Luego de llenar sus estómagos, apagaron el fuego y dispusieron algunas mantas en el suelo para descansar. Félix se recostó cerca de la hoguera, que incluso apagada continuaba emitiendo calor, en tanto, del otro lado, Fray y Ellis se recostaron juntos.
Fray posó la mano en el pecho de Ellis para hablarle: —¿No te resulta familiar la historia de Ganímedes?
—No.
—Tú me secuestraste, como Zeus —dijo y presionó con su índice en el pecho de Ellis con insistencia.
—Yo no soy ese.
—Lo sé. Tú eres más bello —dijo Fray y le sonrió.
—¿Cómo lo sabes?
—Félix dijo que era viejo y de piel blanca —Fray hizo una mueca—. Prefiero tu piel oscura —Le miró la garganta con gula.
—¿Solo eso?
—Y tus ojos oscuros. Intimidantes y atrayentes. ¿Te sonrojas? —Fray abrió la boca con fingida sorpresa.
Entretanto, Félix, que por poco se quedaba dormido, fue despertado por las voces: —Hablen más bajo, quiero dormir —Se dio vuelta de un lado al otro en el suelo intentando conciliar el sueño—. Los dejaré solos… Pronto…
—Lo lamento, Félix… pero no debes dejarnos… —dijo Fray y se llevó el índice de modo vertical a los labios indicándole a Ellis que hiciera silencio cuando el que más había estado charlando era él mismo. Ellis decidió hacerse cargo del parloteo de Fray y le sostuvo la mano. Tuvo resultado, porque Fray enmudeció mientras observaba con atención hacia dónde le llevaba la mano.
Ellis la bajó hasta su propio estómago. Fray lo miró preguntando con la mirada qué es lo que hacía. Ellis entrecerró los ojos a modo de orden silenciosa para que se durmiera. Fray entendió a la perfección, pero no quería obedecer. Ante su intento de zafarse, Ellis afirmó su propia mano sobre la de él y se la mantuvo con firmeza sin permitirle que la moviera más. Fray no tenía intenciones de dormir, se mordió el labio inferior y enseguida se lo mojó con la lengua, adelantó una pierna y la rozó entre las de Ellis.
—No —dijo el hombre conteniéndose.
Fray rodó los ojos y forcejeó nuevamente. Continuó tironeando hasta zafar la mano y se colocó de lado, ahora ignorándolo. Cerró los ojos con fuerza intentando dormirse, pero sin resultados positivos, ya que muchos minutos después continuaba despierto.
La noche se tornó calma, pero para él ese silencio era aburrido. Se oía el ulular de los búhos, los trinidos de algún ruiseñor y aullidos lejanos, pero hubo algo que divirtió mucho a Fray. Fue el sonido cercano que se comenzó a oír de repente, eran los ronquidos de Félix. Los sonidos eran sibilantes y acababan en una especie de sollozo. Fray comenzó a reír a carcajadas.
Ellis, acostado de lado tras Fray, sintió curiosidad por su diversión, quería mirarlo reírse. Instantes después, Fray sintió la mano de Ellis posarse en su cadera y su aliento soplar en su nuca.
—¿Qué haces? —le dijo sin entender la cercanía de Ellis.
—¿Te ríes de Félix?
—Sí. ¿No te da gracia? —Fray quiso retener la risa, pero la indiferencia de Ellis ante los sonidos que hacía Félix al dormir le resultó mucho más divertido, este hombre podría ser un gran humorista del sarcasmo si se lo propusiera. Fray siempre había usado el sarcasmo pero muchas veces le resultaba imposible mantenerse serio, ya que la risa lo delataba. Pero un hombre como Ellis, que apenas reía, era ideal para eso. Lo que no sabía era que sí le daban gracia los sonidos que hacía Félix al dormir, pero no lo expresaba como Fray. Entonces, ante la curiosidad por saber el sonido que Ellis hacía al reír, se dio la vuelta para verlo de frente y le dijo: —Ellis.
—¿Hm?
—¿Tienes cosquillas? —Las manos de Fray ya viajaban al cuerpo del hombre, pero fueron retenidas.
—No tengo, no lo intentes.
—¿Por qué?
Mientras forcejeaban y hablaban, no habían notado que Félix había cesado de sollozar entre sueños y tenía los ojos bien abiertos en dirección al firmamento, no deseaba mirar a través de la hoguera y presenciar algo de lo que se arrepentiría luego.
—Estoy despiertoooo —Fue su aviso.
Fray dejó de moverse para ser retenido bajo el peso de Ellis, que decidió besarlo.
***
A medio día de viaje, a los pies de una colina se cruzaron con una trágica situación: una carreta volcada, un caballo agonizante, un joven muerto y una mujer yaciendo en el camino.
Se apearon de los caballos. Fray y Félix corrieron hacia la mujer, en cambio Ellis llegó al joven y lo tocó, comprobó tristemente que estaba sin vida, lo sostuvo entre sus brazos y lo depositó sobre una mullida vegetación a un lado del camino. Llegó luego al caballo y le dio un justo fin a su vida. Por último desenganchó el caballo y enderezó la carreta, la movió hacia un lado del camino.
Fray y Félix miraron a la mujer y no percibieron sonido alguno, la creyeron muerta, pero de repente abrió los ojos y quiso incorporarse. Fray gritó por lo inesperado de sus movimientos, pero Félix, ya habituado a momentos parecidos, se movió rápido y la sostuvo para que no se levantara.
—Espere, señora. ¿Tiene golpes? ¿Le duele en algún sitio?