aclaró. Eso ya no era causa de mi imaginación.
Reaccioné cuando en la pared apareció la silueta de un hombre joven caucásico, alto y delgado. Me pareció encantador. Vestía jeans y una guayabera blanca. Me llamó la atención, era el tipo de chicos que me solían gustar platónicamente.
—¿Qué haces ahí? ¿Estas herida? —preguntó él, su voz se acercaba más a ser suave que grave, pero no dejaba de ser varonil. La luz se difuminó. Me puse de pie sin voz en la garganta y él percibió mi confusión—. ¡Ya veo! Jamás habías salido de tu habitación.
Yo negué con la cabeza. Entonces eso era, no estaba dormida ni siendo torturada, solo estaba afuera.
—Esos grandes cubos son los cuartos -señaló al más lejano sin quitar su vista de la mia— los dirigentes podemos salir cuando queramos, tu sabes; privilegios. Soy Jan, un gusto.
—Maddie —dije con voz tortuosa. Me aclaré la garganta—, disculpa. Es solo la impresión.
—Descuida, me puse así la primera vez. Mira, aquí afuera hay tantos botones como adentro, pero más ocultos. —Tanteó en la pared hasta encontrar el que buscaba—, listo, dame tu mano. Te llevaré a un lugar al que ya casi llegas pero no te veo con ganas de seguir caminando.
Dudé unos segundos, su mano se veía blanda y quise confirmarlo al estrecharla: Estaba áspera. La apreté fuerte cuando sentí que el piso se movió.
Aunque no era el piso, nosotros nos movíamos a gran velocidad. Me aferré a él y traté de no devolver el estómago. Unos segundos más tarde nos detuvimos.
Torpemente abrí los ojos y fui extendiendo mis músculos tensos. Él soltó mi mano con suavidad y se hizo a un lado de forma teatral.
—Bienvenida a las estrellas —anunció con una sonrisa discreta.
Adrenalina estalló en mi abdomen delatando el vértigo que sentí y de forma inconsciente di un paso hacia atrás. Estaba en una cúpula transparente y enorme rodeada por millones de astros brillantes, unos pasaban frente a mí como estrellas fugaces y otros se mantenían en su lugar, pequeños e inmóviles. Pero todos irradiaban implacable luz contra la oscuridad. Como un planetario, pero real y mil veces más impactante.
Bajo mis pies también habían destellos por lo que sentí que caía. Sin embargo no era así, había una barrera transparente que lo impedía.
—Es magia -exclamé con un suspiro—, esto es irreal.
—Es tan real como tú o como yo —respondió Jan, complacido de mi asombro.
—Todavía no estoy muy segura de que tú existas.
Reí. Reí mucho. Me sentía aliviada, relajada y extasiada. Sentir tanto no era sano en una persona, estaba temblando. Mi pulso estaba acelerado y casi podría jurar que mi presión arterial también.
Jan solo sonrió.
Nos sentamos en el piso de la cúpula. Era un poco cóncavo pero resultaba cómodo.
—Esto es increíble, en serio —insistí—, es como una enorme ventana hacia el universo. ¿Cómo lo encontraste? ¿Hace cuánto tiempo? Llevamos poco más de una semana aquí.
—Logré salir el segundo día, por accidente. Me perdí todo el día, pero encontré botones y estuve experimentando. Hasta que llegué aquí.
—Yo tal vez hubiera enloquecido si no llegabas a mi rescate.
—No, lo hubieras resuelto. Pienso que los dirigentes somos capaces de solucionar problemas más que los demás. Por algo nos habrán escogido ¿no?
—¿Tú crees que haya un motivo? —respondí restándole importancia.
El me miró pensativo y después vio a las estrellas. Se encontraba con las piernas flexionadas y los brazos extendidos atrás para darle soporte a su espalda inclinada. La pose me agradó.
—¿Tú crees que no lo hay? —preguntó.
Yo arrugué la cara con desdén. Esa pregunta no era solo del tema de dirigentes, se refería a toda la situación. La conversación había tomado un rumbo distinto. En realidad no sabía en qué estaba metida, pensé en la nave, en mi familia, en como subí sin dudarlo y como ahora si lo dudaba.
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Editado: 31.08.2020