Fue buscando una carta de navegación entre los papeles del camarote del capitán, que Fray halló un pergamino, el cual abrió sin pensarlo, no esperaba encontrar aquello que leería.
“Él no me observó ni un instante. Me quité el uniforme Real para no asustarlo, para que su trato no fuera uno de mucho respeto. Quise conocerlo mejor, ver si mis suposiciones y pensamientos acerca de su persona eran tal como lo imaginaba. No pude. No fui capaz de hablarle. Todo ocurrió de la siguiente manera:
La primera vez que lo vi fue dos días atrás, cuando la reina Cithria nos llevó hacia el palacio luego de una exitosa batalla en los límites con los Oestinos. Usualmente evito estos sitios, las ciudades atestadas me provocan dolor de cabeza, hablan y gritan en demasía, siempre he preferido las Cuatro Torres y el silencio de Ganímedes, pero él, este sirviente, sé que habla mucho, habla con el caballo que cuida, habla solo, habla con cualquiera que se le acerque. Eso podría ser un problema. Pero lo vi y lo supe, quise que fuera mío, pero ¿qué podríamos tener nosotros en común, un general con un sirviente interno del palacio?
No había oportunidad de vernos. No podía ser. Evité mencionarlo con Bonduelle, él haría todo lo posible para arruinarle la vida, lo sé. Permanecí silencioso y esperando, y cuando él fue en busca de la reina, usé el tiempo en acercarme al sirviente. Cambié mi uniforme Real por una vestimenta simple de campesino. Oculté mi espada junto a mi uniforme y caminé buscándolo. Lo vi otra vez en el establo, cepillaba y le hablaba a un caballo blanco de raza pura. Esto es lo que el sirviente le decía:
—Líber, ¿quieres más heno, más agua? ¿Qué tienes?
Por supuesto que el caballo no respondió. Los nervios me traicionaron, comencé a temblar, sé que eso no es muy valiente, pero es extraño que me sucediera algo así, siempre he sido seguro. Hay muy poco que me provoque miedo, tal vez eso no era miedo, pero él, siendo más pequeño y más joven, logró provocarme eso. Él… no sé su nombre, no puedo preguntarle a nadie o lo sabrían, sabrían que me interesa. Y no puedo dejárselos saber.
Antes de que pensara en huir, ya estaba dentro del establo y sostenía un balde vacío. Me acerqué. El sirviente se limpiaba el sudor de la frente con el puño de su camisa verde, después recogió su rubio cabello en una media cola, lo observé hacer todo aquello de lado, no pude mirarlo a los ojos y él no me percibió mirándolo. Me acerqué más para que me hablara. No había nadie más allí, no lo hizo, me sentí como un fantasma. El caballo que cepillaba se ganó toda su atención, le habló otra vez, casi que parecía su caballo. Le decía:
—El marqués es torpe, pero creo que te quiere, Líber, entiéndelo… es un noble, no entiende de estas cosas —El caballo bufó y el sirviente murmuró otras palabras, creo que las dijo para convencerse más que para el caballo—. ¿A quién engaño? Sé que si no hace algo es porque no quiere, es imposible cambiarlo.
El sirviente suspiró con tristeza y tuve unos fuertes deseos, unos que tuve que dominar, quería ir a abrazarlo, pero lo que sucedió fue que el balde resbaló de mi mano y rodó hasta golpear un cubo metálico y el sonido lo hizo sobresaltarse.
Bajé la mirada, no me atrevía a verlo a los ojos, que de seguro estarían tristes y eso haría que mis impulsos fueran desatados. Recogió el balde y me lo devolvió. Fingí ser mudo e hice una reverencia como agradecimiento, él no me miró a los ojos, tampoco me observó. Luego de tomar el balde de su mano, bajó el brazo y se acercó al caballo, continuó murmurando y hablándole.
Esa fue la última vez que lo vi, caminé con rapidez para salir de allí. Asumo mi cobardía, no soy digno de esta insignia como general Real. ¿Soy un hombre que defiende a un reino y no soy capaz de comunicarme con un inferior? Lucio no puede saber de esto.”
Al parecer, Ellis lo había escrito en un momento de amnesia pasajera, luego de una fiebre que lo mantuvo cuatro días en cama. Amnesia que también le provocó olvidar el haber escrito tal relato y el sitio en el que lo había guardado.
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