Extraña complicidad [1]

CAPÍTULO XXV

¿Sentirse enamorada esa era lo que se siente con Herian? Sus besos eran como un sabor dulce, tan sano como para ser para mí. Son suaves labios son como terciopelos, pero entonces, ¿Por qué cuando abro lo ojos y lo miro por sobre el hombro de Herian mis ganas se incrementan? Herian era todo lo contrario a Carter y porque siento que ya mi corazón no está dependiendo de las horribles cosas que me hizo, más bien de lo bien que se sentía hacerlas.

Sus ojos verdes me atravesaban con dolor y rabia, entonces ¿por qué mis besos los incremento más? Me dan ganas de lastimarlo, herirlo y no entiendo lo cruel que me llega hacer cuando le tengo de frente. Negó furioso y cuando destruyó la burbuja de miradas, tomó aire y se largó. En ese momento una confusión me embargó que alejé a Herian de un tirón.

—¿Te sucede algo? ¿No te gustó? —Preguntó Herian, lamiéndose el labio.

—Yo... ¡Eh! —Nos miramos y me sentí incomoda—. Necesito irme.

—¿Ahora? —Preguntó apenas recogí mis cosas tiradas en el piso.

—Sí, ahora —Respondí con rapidez.

—Okay —Sonó casi indeciso—. ¿Te veo en clases?

Comencé a recoger las cosas, insegura de mi cabeza, casi al filo de la vergüenza.

—Sí, claro —Pasé mi mano por la correa de la mochila y corrí en dirección hacia el lado en que lo pillé divagando—. Bye.

Corrí más rápido cuando tuve la oportunidad y el sonido del timbre sonó. No me importó en lo absoluto, estaba segada por algo que no entendía, que me pareció tan inmoral por como quedaron las cosas. Atravesé la esquina y cuando tuve tiempo para escapar, alguien tomó de mi mano arrinconándome. Me arrinconó contra la pared viéndome a los ojos mientras los mechones castaños caían por sus ojos. El corazón se me detuvo como si tuviera parálisis.

—¿Por qué miras sin permiso? —Pregunté furiosa.

—¿Y por qué me sigues mirando mientras tienes metida tu lengua en su garganta? —Achiné mis ojos negando—. ¿Qué sucede, Ele? ¿Quieres que te meta la lengua como él en la boca?

—Eres un imbécil —Reproché golpeando su pecho y me sujetó de las muñecas.

—Si un imbécil que aún le gustas —Se aferró más a mi cuerpo y me apretó con el suyo—. No aceptas que aún las cosas ni están por acabar.

—Estás loco —Comenté y su risa se elevó.

—No quiero discutir sobre quien está más sano a su juicio, pero tengo cierto grado de locura gracias al golpe que me propinaste —Chasqueó la lengua negando—. Creo que no me dejaste tan bien.

—Pero fue tu culpa —Me excusé y quise salir desesperada.

No lo logré, me tomó con más fuerzas y me apretó las muñecas con una de sus manos, llevándolas por sobre mi cabeza. El corazón siguió palpitándome, de tanto esfuerzo me va a dar un calambre. Su boca se acercó, mierda en serio lo va hacer. Mi boca instintivamente se entreabrió con miedo, adrenalina a mil y peor aún estábamos en pleno colegio con las hormonas casi al borde.

—Necesito saber que tan bien me conoces mi houb* —Llevó sus labios a mi cuello y cerré los ojos con fuerza casi al borde de un colapso—. Lo siento.

«No hará nada» Dice esa voz asustadiza dentro de mí.

—No por favor. Regian... —Solté un gemido de auxilio y mi conciencia se sepultó, casia filo del infierno. Como si las peores tormentas me cayeran—. Señor no.

Mi instinto de supervivencia secuestró mi mente que me nubló de repente. Levanté mi rodilla por cosa de segundos y le planté un golpe en la entrepierna. Él cayó de golpe en el piso casi retorcijándose de dolor mientras mi espalda caía contra la pared, llevándome la mano a mi boca, viendo la escena como si fuera la peor de las pesadillas regresando a mi vida, como si la historia volviera a repartirse. De pronto no era un chico el que me tomó, sino un hombre con el pecho descubierto, los pantalones a medio abrirse, la camiseta rasguñada mientras veía a mi madre desde algún punto con los brazos entrecruzados mientras los demonios de mi cabeza creaban lo que sería mi capa. El cazador lo matará, matará otro ciervo.

Mi cabeza me regresó a esa casa de piedra donde las cabezas de los ciervos estaban colgadas como un trofeo. Mi albornoz estaba destruido mientras que mi madre estaba en la misma posición solo que en ella no veía la destrucción que mis lágrimas derramaban, veía la intranquilidad, el desespero.

—Él destruyó el ciervo —Susurré al recordaba como sus manos viajaban por el cuerpo del ciervo—. Él tocó el ciervo.

—Ele —Estaba sumida en la fantasía que acababa de recrear, que no tenía nada que averiguar—. ¿Ele, dime como se llama? Vamos dilo.

—El cazador —Estaba sumida en un profundo deshielo, incapaz de no perderme en la cabaña, donde iniciaría todo.

—El nombre del cazador.

—Carl —Susurré en un grito de auxilio y me rendí sobre el piso, perdiendo la vista en la nada—. Era el ciervo o el cazador, ella eligió el ciervo.

—¿Quién ella? —Miré sin siquiera prestarle atención a quien era el que preguntaba y solo como un sonámbulo, negué triste.

—Ella a quien escondo.

Dicho esto, me levanto del piso y tomo mi mochila, como si me adelantara a pasos que mi consiente no haría. Tomo el aire necesario y busco el frasco que no debí apartar de mí, que es como mi alteración de sueño, de realidad y fantasía, allá todo es maravilloso o menos cruel de lo que mi mente quiere pensar. Cojo una pastilla antes de mirar hacia todos lados y una sombra tan oscura yace frente de mí, como si no conociera quien era, como si mis ojos se empañaran, solo noto el horrible suéter azul. Tal vez era la muerte, tomando la hora de cuanto necesita para que pueda finalmente llevarme.

—Te quedaras aquí.

—Cada minuto que nos quedé así juntos —Me ofreció agua y yo la acepté con una sonrisa casi al filo de las lágrimas.

—Espero que algún día puedas llevarme contigo.

—Lo haré y encontraré todo el infinito que nos quede para que estemos juntos.




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