—Déjenme el castigo a mí, gracias por retenerlo por mí, general —dijo el amo llegando hasta ellos.
Lucio sonrió con sorna al ser llamado general, no corrigió al hombre y dio un paso atrás permitiendo que se inclinara hacia Fray y lo sostuviera del cabello para hacerlo ponerse de pie.
—Suélteme, usted no es mi amo…
—¿Así le agradeces a quien te dio de comer y dejó dormir cómodamente por dieciocho años? Creí que seríamos familia…
—Nunca seremos nada.
—¿Familia? —preguntó Lucio intrigado sobre lo que oía.
—Quería casarlo con mi hija…
—Es una niña… —dijo Fray indignado.
—Pero crecerá, mocoso desagradecido. Tu familia siempre sirvió en mis tierras. Deben quedarse allí. Todos ustedes no son más que herramientas a mi servicio —dijo el amo y lo sostuvo del cabello, le propinó un golpe en el estómago.
Fray cayó de rodillas al suelo y gritó: —¡Nunca me gustará, no me gustan las mujeres!
—No ensucies mis oídos con tales blasfemias. Te quitaré esos gustos retorcidos a golpes.
Lucio sonrió y se cruzó de brazos mientras los observaba. El amo de Fray dejó el hacha en el suelo para no hacer algo irreversible con el arma y apretó los puños con la intención de golpearlo de lleno en el rostro, dejaría una marca indeleble para que el joven recordara por siempre no repetir tales palabras. Una espada fue desenvainada con velocidad, los pasos firmes y la imponencia de un alto y austero hombre se impuso ante ellos. El filo de esa espada se acercó peligrosamente a la garganta del amo de Fray.
—Este es mío —dijo el general Patricio con pausa y calma. Estaba reclamando al muchacho.
A Fray no le asustó ese demandante tono de voz, todo lo contrario, le abrazó las piernas y enseguida se puso de pie, se colocó tras él y lo abrazó.
—Sálvame, general.
El mencionado bajó la mirada y respondió en un susurro: —Entra.
—¿Qué? —Se sorprendió Lucio, anonadado.
El amo de Fray señaló a Lucio sin acabar de comprender lo que ocurría: —¿Quién eres tú? —Señaló a Patricio— ¿Él es el general? Ese es mi sirviente. Démelo.
El general habló con un tono de voz que no permitía reproches: —¡No! Él ahora es mío —Miró a un lado para hablar con su soldado de confianza—. Félix…
—¿Sí?
—Acompáñalo al camino.
—Enseguida.
—¡Es mi sirviente! —repitió el amo con insistencia, pero fue ignorado. Reconociendo la mirada de fastidio del general, Félix empujó al hombre por la espalda y lo alejó de allí sin permitirle regresar sobre sus pasos.
En tanto, Fray se aferró al general, él envainó la espada y le dio una mirada de disgusto a Lucio, que le habló.
—Creí que… era para maltratarlo. ¿Así que en verdad te gusta, Patricio?
—¿Quién dijo eso?
—¿No… te gusta? ¿Lo golpearás? Sigue prendido a ti —dijo Lucio y el general bajó la vista para ver los brazos de Fray que le rodeaban la cintura.
Fray apartó lentamente las manos y se colocó a un lado del general, observó a los hombres en su lucha silenciosa de miradas hasta que fue sostenido por el antebrazo por el general, que lo miró como si fueran ellos dos en el mundo y como si no hubiera treinta soldados rodeándolos y observándolos. Enseguida fue dirigido con poco cuidado hacia la carpa.
—Entra. Silencio. Sirviente —habló alto el general y Fray obedeció al instante. Una vez dentro, y fuera de la vista de los otros, el general se acercó a su oído para susurrarle algunas palabras—. Pretende que te maltrato.
Fray se heló en el acto, el susurro le hizo erizar cada tramo de piel, asintió, volviéndose mudo de repente. Y reaccionó para fingir tal como el general le había dicho.
—¡No! ¡No me golpee, general! Seré un buen sirviente… —Emitió un quejido, que bien podría haberse interpretado como un gemido. Se tapó la boca con la mano y notó el rostro del general colorearse, lo observó tragar hondo.
—Continúa —dijo en voz baja.
Fray le guiñó un ojo y continuó. Pero ahora se le acercó al pecho y le rodeó la nuca con ambas manos, se puso en puntas de pie y gritó cerca del hombre, ahora fingió sollozar.
—Por favor, me duele, perdóneme general, no quise desobedecer. No pretendía huir.
Fray se afirmó en el cuerpo ajeno y lo frotó con el propio mientras inhalaba el aroma de su garganta. Dio un salto y enganchó las piernas tras la espalda de este. Patricio lo sostuvo para que no cayera y caminó con Fray hacia el catre. Lo recostó lentamente, cayendo enseguida y con cuidado sobre él.
—Llora otro poco —le dijo en un nuevo susurro y le acarició la mejilla.
—Félix tenía razón…
—¿En qué?
—En que eres bueno.
—Ahora llora.
—Lo que ordene, mi general —dijo Fray y sonrió. Comenzó a sollozar mientras su cuerpo comenzaba a calentarse por el suave tacto del hombre sobre él, sus manos eran ásperas, pero el modo en el que lo tocaba parecía como si temiera romperlo o dañarlo, Fray pudo notar todos los pensamientos que corrían por la mente del general, sollozó con un gemido incluido.