SKY
Petal siguió llorando en silencio estando a mi lado en el auto.
Quería decirle tantas cosas pero sé lo que se siente ese tipo de dolor. Sé lo mal que tienes que estar para sollozar de la manera en que ella lo hizo. Quería abrazarla porque cuando estas así de roto lo único que necesitas es que alguien te tome entre sus brazos y te una de nuevo.
Pero no lo hice. Cuando coloqué mi mano sobre su hombro ella se movió de una forma que me mostró lo incomoda que se sentía.
Petal es una persona que acabo de conocer pero en las pocas horas que tenemos de conocernos puedo darme cuenta que hay muchísimo más detrás de lo que quiere mostrar.
Ella sonríe, pero cuando piensa que ya no la están viendo, deja de hacerlo. Sus ojos están llenos de tristeza, ¿Soy el único que lo nota? No puede ser posible. Todo en esta chica muestra lo mal que está.
La forma en que mira hacia abajo, sus hombros caídos y su rostro escondido detrás de su cabello. No entiendo como ella puede estar así y nadie hace nada.
Bueno, sí que lo entiendo. Lo hicieron conmigo. Ignoraron mi dolor hasta que casi fue demasiado tarde. Después decían cosas como “¿Por qué no hablaste con nosotros?” “Pero si te veías tan feliz” “Nunca nos dimos cuenta”
Toco mi pecho, coloco la mano en mi corazón y hago una promesa silenciosa. La voy a ayudar. Tengo que ayudarla. Es por personas como ellas que yo sigo vivo, que no acabé siendo una estadística. Tengo que recordar que en esta segunda oportunidad, llevo una responsabilidad.
—Llegamos —anuncio sonriendo.
Petal levanta sus ojos, ve el edificio por unos segundos. —No hay nadie, ¿verdad?
—No —apago el motor y saco la llave—. Solo estaremos tú, yo, muchas luces por desenredar y un santa muy tétrico pero que los niños aman.
Ella parpadea viendo al frente. — ¿Cómo conoces esto? Tu no… digo, pensé que no vivías aquí.
—No vivo aquí pero si vengo a esta iglesia —le explico—. Vivía a unos cuarenta minutos de aquí, en la siguiente ciudad. Me estoy mudando, o algo así.
Mira hacia abajo y abre la puerta. —Está bien.
Salimos del auto, me gustaría tomar su mano pero de nuevo, me resisto. Caminamos hacia la iglesia, entramos y es Clara quien nos encuentra a mitad del salón. Clara es la encargada de los niños en el orfanato. — ¡Hola, Sky!
Petal baja su rostro.
—Hola Clara, estoy listo para traer la magia navideña a esos pequeños revoltosos y he traído a mi asistente.
Clara es una mujer increíble, ella sabe exactamente como tratar a las personas. —Asombroso, muchas gracias chicos. Toda ayuda es bien recibida. Ayer estuvieron unos amigos decorando el salón pero falta el aula de los pequeños, seguro lo harán de maravilla.
Ella nos lleva al fondo. Los niños deben estar en el salón viendo alguna película navideña o recibiendo alguna charla. En el jardín veo varias pelotas, unos autos grandes de juguete y algunos muñecos de felpa.
Entramos al salón, las sillas y mesas están desordenadas con crayones encima. En la pizarra hay un dibujo de un regalo abierto, hay un versículo a un lado de la pizarra. Las mochilas de todos los colores están en la estantería pero todas están abiertas, como si los niños corrieron a sacar algo pero no tuvieron tiempo de cerrarlas.
—Aquí tenemos los adornos —Clara nos señala dos cajas de cartón abiertas detrás del escritorio al frente con varios adornos en tonos rojos, blancos y verdes.
Entorno mis ojos. — ¿Dónde está el santa malvado?
Clara suelta una carcajada. —Ah, tu Santa favorito —niega tocando su cabello—. Está en la bodega, no lo quise traer aun.
—Lo sé, Clara —digo cruzando mis brazos—. Es malvado y sus ojos podrían atraparte.
Ella niega con una sonrisa. —Ah, Sky, tú y tus bromas —mira a Petal—. Cuando terminen pueden ir al salón, tenemos pastel de cereza preparados por Amalia Gray, es una excelente repostera y están deliciosos.
Asiento. —Me encantaría varias porciones, guárdame algunas.
Rueda los ojos. —Claro Sky, te guardaré un pastel entero solo para ti.
Clara sale del salón, escucho como Petal suelta aire. Quizás esto es demasiado para ella, aun si no hay más personas. Pero es necesario, yo lo sé mejor que nadie.
—Bien, duende número uno —digo acercándome a una de las cajas, tomándola y subiéndola al escritorio—. Es momento de traer la navidad a este caluroso lugar.
Petal camina lento hacia la caja, toma un bastón de caramelo hecho con madera y decorado con pintura metálica. — ¿Qué hago yo?
Tomo la otra caja y la coloco al lado. —Primero, desenredamos todo esto.
Las extensiones de luces. Me alegra que esta vez tengo ayuda, esta es mi parte menos favorita de la navidad. Las desordenadas luces que parecen enredarse solas mientras están guardadas.
Petal toma una extensión y la mira moviéndola varias veces, intentando descifrar cual es el comienzo y cuál es el final. He aprendido que a veces solo tienes que tirar de alguna parte para comenzar a entenderlo todo. — ¿Cuántas son? —pregunta.
Ni siquiera tengo que contarlas. —Cinco, pero después tenemos que probarlas, a veces ya no funcionan.
Petal no me mira, sigue con el cabello cubriéndole la mitad de la cara y la postura hacia abajo. Está bien, no voy a presionarla para que haga nada que no se sienta cómoda. Con solo el hecho que esté aquí es suficiente, espero que se distraiga un poco de lo que sea que la molesta. Aunque sé que la verdadera solución es afrontar los problemas.
Quince minutos después hemos desenredado todas. El objetivo es decorar las cuatro paredes con las luces. Con ayuda de cinta adhesiva voy a pegarlas por todo el lugar y sé que a los niños les encantará.
Me subo en una silla y comienzo a pegar el cable verde contra la pared. Petal me mira desde abajo, está sosteniendo el resto de la extensión para que me sea más fácil. En lugar de mover más la silla, solo me inclino hacia un lado para abarcar más espacio.